Capítulo L

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Chris y yo nos tensamos y compartimos miradas, guardando total silencio y oyendo cómo los pasos recorrían el baño.

— Lo sé. Esos alfas idiotas, se creen la gran cosa. - habló el contrario.

— Viste cómo me miró cuando le dije que era beta? - insistió uno. Caminando a lo largo de los cubículos, acercándose al nuestro.

Observé a Chris y este estaba tan ansioso como yo. Si a esa persona se le ocurría mirar hacia abajo, descubriría dos pares de zapatos. Por lo que apresuradamente me subí a la taza, en la parte de la caja, y mi omega solo atinó a sentarse y quedarse quieto, ya que de por sí se le dificultaría caminar.

— Lo ví... - continuó uno haciendo una pausa y dejándonos escuchar el típico sonido de su nariz inhalando fuertemente. - No huele raro? - cuestionó, poniéndonos los pelos de punta.

— Verdad? Desde que entré lo sentí. Qué será? - concordó.

Y, para nuestra fortuna, ambos al parecer eran betas, ya que de lo contrario, cualquier otra persona hubiera sido rápidamente golpeado por nuestra combinación de feromonas que se habían acumulado en todo el lugar.

— Oh. - llegó hasta el lugar en donde yacíamos Chris y yo, jalando la puerta hacia él y amenazando con abrirla, de no ser por el diminuto seguro que nos habíamos dado a la tarea de activar. - Hay alguien? - llamó tocando la puerta.

Qué clase de lógica tiene este tipo?
Si está puesto el seguro es porque probablemente alguien está dentro, por dios.

— E-está ocupado. - habló el omega, tapando su cara de la vergüenza, y seguramente también rezando como yo para que ese pequeño pestillo no se deslice y abra la puerta.

— Lo lamento. - se disculpó y retiró de ahí.

— Apresúrate y salgamos de aquí. - apuró abriendo el grifo y lavando sus manos, mientras que el otro se metía a un cubículo.

— Sí, sí, ya voy. - habló finalmente, saliendo y secando sus manos después de enjabonarlas.

Cada cosa que hacían parecía tardar una eternidad, y yo ya comenzaba a sentir me que resbalaría de aquella caja de porcelana. Hasta que por fin pudimos por la puerta de salida ser abierta y cerrada, dejándonos en un sepulcral silencio que, después de unos momentos, para asegurarnos de que se habían ido, soltando unas pequeñas risitas nerviosas acompañadas de varios suspiros. Sin saberlo también habíamos estado reteniendo el aire por el estrés.

— Bien, andando. - me bajé de ahí y ayudé a Chris a levantarse, ya que sus piernas habían perdido fuerza. - Quieres que te sostenga? - ofrecí una vez que ambos nos encontrábamos lavando nuestras manos.

— Ahora no. Solo deja que salgamos y tendrás que llevarme todo el camino a casa. - amenazó andando de manera dificultosa.

Parecía que el pobre no podía cerrar correctamente sus piernas, y su andar era demasiado lento, al igual que sus manos que se hacían puños con cada paso de daba. Su cabello continuaba alborotado y sus ojos delataban las lágrimas que hacía unos minutos había soltado.

— Vamos, arriba. - dije poniéndome de cucliyas frente a él, mostrando mi espalda e incitándolo a subir.

— Ya que insistes. - se rindió y cayó sobre mí, pasando perezosamente sus brazos por mis hombros y alzando sus piernas a mi cadera, donde las sostuve para asegurarlo. - Oye, qué tienes con los lugares públicos, eh? - interrogó pareciendo cansado.

Su pregunta tan repentina había hecho que una risa estrepitosa saliera de mí, siendo contrariada por un bufido que él soltó. Y apostaría lo que fuera a que en este instante tenía un puchero en sus labios. Y es que, tenía razón, no era por ningún plan previo o ideas mías, pero ciertamente, cuando tenía la oportunidad, terminaba haciendo algo parecido en algún lugar público. No era mi intención inicialmente, solo eran ocurrencias que me llegaban con tan solo verlo a mi merced. Y claro, sus gestos y reacciones verdaderamente no ayudaban en nada a contenerme, al contrario, me incitaban a continuar.

¿Le temes al Amor, o a MÍ?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora