En la siesta

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Tarde de viernes, un soleado día de principios de verano. En el parque se veían algunos niños a lo lejos jugando, algunas parejas paseando o sentadas en las bancas, dándose arrumacos. Tony estaba sentado en el pasto, a la sombra de un árbol; terminaba un helado, mientras veía como una niña y su madre le daban de comer a los patos a la orilla del lago. A su lado estaba Steve, sentado en flor de loto y con su propio helado a poco menos de la mitad.

—Mañana es el gran día, eh—dijo Tony de pronto.

Steve asintió. Después de unos días de estire y afloje sobre el departamento nuevo, finalmente, Tony había ganado la discusión. Al día siguiente, Steve se mudaría, y Tony le había prometido ayudarle con todo ello, incluso, adelantándose, había contratado un camión de mudanzas.

—¿Empacaste todo?

—Sí—dijo Steve y Tony sonrió.

—¿Qué pasa? Pareces cansado... ¿te vas a acabar eso?

Steve miró su helado a medio camino y se lo tendió sin ningún problema, luego, bostezó.

—No dormí—dijo y se talló un ojo—. Todavía tenía algunas cosas que empacar, con la escuela y el trabajo no había tenido tiempo de hacerlo. Ayer, al terminar mi turno en el bar, me ocupé de ello, pero eran más cosas de las que había imaginado.

Tony rió por lo bajo.

—Suele pasar en las mudanzas—dijo y le dio un lametazo al helado que antes era de Steve—. Pero valdrá la pena, ya verás.

Steve asintió. Tony saboreó el helado mientras observaba a su compañero. Ciertamente, se notaba que no había descansado, tenía los ojos ligeramente enrojecidos y el ánimo un poco decaído. Con el dorso de los dedos de la mano que tenía libre, Tony le acarició la mejilla y ganó la atención de esos ojos celestes.

—¿Terminaste anoche de empacar? —preguntó.

Steve asintió con la cabeza. Tony, entonces, le acunó la mejilla con la mano y se inclinó hacia él para besarle suavemente en los labios. Fue un beso breve, pero que dejó en Steve la sensación helada de los labios del otro y el sabor a vainilla del helado en los propios.

—Vamos a que descanses un poco—le dijo Tony.

El departamento de Steve estaba irreconocible. No había nada en los estantes, ni paredes, pero en oposición se apilaban varias cajas en distintos rincones. Tony se quitó la chaqueta y los zapatos nada más entrar.

—¿Quieres algo de beber? —le preguntó Steve; había dejado afuera algunas cosas que seguramente usaría hasta el día siguiente cuando dejara el lugar definitivamente.

—Así estoy bien—dijo Tony tomándolo de la mano—. Ven.

Steve se dejó llevar por Tony hasta la cama, donde éste lo instó a sentarse. Diligente e inesperadamente, Tony le ayudó a quitarse los zapatos y, luego, trepó en la cama, se hincó en ella, a sus espaldas, y comenzó a darle un masaje en los hombros.

Steve rió e hizo la cabeza hacia atrás para verlo.

—Tampoco estoy tan cansado—le dijo.

—Entonces, no te consiento—dijo Tony dejando de masajearle los hombros.

Steve rió de nuevo y alcanzó una de las manos contrarias. La atrajó hasta sus labios y le besó en el dorso.

—No, por favor, consiénteme—dijo.

Tony sintió una punzada en el pecho, y que le ardían las orejas. A saber por qué, pero su reacción fue abrazarse al cuello de Steve y hundir su rostro entre sus brazos.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora