En el departamento

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Steve salió de la oficina de su jefe, dejando que en ella Tony se vistiera sin prisas. Atravesó el pasillo que le llevaba a la parte frontal del local. Ya había un par de clientes en las mesas; Bucky se hacía cargo de la barra, mientras él volvía; y cuando lo vio sonrió con alivio.

—¡Qué bueno que vuelves! —le dijo—. No estoy entendiendo estás recetas.

Steve le miró con apuro, como siempre que le traía noticias que no le iban a gustar mucho.

—¿Qué pasa, punk? —le preguntó.

—Me preguntaba si puedes cubrirme por hoy.

—¿Qué? Oye, yo no hacer estás cosas.

—Le llamaré a Sam, sólo tendrás que resistir hasta que él llegue.

Bucky frunció el ceño, Sam era otro amigo suyo, y era el barman que trabajaba el otro turno. Steve estaba seguro que si lo llamaba éste iría. Era una simple llamada.

—¿Vas a escaparte, Romeo? —le dijo Natasha, quien se acodó en la barra y le miró pícaramente.

—Sólo sería hoy, se los prometo.

—Está bien, hoy Fury no vendrá, así que no tiene por qué saber que te fuiste—le dijo su amiga guiñándole un ojo.

Steve le sonrió, mientras Bucky los miraba atónito.

—Esperen un momento—dijo—, Nat nosotros no sabemos hacer ni margaritas.

—Simplemente decimos que el barman llegara un poco tarde—respondió ella.

—Por favor, jerk. Te dejo la moto—dijo Steve.

Bucky suspiró.

—Ya que—dijo.

—¡Gracias! —Respondió Steve—. Llamaré a Sam y me iré sólo si acepta venir, ¿ok? —Echó a caminar de regreso a la parte trasera del local, al tiempo que sacaba su teléfono y buscaba el número de su amigo—. Y no se preocupen, ya limpié la oficina—dijo antes de desaparecer por el pasillo.

—¿Limpiar la oficina? — repitió Bucky e intercambió miradas con Nat. Le bastó un segundo y ambos cayeron en cuenta—¡Guácala! —exclamó Bucky, mientras Nat reía.

Tal como lo esperaba, Steve logró convencer a Sam de reemplazarlo, bastó un solo mensaje para ello. Se cambió de ropa una vez más y se encontró con Tony en la puerta trasera del bar.

Tony se había sorprendido un poco de sí mismo. Se podría decir que casi le había pedido una cita a ese chico, al que hasta ese momento había considerado como una aventura de una noche. Había escupido su deseo de estar más tiempo con él, sin siquiera hacer el mínimo esfuerzo de reflexionar sobre ello. Ahora, era demasiado tarde para recular. Por un lado, no podía simplemente irse y dejar a Steve vestido y alborotado, no sería propio de su educación; bueno, si hacía un ejercicio de memoria, sí que había dejado a más de uno vestido y alborotado. Pero el que no deseara huir en esa ocasión, el que sintiera un algo de responsabilidad sobre su capacidad de herir los sentimientos de otro, fue lo que lo mantuvo tranquilo, paciente y, al mismo tiempo, esperanzado por concretar esa cita.

Steve no le había prometido nada, le había dicho que haría lo posible por arreglar las cosas y conseguir zafarse del trabajo por esa noche. Tony esperaba que lo lograse y cuando lo vio acercarse a él con su ropa casual y una mochila al hombro, no pudo evitar sonreír, porque aquello significaba que lo había logrado y que iría con él.

—¿Listo?—le preguntó.

Steve asintió y ambos salieron al fresco de la noche. Juntos, uno al lado del otro recorrieron el callejón aledaño al bar, ese donde Steve lo había acorralado y besado unas noches atrás. Se acercaron al Lexus rojo, Steve ya lo había notado, pero no está de más hacer el apunte, aquel era un auto diferente al de la otra vez, aunque el otro tampoco era lo que se dice más sencillo, aunque sí más discreto, había sido un Mercedes-Benz negro con detalles plateados. Con esa simple observación, Steve se dijo que, efectivamente, Tony debía tener mucho, pero mucho dinero.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora