En la habitación contigua

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Tony se levantó lentamente de la cama, le dolía todo, pero se sentía bien. Escuchó voces que venían del otro lado de la puerta y tras ponerse una bata encima salió de la habitación arrastrando los pies. Steve estaba sentado en la mesa de la cocina con una taza de café entre las manos, frente a él estaba Jarvis, quien había llegado siguiendo las órdenes de Tony. El castaño se reprimió a sí mismo; no sólo no le había dicho a Steve que tenía más tiempo, sino que tampoco le había avisado a su mayordomo.

—¿Le sirvo café, señor? —preguntó Jarvis una vez que lo vio.

Tony asintió y se dirigió a la mesa. Cuando alcanzó a Steve le entreveró el pelo con los dedos, le acunó el rostro y besó suavemente en los labios.

—Buenos días —le dijo Steve con una sonrisa, al tiempo que Tony se sentaba en la silla contigua —¿Cómo te sientes? Jarvis me dijo que vas a verte con von Doom.

—Sí, pero más tarde —Tony estiró el brazo y sujetó un pan tostado, también se acercó la mermelada —. No me veas así, será una cena inocente.

Steve torció el gesto. No estaba seguro de las intenciones de Víctor y eso era lo que lo preocupaba.

—Aprovecharé para ir a la empresa, tengo que hacerme presente de igual manera—anunció Tony a Jarvis, quien, en ese momento, le colocaba la taza de café enfrente.

—Como usted ordene, señor.

En otro lado de la ciudad Víctor salía de la casa de su amante. Su desayuno aguardaba en la guarida de Hydra. Imaginaba que era lo que querían hablar con él; siempre era lo mismo de todas maneras. Estaba un tanto harto, pero sabía que el triunfo estaba cerca.

Subió a su auto y condujo con tranquilidad hasta aquella casa de seguridad. Lo recibieron como cada vez, sin embargo, esta vez en lugar de llevarlo al salón de siempre lo condujeron hasta el comedor. Schmidt estaba en la cabecera de la enorme mesa de caoba pulida, ya desayunaba y cuando lo vio hizo un simple gesto para que se sentara en la silla contigua. Víctor reprimió las ganas que tenía de rodar los ojos y se sentó donde le habían indicado. Casi al instante, le sirvieron una taza de café y, un segundo después, su plato con el desayuno. Víctor miró aquel alimento con gesto pensativo y Schmidt, a su lado, lanzó una carcajada burlona.

—No está envenado, Dr. von Doom —le dijo al tiempo que se limpiaba la comisura de los labios con la servilleta —. No sea tan desconfiado. Usted nos es útil aún.

Víctor levantó una ceja y después su tenedor.

—No sé si eso sirve de consuelo— dijo y ensartó un par de fresas con el cubierto.

Schmidt se permitió reír ante el comentario, luego, bebió algo de jugo y carraspeó.

—Supongo que sabe para qué lo hemos llamado.

—Y supongo que saben mi respuesta —dijo Víctor un poco hostil —. Ya les dije que me llevara un par de días, sólo pido una semana.

—Oh, claro. Usted lo ha prometido, si creyéramos que no va a cumplir, Dr. von Doom, ya habríamos hecho algo al respecto.

Víctor no dijo nada, se guardó para sí lo que se había imaginado que harían.

—Pero, usted comprenderá que no podemos aguardar más de una semana, ¿verdad?

—Comprendo. Pero, aunque convenza a Tony de fabricar los microchips, faltara que los mande a hacer y eso no será tan inmediato.

—Confiamos en que pueda convencerlo, ahora que no tiene a su amante... usted entiende.

Víctor sonrió con obligación. Claro que había entendido la manera en la que ellos suponían que convencería a Tony... y sí, el sexo funcionaría, si tan sólo su esposo lo dejara tocarlo.

SugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora