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Noriaki Kakyoin tenía veinticinco años cuando partió a Inglaterra con meta de exponer su arte en un museo de Londres, como muchos otros, sin saber lo que sucedería, la Segunda Guerra Mundial se desataría. Luego de ser echado a patadas del museo, en desesperación busco la manera de encontrar un teléfono y contactar con su representante y la persona que prácticamente lo había ayudado a venir desde tan lejos pero un

─No puedo, estoy ocupado─

Fue todo lo que obtuvo, el hotel donde se alojaba fue igual, incluso habían colocado un cartel donde se prohibía el ingreso de japoneses, ni siquiera pudo recoger nada de su equipaje ¿Por qué todo debía salir así? Él solo quería hacer lo que le gustaba ser reconocido y ahora... Desesperado fue a la embajada en busca de ayuda y refugio, era el único lugar donde podría estar, por supuesto, en el camino todo fue cosa de locos, ni siquiera pudo tomar un taxi porque todos estaban asustados, las personas lo miraban con horror ¿Qué demonios había ocurrido? Pasando frente a un almacén de televisores escucho la noticia, Japón había lanzado un ataque en Pearl Harbor, todo fue organizado por espías japoneses que vivían cerca al sitio, las bajas fueron desmesuradas, se advertía a el resto de países que tuvieran cuidado, que podría ver espías japoneses en cualquier parte. Eso explicaba todo, pero le pareció absurdo ¿Quién pensaría que cada japonés es un espía? Eso pensó a primera instancia... porque una vez había llegado a la embajada se dio cuenta que mejor nunca hubiese decidido venir, todo estaba destrozado, personas furiosas lanzaban piedras, quemaban llantas, rompían la estructura, mientras gritaban algunas cosas como

─¡Malditos japoneses!

─¡Fuera de nuestro país!

─¡Ladrones!

─¡Espías!

─¡Traidores!

Él tuvo que ocultarse como pudo para no ser apaleado, vio a dos personas en el suelo ensangrentadas, rotos los cráneos y obviamente sin vida, probablemente había sido los que no lograron escapar de la embajada a tiempo y los habían matado de esa manera tan horrorosa. Estaba asustado, asustado y solo en un país que si lo veían lo matarían, aunque no haya razón, aunque suplicara, iba a morir.

Corrió del sitio tan rápido como pudo, se retiró el abrigo que llevaba para cubrir su cabeza, debía ocultarse pronto.

En la noche había logrado encontrar un callejón, repleto de basura, pero con dos o tres japoneses más ocultos ahí, se sintió aliviado hasta cierto punto, ellos no se quejaron de que estuviera ahí, pero al igual que él estaban asustados, si más personas encontraban ese sitio no sería tan fácil ocultarse.

La semana siguiente fue la peor de su vida hasta ese momento, anduvo de un sitio a otro, escondiéndose, sucio, con hambre, no tenía una gran cantidad de dinero pero comprar algo era comparado con la muerte, en esos días había visto morir a varios japoneses, las noches las pasaba en vela, siempre alerta, intentando sobrevivir, su traje estaba desgastado, sabía que debía hacer algo para volver pero no sabía como. El domingo, se acercó a una cabina tan pronto como pudo, inserto unas monedas llamando a su país, a la casa de sus padres, pero nadie contesto, llamo a la recepción, llamo a otras personas, ninguna contesto, pero no fue porque nadie contestará, la línea se había cortado para Japón, no había manera de recibir ni llamar estaba completamente incomunicado. Sin otra opción decidió que lo mejor era morir, prefería quitarse la vida que ser golpeado sin razón, volteo saliendo de la cabina pero había alguien afuera que parecía estarlo esperando ─¡No me mates, por favor!─ grito asustado, el tipo frente a él solo se rio

─No voy a matarte, al menos no ahora─

─¿Q-Qué?─ se golpeó contra el teléfono mientras retrocedía inútilmente, no escucho nada de respuesta porque a cambio recibió un golpe que lo dejó inconsciente.

¿Esto Realmente Es Amor? •|Diokak|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora