En el castigo

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Víctor sostenía el vaso de whisky con apenas presión en la yema de sus dedos, mientras se asomaba por la gran ventana que daba al patio frontal de la casa. Desde ahí podría observar el justo momento en el que su esposo, o el auto de su esposo, atravesara el camino desde la puerta principal hasta la entrada.

Si es que Tony no le había mentido, éste llegaría ese mismo día de su largo viaje de negocios en Boston. Esperaba que aquella semana realmente hubiera dado frutos porque sí no, que horrible pérdida de tiempo, tanto para Tony, como para él mismo. Tiempo que pudo haber utilizado para disuadir a su escurridizo esposo para que firmara la solicitud necesaria para fabricar los microchips. También esperaba que ese tiempo lejos, le hubiera servido a Tony para darse cuenta que ese joven amante que había tenido lo había superado y que, por consiguiente, sólo lo tenía a él de respaldo. Necesitaba que así hubiera sido.

El auto de Tony apareció antes del anochecer, cuando la luz del sol es dorada y no tan brillante. Víctor sonrió y se bebió lo que quedaba en su vaso del whisky. Se alejó de la ventana y se dirigió con paso calmo a la sala de estar. Ahí aguardaría, como buen esposo que era, para darle a Tony la bienvenida.

Escuchó el click de la puerta, la voz ahogada de Tony tras la puerta, y las casi robóticas respuestas del mayordomo. Tomó asiento en el sofá y cruzó una pierna, al tiempo que abría los brazos y los apoyaba en el filo del respaldo. Cuando Tony apareció en su visión, sonrió de medio lado.

—Bienvenido —dijo y con ello llamó la atención del castaño, quien, al parecer, no había notado que estaba ahí.

Tony le miró, quizás, un poco sorprendido. Detrás de él apareció Jarvis con una de las maletas.

—Señor, ¿desea que desempaque?

—No, gracias, Jarv, ya me haré cargo. Llama a algún empleado para que te ayude a bajar las cosas del auto.

El mayordomo asintió y tras una breve mirada a Víctor, y una cabeceada a modo de saludo, dio media vuelta de regreso al auto.

—¿No me dirás ni siquiera un "hola"? —apremió Víctor.

Tony suspiró, parecía titubear respecto a algo o, más bien, respecto a cómo hacer algo. Finalmente, tomó una decisión y caminó hacia el sofá, donde su esposo le esperaba con aire despreocupado.

—Hola—murmuró —. Como ya viste, he vuelto.

—¿Qué tal los negocios?

—Bien, costó trabajo, pero logramos firmar el contrato.

—Al menos valió la pena que me dejaras solo por tanto tiempo.

Tony chasqueó la lengua.

—Cómo si me necesitaras.

Víctor ladeó el rostro, a diferencia de otras veces, el tono de voz de Tony no sonó del todo sarcástico, había un dejo suave al final de su inflexión, algo amable, triste, más bien. Como si a la mitad de su oración cayera una piedra y se sofocara un fuego que en ella había.

—Por supuesto que sí —dijo Víctor bajando los brazos del respaldo, y tendió uno de ellos hacia Tony —. Te extrañé mucho.

Tony frunció el ceño y desvió la vista, pasó saliva antes de contestar, pero no tomó la mano que le era ofrecida.

—¿En serio?

—Sí —Víctor se inclinó un poco hacia enfrente, sin dejar de tenderle la mano e insistió, así, a que la tomara —. La pregunta es ¿tú me extrañaste? ¿Te has quitado ya de la cabeza a ese niñato?

La vista de Tony volvió a él, y descubrió un pequeño rastro de dolor. La herida que aquel joven había dejado en el orgullo del ingeniero, estaba ahí, pero no era mala, no para él. Aquella herida era la grieta en la que él podía asirse para escalar la cima hacia sus objetivos.

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