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Imaginaba que esa noche jamás ocurrió, incluso, que el día en que habías caído; él no había ido primero a ver a Jugyeong.
Eso lo estaba volviendo loco. Pero de una muy mala forma.
Te extrañaba. Extrañaba tu risa.
Solía ir a tu casa por las tardes para hablar contigo pero jamás lograba tocar el timbre, yéndose de ahí.
Hasta que se propuso recuperarte. Iba a hacer lo mismo que tú hiciste al principio.
Te iba a insistir e incluso molestar.
No iba a separarse de ti e iba a ser una goma de mascar pegada a tu zapato; haría de todo hasta volver a tenerte con él.
Cierra los ojos.
Sentada en una mesa de la cafetería, jugabas con la comida, no tenías hambre. Él llegó con su bandeja y sin decir algo, solo se sentó frente a ti. Levantaste la mirada y lo miraste sin expresión.
Seojun solo sonrió con inocencia.
Escucha mi corazón.
No dijiste nada y abriste el libro que habías llevado contigo. Comenzaste a leer ignorando su presencia.
—Deberías comer —habló. —, ¿no está bien la comida?
Soltaste un suspiro.
—Sí. —fue lo que contestaste y seguiste leyendo.
—¿Entonces por qué no comes?
Estaba colmando tu paciencia.
—No quiero. —cerraste el libro y te levantaste para irte.
Seojun no dudó en levantarse igual e ir tras de ti.
¿Cuánto tiempo llevaban sin hablarse? Tal vez unos dos meses, en esos dos meses Seojun se había estado debatiendo en qué podía hacer, al final decidió esto, solo seguirte a todas partes e intentar comenzar desde cero.
—¿A dónde vas? ¿No tienes hambre? Si no comes puedes enfermar. —¿por qué rayos te seguía?
Ibas a ignorarlo, sí, no era tan difícil. Has pasado toda tu vida ignorando a los demás, puedes pasar de cualquiera como si no existiese. Seojun no iba a ser la excepción, ¿cierto?
Caminaste sin dirección y girabas hacia otros pasillos con tal de perderlo, cuando lo lograste, corriste hacia la azotea. Al llegar, abriste la puerta y pudiste soltar el aire que tenías contenido.
—Me pregunto porqué te gusta tanto la azotea. —aquello te asustó haciéndote dar un brinco.
