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Hwang Inyeop, dueño de una de las empresas más reconocidas de corea.
Apuesto, millonario, buscado por muchas mujeres y conocido por ser alguien muy especial. No en un buen sentido.
Suele ser muy prepotente, engreído, demasiado serio y muy mezquino. En definitiva, cualquier mujer se hartaría de su actitud a pesar de ser alguien muy guapo.
No trata bien a casi nadie por lo que es difícil lidiar con él.
Nunca se ha enamorado en su vida y no tenía planes para hacerlo, en definitiva. A sus treinta años, no tenía el interés de formalizar relaciones, bueno, no es como si él pudiera.
—¿Preparaste todo? —indagó a su asistente, éste asintió. —No vuelvas a cometer un error o voy a correrte, ¿entendido?
El pobre empleado había confundido los horarios de su agenda, por lo que había llegado tarde a una reunión.
—Señor, ya es su hora de cenar. —le avisó.
Inyeop miró a todas partes dentro del auto y pudo localizar una tienda de conveniencia.
Odiaba comer realmente, así que solo tomaría un jugo o algo así. Iba a decirle a su asistente que fuera por él pero tuvo que atender a una llamada de un socio de Yeop.
Éste suspiró con irritación y tuvo que bajar del auto para ir a la tienda. No recordaba la última vez que él caminó solo, mucho menos a una tienda.
Entró y la pequeña campanita situada arriba de la puerta de cristal sonó. Vio todos los estantes buscando la bebida que solía tomar siempre, se enojó porque no vio ninguna así que tomó un simple jugo de naranja.
Fue hasta el mostrador y esperó a que la persona que atendía apareciera, ya que no se encontraba ahí.
—¡Lamento mucho la tardanza! Disculpe en verdad, estaba en la bodega y no pude fijarme en que había alguien aquí. —una voz suave hizo presencia.
