CAPITULO TRECE: Álex, el juego y el beso.

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En el coche cada uno íbamos sumidos en nuestros pensamientos. Yo estaba asombrada con él, con su comportamiento, con su forma de pensar. Estas diversas situaciones me habían hecho darme cuenta de lo que valía y había comenzado a aumentar el cariño que tenía hacia él. Y sin exagerar, su actitud frente a l vida era digna de un trofeo. Álex era increíble y por muchos problemas que nos pudiese ocasionar, valían la pena porque estaban muy bien justificados ya que era por su hermana. Vi su lado tierno (ese que yo hace unos días hubiese jurado que no tenía) y digamos que no me desagradó.

Era adorable. Pero ya, no voy a elogiarlo más. Aunque a él tampoco se lo diría, jamás admitiré nada de esto en voz alta. Eso por encima de mi cadáver.

Lo miré. La luz de la luna se reflejaba en su rostro y remarcaba su contorno. Sus ojos azules brillaban con intensidad y, aunque aún persistiese una expresión entristecida, seguía igual de atractivo. Su pelo despeinado caía sobre su frente de forma revoltosa y su cuerpo estaba extenuado. Cuando lo observabas detalladamente podías ver que por cada poro de su piel solo desprendía cansancio y aflicción.

—¿Qué miras tanto? —su pregunta me cogió desprevenida y provocó que diese un pequeño respingo. Alternaba su mirada conmigo y la carretera, contemplándome por el rabillo de su ojo y asomándose una pequeña sonrisa por mi repentino nerviosismo.

—Nada. —contesté mordaz, encogiéndome de hombros y girando la cabeza para plasmar mi vista en el cielo que había tras el cristal.

—¿Por qué me quitas la mirada? —curioseó, esta vez dejando a relucir sin ninguna clase de vergüenza su sonrisa egocéntrica. Aunque, ciertamente, me alegraba un poco que se metiese conmigo si así conseguía que sonriese.

—No te miraba idiota. —negué de nuevo. Bueno, mi lema es negar todo hasta el final.

—¿Entonces el qué? —comenzaba a sospechar que esto era una clase de interrogatorio.

—La luna. —de acuerdo, sé que no es una respuesta muy ocurrente pero es que no actúo bien bajo presión. ¡No me juzguéis! Ese estúpido chico me pone nerviosa sin ni si quiera rozarme.

—Si ya... —ironizó y su risa ronca y sexy inundó el coche. Entrecerré los ojos y le dediqué una mirada amenazadora. Pero ¿a quién quiero engañar? Me gustaba que se riese, que desconectase de esos problemas tan abrumadores que le rodeaban.

Empezaba a pensar que tenía una especie de enfermedad mental porque últimamente no me daba cuenta de cómo pasaba el tiempo. No me di cuenta de cuándo llegamos a casa hasta que el coche se estacionó y Álex apagó el motor. En serio mente, ¿qué demonios pasa contigo? De repente, ese ambiente previamente inundado por el sonido de las risas de Álex, había quedado totalmente en silencio, solo escuchábamos el aire que azotaba los cristales desde el exterior.

—¿Habrá alguien? —me susurró el chico chicle al oído, provocándome un escalofrío y que casi le pegue un puñetazo en un ojo. El chico se alejó rápidamente mirándome aterrorizado. Yo negué con mi cabeza y salí del coche para dirigirme a mi querido hogar.

Abrimos la puerta intentando hacer el menos ruido posible y, a oscuras, tanteamos la barandilla de las escaleras y comenzamos a subir escalón por escalón hasta el piso de arriba, escuchando solamente como crujía el suelo bajo nuestros pies. Sigilosamente, asomábamos la cabeza por pequeñas ranuras que dejábamos una vez que abríamos las diferentes puertas de las habitaciones.

Nadie.

La casa estaba desierta a excepción de nosotros dos y bueno, un grillo que se escuchaba de fondo. Quizás me lo quede como mascota, así tengo a alguien con quien criticar al chico irritante.

Amor y un chico no tan bueno. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora