En la charla

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El sueño se disipó en Steve con la salida del sol. La habitación todavía estaba en penumbras cuando abrió los ojos, pero pudo dar cuenta de la pálida luz del sol saliente contra las cortinas que daban hacia la terraza de la habitación. A su lado, Tony dormía profundamente, la noche había sido bastante ajetreada y no era de sorprenderse ese estado en él. Steve se incorporó de la cama despacio y caminó hasta el minibar, en el minirefrigerador encontró una botella de agua y la bebió a grandes tragos. Descubrió en una silla el pijama que Tony había planeado ponerse la noche anterior; se puso el pantalón, el cual le quedó bastante corto y apretado, pero no le importó demasiado. Tomó otra botella de agua del minirefrigerador y abrió la puerta que daba a la terraza-balcón. Se acercó al barandal y apoyó en él los antebrazos, desde ahí se percató de la invasión de la luz del sol sobre el cielo nocturno y como, a medida que aumentaba, parecía tragarse las estrellas, sólo la luna pálida y distante permaneció más tiempo en el firmamento.

Se había levando con resaca, no es que hubiera bebido mucho durante la exposición, era una resaca diferente, cargada de realidad y heridas. Había estado tan contento con el reencuentro con Tony, que no quiso saber nada más que él estaba ahí, a su lado, entre sus brazos, no necesitaba nada más. Pero ahora, al despertar, al enfriar sus pensamientos y dejar de lado sus deseos, necesitaba algo más que sólo besos y caricias; necesitaba respuestas, y no sabía si las obtendría, aun cuando Tony le había prometido explicarle todo.

Tony despertó al sentir el vacío a lado su cama, se asustó y se incorporó de golpe, buscando con la mirada a Steve. Se preguntó, todavía medio dormido, si todo lo que había vivido durante la noche no se habría tratado de un sueño. Casi cree esa suposición al no ver por ningún lado a Steve, pero cuando las cortinas de la terraza oscilaron, tuvo la esperanza de encontrarlo ahí. Se levantó de la cama y ya que lo primero que encontró fue la camisa de Steve, se la puso y cerró con premura al tiempo que caminaba, un poco adolorido, hacia el balcón.

Efectivamente, Steve estaba ahí, mirando el horizonte apoyado en el barandal con aire pensativo.

—Steve... —lo llamó suavemente.

El muchacho, al escuchar su nombre, giró el rostro. Tony le sonrió.

—Buenos días —le dijo el castaño y caminó hacia él contento.

Steve lo recibió en sus brazos, le estrechó la cintura y le besó en los labios breve, pero tiernamente.

—Es muy temprano —dijo Tony acurrucándose en el pecho de Steve —, volvamos a la cama.

Steve apoyó la mejilla en la coronilla de Tony y cerró los ojos.

—Tengo que ir a la galería temprano, para arreglar todo. Hoy es el último día de la exposición —explicó.

—Pero es demasiado temprano aún —replicó Tony —, también tengo trabajo, pero podemos desayunar antes, ¿no crees?

Steve lo pensó un momento y luego asintió. Tony notó ese titubeo inusual y se apartó del abrazo para mirarle.

—¿Pasa algo? —preguntó.

Sus ojos buscaron la mirada celeste de Steve y descubrió que sí, algo estaba pasando; y creía saber qué.

—¿Quieres que hablemos ahora?

—Sí —dijo Steve —. Yo necesito saber...

Sonó un teléfono en interior de la habitación, ambos se preguntaron quien llamaría tan temprano y entraron. Era el teléfono de Tony, en la pantalla apareció el nombre de su esposo y sintió que se abría el piso bajo sus pies; Steve, a su lado, no había podido evitar ver quien llamaba. Tony volteó a verlo, Steve suspiró, desvió la vista y se apartó un poco.

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