En el destino

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—Hay algo que me gustaría preguntarte—dijo Sharon.

Steve levantó la vista hacia la chica que desde hace semanas lo había estado ayudando con su terapia física. Ella terminó de guardar algunos de los instrumentos que había usado durante la sesión de ese día y, tras cerrar su maletín, volteó a ver a su paciente con una sonrisa.

—Este fin de semana vendrá la feria al centro del pueblo —comenzó explicando ella —. Ya sabes que en este lugar casi no pasa nada, así que todos están muy entusiasmados, y creo que es una buena oportunidad para que te distraigas un poco.

Steve desvió la vista y dejó de apretar la pelota que tenía en la palma de su mano derecha.

—Ah... bueno, no tengo muchas ganas de salir —dijo.

Sharon apretó ligeramente los labios y dio un par de pasos hacia la cama dónde él estaba sentado.

—Puedo ir contigo —dijo con voz suave, como si fuera una sugerencia que apenas se le había ocurrido.

Steve hizo un gesto apenado, tratando de decirle que realmente no tenía ganas de ir.

—O podrías acompañarme. Yo tampoco conozco a mucha gente aquí, mis padres también se acaban de mudar y, aunque me da curiosidad la feria, no me animaría a ir sola de noche y sin alguien de confianza.

Sharon se sentó a lado de él en la cama y le sonrió de nuevo.

—Creo que, si vamos juntos, podríamos pasar un buen rato. ¿Qué dices?

Steve no respondió tan rápido como ella hubiera querido, así que volvió a tomar la palabra.

—Piénsalo, ¿sí? —dijo y volvió a ponerse de pie —. Sólo llámame, cualquiera que sea tu decisión.

Steve asintió y, luego, se despidió de la chica con el clásico beso en la mejilla, que era más un choque de pómulos; le dio las gracias por la sesión de esa tarde y también por la invitación del fin de semana. Sharon salió de su habitación y Steve la escuchó charlar con su madre por un rato, aunque no entendió nada de lo que decían. No le importaba realmente. Se levantó de la cama y dejó la pelota de esponja que usaba para algunos ejercicios sobre la mesita de noche.

Había pasado casi un mes y medio de su accidente. Las heridas en su cuerpo habían sanado; ya no usaba el collarín, le habían quitado los clavos de la pierna y la quemadura en su brazo había cicatrizado por completo, dejando sólo una marca un poco más oscura al tono de su piel. Con la terapia que Sharon le daba, caminar no fue un problema, ya podía subir las escaleras hasta su habitación en el ático; y el temblor en sus manos había mejorado considerablemente, ya podía pintar y dibujar mejor, aunque aún le frustraban algunos momentos en los que perdía el control de su pulso.

Lo único que no sanaba y sabía que no lo haría era la herida que tenía en el corazón. Tony no había contestado sus llamadas, ni mensajes, había cortado toda comunicación con él de forma abrupta y dolorosa. No entendía el porqué, pero no se resignaba del todo. Mantenía cierta esperanza cada día nuevo en el que sol se filtraba por la ventana, aunque todo y todos dijeran que debía pasar la página.

Cuando escuchó la puerta de la entrada de su casa cerrarse, decidió bajar. En la sala, su padre venía un partido de futbol americano y su madre alistaba la mesa en el comedor para la cena. Cuando ésta lo vio entrar dejó el tazón con puré de papa en la mesa y le sonrió.

—¿Ya tienes hambre? —preguntó —. ¿Qué tal la sesión hoy?

—Bien—dijo Steve escuetamente.

Su madre sonrió complacida y luego le señaló el cajón de los cubiertos.

—Saca unas cucharas, querido—le dijo Sarah.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora