CAPITULO DOCE: El orfanato.

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Estuvimos casi media hora de camino y apenas no intercambiamos palabras. De vez en cuando cruzábamos miradas pero cada uno volvía a sumergirse en sus propios pensamientos. Se le veía algo preocupado, era consciente de que esto le estaba costando mucho. Su pasado había vuelto, acercándose sigilosamente cada vez más con cada paso que él daba y le resultaba duro, cosa que no es de extrañar. No sabía mucho sobre él y tampoco podía decir que sabía con certeza y exactitud por lo que estaba pasando porque no lo conocía desde hacía mucho, pero sabía lo de sus padres y también en el lío que estaba metido con mi hermano sobre las peleas ilegales y el dinero que deben. Y, sinceramente, me aterraba lo que me iba a encontrar ahora.

Álex era un chico complicado, que había pasado mucho. Probablemente, por esa misma razón, él era como era. Frío como el hielo y un tanto... Llamémoslo conquistador. Sí, es cierto que lo prejuzgué, aunque no había fallado en mis juicios, simplemente pensaba que era así por elección propia cuando realmente la vida le había obligado a ser así, de un modo u otro. Todo lo que había pasado (lo que sabía y desconocía) había afectado en su comportamiento pero también en lo que trasmitía, en las sensaciones y emociones que los demás percibían, como en este mismo momento con esa mirada entristecida.

A todos nos ocurre. Hay un pasado que no nos deja avanzar, unos demonios que se encargan de aparecer cuando menos lo esperamos y unos momentos, recuerdos o situaciones que nos afectan y duelen a pesar de que el tiempo transcurra. Eso es exactamente lo que le está ocurriendo a él. De todo lo que se intentaba alejar, le seguía como si un torbellino de viento estuviese empeñado en que él fuese el epicentro del suceso climático. Así eran los problemas. Todos juntos creaban un torbellino y la persona que tenía esos problemas era el punto de inicio de este suceso.

Y sí, era la cosa más exasperante del mundo.

No me percaté de que habíamos llegado hasta que el coche frenó y pude observar por la ventana que estábamos cerca de un edificio en ruinas. Esto tenía que ser una maldita broma, en menos de cuarenta y ocho horas ya he visitado dos lugares prácticamente en escombros. El que tenía frente a mis ojos era alto, sus paredes blancas estaban ennegrecidas por la suciedad y desgastadas por el paso del tiempo. A través de unas oxidadas y raídas rejas se podía observar una gran puerta de madera carcomida y rodeada de enredaderas, pero solo compuesta por hojas secas, de colores apagados y sin ni si quiera un atisbo de flor. En definitiva: un sitio sin vida. Había una fuente blanca con un ángel de mármol a nuestra derecha y alrededor del edificio muchos jardines (pero con la misma hierba oscurecida). Alcé mi cabeza y me sorprendió ver que, detrás de los cristales del edificio, podían apreciarse niñas. Nos miraban con una mirada apagada y algunas se escondían tras las cortinas con una expresión de temor.

—¿Qué es este sitio Álex? —pregunté incrédula.

—Entremos. —agarrando fuertemente mi mano y lanzándome una mirada lastimera pero algo esperanzada cada vez que divisaba a los niños (con una sonrisa acompañada), nos adentramos en el edificio.

Algo que no me pasó inadvertido es que, cuando Álex sonreía a los niños, ellos le devolvían la sonrisa, como si fuesen familiares. ¿Lo conocían? ¿De qué podrían conocer a Álex? De acuerdo, tanto silencio y tanta tensión por no saber qué estaba ocurriendo a mi alrededor, me estaba alterando y la curiosidad cada vez era más grande en mí.

—Hola señora Díaz. —saludó Álex a una señora que estaba tras un mostrador, a la entrada del edificio. Tendría, aproximadamente, unos cincuenta años. El pelo rizado y canoso le caía por los hombros y, a pesar de tener una mirada cansada, se le veía brillante y feliz. A diferencia del edificio en el que estábamos, esa mujer sí que tenía vida, sí que estaba completamente llena interiormente.

Amor y un chico no tan bueno. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora