En el penthouse

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Tras decidir quedarse el resto de la semana, Tony pidió un cambio de habitación al penthouse en la cima del hotel. Su estancia de esa manera se transformó en algo más ameno. Steve dejó su hotel y, como era de esperarse, se quedó con él. Víctor había llamado todos los días a diferentes horas como si pretendiera descubrir algo con ello, Tony contestaba con sencillez argumentando siempre que tenía mucho trabajo e, incluso, en un par de ocasiones, Pepper contestó en su lugar diciéndole que no molestara, que estaban trabajando, aunque ninguno de los dos lo hacía.

El matrimonio Strange-Potts y la pareja Rogers-Stark solían cenar o comer juntos en el Pethouse. Se sentaban en torno a una mesa circular y al terminar hacían sobremesa bebiendo vino. Tony nunca había pasado veladas tan maravillosas con su amiga como esas. No hacía falta comparar, Víctor y Strange no podían verse ni en pintura así que jamás se habían reunido de esa manera. Por otro lado, Steve, lejos de sentirse incomodo con la plática de los tres mayores a él, siempre tenía opiniones bien sustentadas y comentarios acertados. No parecía tener su edad, a veces parecía que alma era más vieja que la de Tony, y a veces sorprendía a los demás con sus intervenciones. Después de aquellas veladas, Pepper y Strange se retiraban y ellos dos se quedaban solos para tomar un café y seguir la charla; o sentarse en la sala y mirar algo en la enorme pantalla en ella; o revolver las sábanas de la mullida cama.

—Es como si estuviéramos en nuestra luna de miel —comentó en una ocasión de castaño, tumbado en la cama boca arriba, su pecho subía y bajaba agitado, y sentía la garganta seca, un poco adolorida, como si hubiera gritado y quizás así había sido.

Steve, a su lado, sentado en el colchón, volteó a verlo y esbozó una suave y seductora sonrisa.

—Tal vez algún día —le dijo.

Tony giró la cabeza hacia él y le devolvió la sonrisa.

—No digas "tal vez".

Steve había reído e inclinándose hacia él había besado sus labios, después de lo cual corrigió su oración.

No podía ser del todo, una luna de miel, porque no pasaban todo el día juntos para molestia de Tony. Steve había ido con su profesor un par de días más, para ayudarle con los envíos de las obras vendidas, mientras el profesor hacía labor de convencimiento para que se convirtiera en profesor de su academia. En realidad, no tuvo que hacer gran cosa para convencer al muchacho, quien estaba sólo en trámites para recibir su título y, sin duda, sentía que era una buena oportunidad, aunque dejaría de trabajar en el bar.

—¿Te quedarás aquí? —había preguntado Tony el día martes, su rostro mostró un dejo de preocupación, al tiempo que en su cerebro le decía que el que Steve estuviera en otra ciudad era bueno.

—No, el profesor tiene su academia en Nueva York, pero como está viviendo temporalmente aquí acompañando a su esposo, hizo la exposición en Boston. Pero piensa volver el año que viene.

—Entonces, Nueva York—había murmurado Tony de manera tan ambigua que Steve le preguntó si la agradaba o desagradaba la idea —. Tenerte cerca siempre me agradará, es sólo que estaba pensando en tu seguridad.

—No te preocupes por eso —había dicho Steve, tranquilizadoramente —. Según lo que me has dicho, estoy fuera de su radar.

—Pero no tan lejos como para que no vuelva a tenerte en la mira.

—Sólo tenemos que ser muy precavidos—había dicho Steve convencido —. Porque no quiero que dejemos de vernos.

Tony no tuvo ni las fuerzas ni las ganas para contradecir ese deseo que era, por mucho, también el suyo. Y así, habían llegado a la mitad de la semana.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora