En el palacio

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Tony sintió una gota de sudor recorrer su sien, mientras sus dedos se movían ágilmente sobre la superficie lisa de su teléfono, a pesar de saber lo que estaba haciendo y lo rápido que podía ser para ello, sentía en la espalda el peso de la posibilidad de un error. Tenía que actuar con toda la exactitud y presteza posible, no tenía permitido equivocarse. Introdujo las coordenadas que le había enviado Carol e inmediatamente apareció en la pantalla un mapa donde brillaba una luz pulsante.

―¿Qué es eso? ―preguntó Steve a su lado.

―Los misiles ―explicó Tony ―. Es su localización, podremos seguir su trayectoria en cuanto los lancen. Cruza los dedos para que mi programa funcione.

Steve miró la luz por encima del hombro de Tony, pegó los labios a este y, luego, dirigió su beso al cuello del castaño.

―Funcionará, seguro―le murmuró al oído.

Tony sonrió y volteó a verlo. Iba a besarlo, pero sus intenciones se vieron interrumpidos por un sonido agudo, un pitido que se repetía cada cierto tiempo.

―Comenzó la cuenta regresiva ―dijo.



Schmidt sonrió con satisfacción cuando presionó el botón que daba inicio al lanzamiento de los misiles. Una vez que lo hizo se levantó de su asiento y caminó hacia afuera del tendido que habían montado para los equipos de cómputo. Pidió los binoculares y miró con ellos en dirección a los misiles. Quería ver el momento justo en el que estos se elevaran por el aire y dieran inicio al caos. El caos siempre, se dijo, era necesario para instaurar un nuevo orden.

En la tienda, Víctor se sentó en la silla que Schmidt había dejado libre. A diferencia de este, se quedó para mirar no solo la cuenta regresiva, sino como es que los misiles llegaban a su objetivo en el mapa.

5... 4...

En cuanto esos misiles llegaran a su objetivo comenzaría la guerra. Sería cuestión de tiempo para que pudiera ingresar a Latveria y tomar el poder. Podría restaurar su linaje. Pero antes...

3... 2...

Antes iría por Tony y lo llevaría con él. Le haría pagar la humillación a la que lo había sometido. Primero que nada, pensó, mataría al amante, al guardia aquel. Haría con éste lo que no hizo con ese niño insignificante. Lo mataría.

1...

Se escuchó el estruendo del disparo. Los misiles se desprendieron de sus contenedores y se levantaron en el aire. Schmidt esperaba ver la perfecta parábola que harían al caer del otro lado de la frontera, en Latveria. Sería una provocación que no podrían evitar. Symkaria estaría en problemas, las Naciones Unidas lo expulsarían. Estados Unidos también estaría en problemas por apoyarlos. Latveria no podría con la tensión, la guerra aún era reciente en su historia, su población se negaría a ir a otra, ocurrirían protestas, el gobierno se desequilibraría. Víctor llegaría con la promesa de tiempos mejores, como los de antes, cuando bajo el yugo de su monarquía habían vivido gran esplendor. Con eso, ellos, Hydra, tendrían todo lo que quisieran.

Sí, ese era el plan, pero pronto vio que la hermosa parábola que lo iniciaba todo se perdía. Él no lo podía ver, pero los microchips que Tony había fabricado comenzaron a correr su programación oculta. Víctor vio con horror como los misiles se desviaban en la pantalla, justo al llegar al límite de la frontera, justo antes de siquiera cruzarla, comenzaban a girar hacia el otro lado, de vuelta a Symkaria.

Tragó saliva. ¿Acaso había cometido un error? ¿Acaso cegado por el enojo que lo embargaba había metido una coordenada mal? Si había sido así, Schmidt no se lo perdonaría y estaba rodeado. Él no era nadie aún, no era más que un colaborador de Hydra. Eran ellos quienes lo tenían en sus manos. Se incorporó de su asiento con la mirada fija en la pantalla y comenzó a retroceder. No tenía tiempo que perder, se deslizó lo más silenciosa e imperceptiblemente posible hasta la parte trasera de la tienda. Levantó la tela y se escurrió por debajo.

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