En la hora de la verdad

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Había amanecido. Al margen de las cortinas de aquella habitación de hotel, se perfilaba una clara línea dorada. En la cama, una pareja dormía abrazada.

Tony despertó primero, reconoció su posición en aquella cama, su cuerpo abrazado contra otro, su mejilla en el pecho ajeno, el acompasado ritmo de una respiración debajo y el latido de un corazón tranquilo. No iba a negar que se sentía contento de despertar así, desde su regreso de Boston, pocas ocasiones había tenido para despertar de esa manera, que era su favorita.

Se removió suavemente entre los brazos de Steve y se las arregló para apartar la sábana, lo suficiente para darle libertad de movimiento. Steve cambió de posición todavía sumergido en el sueño, con la espalda por completo contra el colchón. Lo que facilitó la empresa de Tony, quien trepó a horcajadas sobre su pelvis.

El castaño sintió bajo su trasero el cálido contacto del miembro en reposo del muchacho, pero que poca tregua le había dado la noche anterior. A pesar de ello, el castaño siempre quería más, y siempre podía obtener más después de un merecido descanso. Recargaba energía y podía, si así lo deseaba, volver a empezar. Hizo girar su cadera suavemente, apoyando su peso sobre las rodillas hincadas en el colchón. De esta manera, el roce entre su cuerpo y el de Steve fue ligero y apenas sugerente.

Se inclinó hacia el durmiente y tras entreverarle el pelo con los dedos, le besó en el cuello; luego más abajo, en la clavícula, mientras en un murmullo, lo llamaba. Sus caderas siguieron adelante, buscando el roce, no sólo de su trasero contra el miembro de Steve, sino de su propio miembro contra la piel ajena.

—Despierta—suplicó con un murmuro mientras lamía la oreja del durmiente.

Palabras mágicas quizás, Steve le hizo saber que estaba despierto; en primer lugar, porque lo cálido y blando debajo de Tony, pronto se endureció y humedeció ante el roce descarado del que era víctima. En segundo lugar, porque sintió las dos manos del joven pintor posarse en sus nalgas, acunándolas y separándolas, buscando que su falo se rozara entre ellas con más facilidad.

Tony gimió y escuchó la suave risa de Steve.

—Ah, Steve —jadeó.

—¿Mmh? —respondió este con un tono que invitaba a decir más y que al mismo tiempo parecía ya saberlo todo.

Tony gimió de nuevo, sintiendo su propia erección goteando ya.

—¿Lo quieres? —preguntó Steve con ligero sadismo.

Tony no tuvo que contestar, hizo por abrir más su compás y así darle más espacio. Steve no le hizo esperar mucho, sintió como se deslizaba en su interior, sin encontrar resistencia, con contundencia, hasta lo más profundo. El castaño se irguió, apoyando sus palmas en el pecho del otro y dejó escapar un sonoro gemido de satisfacción.

—Vamos, Tony —dijo Steve al tiempo que rodeaba con sus dedos el pene de aquel y lo acariciaba o apretaba su base buscando prolongar un poco más el final.

Tony movió la cadera, cada penetración era profunda y placentera, su cuerpo entero temblaba. Empezaba a creer que ya no tenía control sobre sí mismo, que una especie de encantamiento letal lo tenía atado a la cama. Steve guió sus movimientos sujetándolo de la cadera firmemente y avanzado también la propia. Un chapoteo indecente se mezcló con los suspiros y gemidos que invadían aquellas gargantas.

Cambiaron de posición cuando estaban más cerca del orgasmo, sin salir de él, Steve giró llevando a Tony debajo. Ahora el control era suyo y aumentó el ritmo de cada embestida. Tony se aferró a los fuertes brazos de su pareja, incluso le clavó las uñas, sentía como bombeaba en su interior, una y otra vez. Y cada vez que aquel pene golpeaba, a través de las paredes delgadas de su interior, su próstata, podía jurar que veía estrellas, hasta que la vista se le nubló, hasta que cerró los ojos con la misma fuerza que su cuerpo convulsionaba presa del orgasmo. Steve le acompañó en ese viaje, todo su cuerpo se tensó y sintió como su semen caliente se derramaba una vez más en el interior de su amado.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora