CAPITULO DOS: ¿La fiesta?

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Las diez. Las diez de un sábado. ¿Estaba mala? Era muy raro que yo me despertase tan temprano los fines de semana. Me levanté a regañadientes y bajé a desayunar. Mi hermano había ido a comprar el desayuno y no estaba en casa, supongo que había ido a jugar al fútbol o a la play a casa de algún amigo.

A veces pensaba que no vivía en esta casa.

Me calenté un café (sí, yo soy como las embarazadas y hoy tenía antojo y ganas de un café caliente) y me comí cuatro churros de los que había traído mi hermano. Siempre me estaba quejando de que engordaba y que no entendía cómo lo hacía... Bueno, esta era una gran explicación ante mis incógnitas.

Tenía tanta hambre que el tiempo que pasé en la cocina o en la planta de abajo fue rápido, tenía muchas cosas que hacer y no tenía horas en el día para hacerlas. Es irónico que tengamos días que no tenemos nada que hacer y que otros, sin embargo, estuvieses a rebosar. Subí arriba y me puse a hacer deberes y un trabajo de lengua. Ya estábamos de vacaciones, pero nunca me gustaba dejar las tareas que nos mandaban para el próximo curso para hacerlas en el último momento. Mejor quitármelas ya de encima. No me gustaba dejar nada pendiente.

Entre ejercicio y ejercicio y mis otras cavilaciones mentales, las horas se me pasaron enseguida. Pensaba que los ejercicios y el trabajo serían rápidos, pero terminé a tres y media de la tarde. ¡Prácticamente aún tenía la sensación de estar haciendo la digestión de mi desayuno! Y para colmo no me había percatado de la hora hasta que mi hermano dio un gran portazo al cerrar la puerta. Ese era su habitual saludo y la forma de anunciar que ya había llegado a casa.

—Quiero comer. —anunció vociferando. —Ana, Ana, Ana. —comenzó a llamarme cantando por todo lo alto.

—¡¿Qué?! —pregunté desde mi habitación.

—Baja. —ordenó. ¿Qué demonios quería ahora? ¿Acaso no podía hacerse la comida él solo?

Dejé el bolígrafo en el escritorio y alcé mi cuerpo mientras que dejaba escapar un largo suspiro. Que duro era tener que ser la responsable en una relación de hermanos, y eso que era él el mayor.

—¿Qué quieres ahora? —pregunté una vez que había bajado, desde el tercer escalón.

—¿Qué hay para comer? —interrogó en respuesta mientras que pasaba su lengua por los labios y frotaba sus manos.

—Nada. —contesté encogiéndome de hombros. —No he hecho nada porque he comido demasiados churros y... —antes de que pudiera decir nada más, un muchacho salió del baño. Era realmente guapo, moreno con los ojos azules, alto y de tez blanca.

¿Desde cuándo tenía amigos tan atractivos?

Bah, a quién voy a mentir. Desde siempre.

—Ana, te has ido a otro mundo. —chasqueó sus dedos frente mi cara. —Hermanita, sigue.

—¿Mmm? —dije haciendo un sonido nasal y volviendo mi mirada hacia Dani.

—Estabas hablando de los churros que traje esta mañana. —el otro muchacho sonrió jocosamente y supe lo que estaba pensando al instante. Pervertido.

—Bueno, que no he hecho comida. —mencioné queriendo salir de allí lo antes posible. Giré sobre mis talones para subir el próximo escalón pero mi pie quedó suspendido en el aire.

—Espera. —exclamó mi hermano. Me giré para mirarlo de una manera suspicaz. —Este es Álex y esta es mi hermana Ana. —nos presentó. Bajé los escalones que me separaban de ellos y me acerqué al chico en cuestión.

Amor y un chico no tan bueno. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora