En el hotel

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18+

Tony aguardó hasta las 10 de la noche en otro punto del bar, lejos de la barra, pero incluso desde su mesa, en una esquina, y a pesar de la gente que se atravesaba en su campo de visión el joven barman era tan nítido como si lo tuviera enfrente. De vez en vez, incluso, sus miradas se encontraron y aquel muchacho le sonreía como si, al comprobar que siguiera ahí, algo se reafirmara en su interior. Unos 15 minutos antes de la hora convenida, el barman desapareció de la barra y Tony supuso que estaba ultimando su salida. Por su parte, pidió la cuenta a un mesero y tras pagar, se dirigió a la salida.

Una vez en la calle, se detuvo un momento a pensar. Realmente no estaba seguro de que aquello fuera buena idea. Estuvo a punto de irse, pero se arrepintió a último momento y se recargó en la pared a un costado de la entrada del bar. Se supo nervioso y se creyó un temerario, puesto que nada conocía de ese chico excepto que era encantador, pero ¿acaso no algunos asesinos en serie habían sido encantadores? Mientras su hilo de pensamiento iba de un lado a otro, el barman salió a su encuentro por el callejón aledaño al bar, donde debía estar una puerta trasera, la entrada y salida del personal.

—Perdón por la tardanza—dijo atento.

Tony lo vio entre los claroscuros de la calle. Se había quitado el uniforme y lucía ropa casual, jeans, tenis, y una chamarra azul marino debajo de la cual se asomaba el cuello de una playera roja. Se veía, ahora, mucho más joven. Y aquello hizo que Tony titubeara de nuevo.

—¿Sabes? Creo que es mala idea—dijo pausadamente, dudando de cada palabra.

El chico ladeó el rostro y le sonrió haciendo un gesto que parecía rechazar la oración de Tony.

—Yo no—dijo impertinentemente.

Tony no supo si reí ante esa demostración de juventud, de esa misma temeridad que a su edad era normal y que se consideraba un defecto a la edad de Tony.

—¿Por qué no? — replicó.

Por toda respuesta, el barman tiró de él y lo llevó unos pasos al interior del callejón. Antes, siquiera, de que Tony pudiera entender que pasaba, era besado de nuevo. Una vez más, un beso caliente, hambriento, que le devoró no sólo el aliento, sino también los pensamientos. Una vez más, se aferró al otro, mientras éste lo atraía hacia su propio cuerpo, haciéndole saber que el deseo latente en él, estaba desbordándolo. Cuando el beso terminó, Tony ya no tuvo argumentos para objetar nada, ni voluntad para dar media vuelta y dirigirse a su auto aparcado más allá.

—Hay un hotel cerca de aquí—dijo el chico casi contra sus labios, dejando que su aliento tibio le hiciera cosquillas.

Tony lo miró como obnubilado y asintió. El chico le tomó de la mano y lo llevó hasta una motocicleta, le tendió un casco y lo ayudó a subir. Lo siguiente que Tony supo era que era llevado por las calles a gran velocidad, aferrado a la cintura del muchacho, quien conducía más que sólo la motocicleta.

Nada más abrir la puerta de la habitación, Tony fue atacado una vez más por un demandante beso. Entraron dando traspiés, y Tony escuchó a la puerta cerrarse tras ellos por inercia. El joven barman le despojó del saco y la corbata; sus manos le recorrieron la espalda, se detuvieron en su trasero y les sintió apretujarle las nalgas, obligando a su cadera a encontrarse con la suya. Tony chocó contra un punto caliente y duro.

Buscó un poco de aire, deshaciendo el beso, pero no lo hizo de manera ilesa, el muchacho le mordió el labio inferior, tirando un poco de él antes de separarse.

—Espera—jadeó Tony, apoyando sus manos en el pecho del muchacho, tratando de poner distancia.

—¿Por qué?

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