Parte XXXIX (Capitulo 145)

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Capítulo ciento cuarentaicinco
»CAPÍTULOS FINALES 


Papá no tiene buena cara, y ya es mucho decir. Luce realmente enfadado, a punto de perder el control. Durante unos pocos minutos adopta una expresión pacífica, porque sabe que alterarse no le sirve de nada.
Bien por él, porque yo no puedo hacerlo. Esa mujer es una de las responsables de lo que está sucediendo. Sin contar que estuvo felizmente involucrada en el secuestro de Amanda. Si no fuera una mujer, en este mismo instante atravesaría el jardín directamente hacia la sala y la molería a golpes.
—Tu madre no estará muy contenta con esto —dice—. Se va a poner como una fiera.
—Y la puedo comprender muy bien. Créeme.
Se cubre el rostro con ambas manos. 
—Tal vez pueda hacer que se vaya antes de que Ana la vea.
—Pero cuando mamá se entere va a ser peor.
Suelta una maldición.
—Tienes razón.
—¿Para qué crees que ha venido?
—Para nada bueno, de eso estoy seguro.
Debo darle toda la razón. De esa mujer no se puede esperar nada bueno. Por tal motivo me inquieta que haya venido hasta aquí, y con Taylor ¿Por qué ha venido con él?
—¿Taylor no te ha dicho por qué ha venido con él? —le pregunto.
Él voltea hacia mí y sus ojos se vuelven oscuros automáticamente, como si estuviese viendo a un fantasma. O, mucho más coherente, a Elena Lincoln.
—Hola, Christian.
Elena. No necesito dar media vuelta para saber que es ella. Tiene una voz empalagosa y molesta, quizá un poco rasposa, pero cargada de una gratificación incomprensible. No quisiera voltearme y verle el rostro. Esa mujer ha hecho demasiadas cosas contra mi familia, y un acto así no soy capaz de perdonar. Nunca.
Papá tiene tensa la mandíbula mientras la mira fijamente. Aprieto los puños y mi pecho se hincha a causa del aire que estoy reteniendo. No quisiera respirar el olor de su perfume. Es repugnante. 
Finalmente me decido a darme la vuelta. ¿Es ella? Sí, es ella. Tiene una mirada imponente y firme. Es delgada y elegante, refinadísima. Si no supiera lo sucia que tiene las manos, podría pasarle por el lado y pensar que es una dama.
Ella me mira fijamente y sonríe.
—Theodore Grey —musita, como si la mención de mi nombre le produjera una enorme satisfacción—. Eres exactamente igual a tu padre cuando tenía tu edad.
Papá me aparta de golpe, ocultándome detrás de su espalda como si fuera un niño de cinco años.
—Ni siquiera lo pienses, Elena. Es mi hijo.
—¿Y eso qué?
—No es ningún idiota. Nunca podrías envolverlo como lo hiciste conmigo.
—Yo te enseñé mucho de lo que sabes. Ana debería agradecérmelo.
Aprieto los puños con más fuerza. Debo recordarme a mí mismo que es una mujer. No debo golpear a una mujer, pero esta en particular está haciendo que se me caliente la sangre, y si continua mirándome de esa manera, esto no acabará muy bien.
Papá suelta un gruñido.
—¿A qué has venido, Elena?
Finalmente decide concentrarse un poco en él.
—Quería hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Sobre Jack. Tengo un par de cosas que podrían interesarles.
—Estás mintiendo —gruño—. ¿Ahora resulta que a estas alturas decides traicionarlo?
Yo la veo sonreír.
—Es muy desconfiado. Igual que tú, Christian.
—Francamente, Elena, cualquier detalle que puedas mencionar de mi hijo no es de tu incumbencia. Dime de una vez qué coños quiero.
—Ya te lo dije. Quiero hablar sobre Jack.
—Entonces empieza. Ahora.
Su rostro dibuja una expresión de burla.
—¿No vas a invitarme algo de tomar?
—No, joder, no —gruñe—. No te quiero en mi casa. Todo lo contrario. Quiero que hables y te marches. 
—¿Es por Ana? ¿Ella decide con quien puedes hablar y con quien no?
—Todo esto siempre ha sido por Ana, ¿no es así? Es porque la escogí a ella. Porque siempre la escogí a ella.
—Es porque dejaste de ser quien eres. Ana no es lo que tú necesitas. Te gusta el control, no que te controlen.
—Teddy. Le preparé un batido a Phoebe y creí que…
Oh, mierda. Mamá. Y junto a ella Amanda, que sostiene una bandeja con dos vasos de cristal llenos hasta el tope con una bebida color ciruela. Al verla, la bandeja comienza a temblar, hasta que al final termina resbalándosele de las manos y cayendo al suelo, donde los vasos terminan hechos pedazos.
Como era de esperarse, mamá es la primera en reaccionar.
—¿Qué está haciendo esta mujer en mí casa? —chilla.
Elena no ha tenido que voltearse para reconocerla. Ella realmente debe odiar a esta mujer, y aunque no es típico de ella, comprendo el por qué lo hace. Se da la vuelta y desconozco su expresión. Sólo sé que mamá se ha puesto roja del coraje. Se me abre un hueco enorme en el pecho por la reacción de Amanda. Es como si le temiera. Como si esa mujer creara en ella un estado continuo de pánico.
Sin embargo, se repone en un instante y avanza hacia ella. Se lleva la mano hacia atrás y antes de que alguien pudiera detenerla le asesta un golpe con tanta fuerza que termina enviándola al suelo.
—¿Cómo se te ocurre siquiera venir aquí? —chilla—. ¿En qué coños estabas pensando?
Por entre el cabello dorado, le veo dándole una mirada despectiva a mi esposa. Se pone en pie tambaleando y se precipita contra ella, pero mamá se interpone y la sostiene del brazo.
—Ni se te ocurra ponerle una mano encima, bruja —gruñe—. Nunca pienses que puedes venir a mi casa a golpear a mi nuera. Nunca.
Forcejea con mamá hasta que, finalmente, ella decide soltarla.
—Ana —musita con desprecio—. No tengo el placer.
—Yo tampoco. ¿Qué haces en mi casa?
Papá se acerca a mamá, alejándola de Elena. Se dedica durante unos segundos a acariciarle el vientre y ella, a modo automático, relaja la expresión.
—Dice que viene a hablar sobre Jack. 
—¿Sobre Jack? —le lanza una mirada gélida—. ¿Por qué no me creo ni una sola palabra?
—Ese no es mi problema, querida.
—Te recuerdo siendo una bruja, pero ahora eres mucho, mucho peor. 
Lo único que consigo es escuchar a Amanda lanzar maldiciones en danés sin respirar. Joder, esto no va a hacerle bien. Ni a ella ni al embarazo.
—No has dicho una sola palabra que explique exactamente el por qué estás aquí —gruño—. Todo lo que has hecho es alterar a mi madre y a mi esposa.
—Tal vez si no me hubiese caído a golpes ya andaría por la mitad.
Amanda vuelve a soltar una maldición en danés antes de trotar hacia ella como alma que lleva el diablo. Antes de acercársele, la tomo de la cintura y tiro de ella unos pasos hacia atrás.
—No sé como tienes el descaro de si quiera dirigirme la palabra —extiende los brazos hacia ella, como si quisiera tomarla del cabello y arrastrarla por todo el jardín—. ¡Jack y tú me ataron, me amordazaron y me mantuvieron encerrada un mes entero en un lugar donde no había ventanas! ¡Por su culpa casi pierdo a mis bebés! ¡Malditos enfermos!
—La idea del secuestro fue suya, no mía.
—Pero lo ayudaste, zorra. ¡Le diste el dinero, le diste el avión donde me trajeron! Se encierro casi me vuelve loca.
—Al parecer estás manteniendo unas secuelas, entonces.
Tenso la mandíbula. Una palabra más y yo mismo me encargaré de hacerla callar.
—Crees que no puedo darte lo que te mereces solo porque estoy embarazada —gruñe, manteniendo el constante forcejeo—. No tienes idea con quién estás hablando.
—No puedo creer lo parecidos que son Christian y tú. ¿Estás segura de que no son parientes?
—Estás enferma.
—No, tú lo estás. ¿Qué clase de persona tiene sexo compulsivamente desde los trece años? ¿Y yo soy la zorra?
Amanda vuelve a forcejear para soltarse. Joder, no voy a poder contenerla por mucho tiempo. Es peor que un león rabioso. Mamá toma a Amanda del brazo y la mira fijamente.
—No caigas en sus provocaciones, cariño. Eso es otorgarle a ella demasiado placer —con la misma determinación se da la vuelta, levanta el brazo por encima de la cabeza y le asesta a Elena una bofetada—. Sin embargo, siempre he pensado que hay placeres que no deben ser negados, y he conseguido satisfacerme muchísimo con esto.
Elena se incorpora lentamente, mirando a mamá fijamente a los ojos, y se lanza contra ella. Papá consigue acarrarla de las manos y neutralizarla completamente.
—Este es mi maldito límite. Ya basta de levantarle la mano a mi familia.
Tira de ella con fuerza y noto que se dirigen al interior de la casa. Mamá va con ellos. Yo sigo intentando contener a la fiera que tengo en brazos. 
—¿Crees que puedas calmarte un poco? —gruño.
—¡No! ¿Cómo se le ocurre venir a esta casa? Esa mujer no tiene…ay, Dios mío, ¡la voy a matar!
—Tú no vas a matar a nadie. Vas a ser una buena chica y vas a calmarte.
—Ted.
—Es por tu salud, y la de las…
—Me duele.
La escucho soltar un gritito.
—¿Qué pasa? —musito alarmado.
Comienza a hacer un pequeño ejercicio de respiración.
—No, no…no es nada.
Se mantiene en una sola posición: levemente inclinada hacia abajo, respirando constantemente.
—Tenías que quedarte quieta —gruño.
—¡No te atrevas a decirlo! —vuelve a soltar un quejido—. Ayúdame a llegar a la silla.
La sostengo de ambos brazos y la guio lentamente hasta la primera silla que encontramos. Se lleva ambas manos al vientre, frotándolo con suavidad, y echa la cabeza hacia atrás para realizar respiraciones más largas.
—Debo llamar a la abuela, ¿cierto? —me paso la mano por el pelo—. ¿Qué es lo que tienes?
—Deseos de estrangular a esa mujer. Eso es lo que tengo.
—Concéntrate o harás que me cabree en serio.
—¿No estás cabreado ya?
—Amanda —gruño.
—Sólo estoy un poco alterada. Necesito calmarme, pero no puedo si estás hablándome así.
—No tendría que hacerlo si me obedecieras alguna vez.
Alza un poco la cabeza y me mira furiosa.
—¿De verdad tienes ganas de discutir?
—No lo sé ¿Las tienes tú?
—No, por supuesto que no. ¿Y te digo algo? Me molesta mucho tu actitud. No quieres que no me altere ¿Dime como lo hago? Esa mujer me mantuvo encerrada en una habitación durante un mes. Allí no entra el sol ni por error.
—No es como si me agrade tenerla frente a mí.
—A ti tal vez no, pero a ella sí.
Frunzo el ceño.
—¿Disculpa?
—Hasta tu madre lo notó. Lo que es peor. Tu padre lo notó. Le recuerdas a tu padre. Le recuerdas al Christian Grey que llegó a tener sexo con ella, y es repulsivo. Podría ser tu madre.
—¿Eso qué tiene que ver?
—¿Qué no lo ves? Esa mujer está enferma. Yo podré estarlo, pero al menos tengo los ovarios de admitirlo.
—Tú no estás enferma.
Me aparta la mirada de golpe.
—Sólo quiero que se vaya. No soporto tenerla cerca.
Su voz ha disminuido un poco. Ahí está de nuevo, ocultándome algo.
—¿Ahora qué? —digo—. Sabes lo mucho que me molesta que me ocultes cosas.
—Es una tontería vieja.
—¿Qué tontería?
La escucho suspirar largo y tendido.
—Cuando Jack me tenía secuestrada, Elena tenía unas fotografías mías y estaba determinada a enviártelas, pero Will se deshizo de ellas.
—¿Estás diciéndome que ella tomó fotografías mientras Jack te golpeaba? ¿Es eso?
—No. Eran fotografías mías con….bueno, con otros hombres, ya sabes. Teniendo sexo.
Joder…
—¿Y cómo demonios las obtuvo ella? —chillo.
—Will las tomó.
—¿Y cómo ostias lo hizo?
—William siempre ha sido bueno en ocultar sus rastros —suelta una maldición—. Por esto mismo no quería decirte nada.
—Creí que habíamos dejado atrás los secretos.
—Lo hicimos —me mira fijamente—. Me olvidé por completo de ese asunto hasta que la vi. No pude evitar recordar el pánico y la incertidumbre de lo terriblemente decepcionado que estarías si llegaras a verlas algún día. De por sí ya era una mujer de moral dudosa.
Agito la cabeza lentamente. ¿Qué voy a hacer con esta mujer?
—Cuando dicen que las mujeres son difíciles realmente no te están puteando —clavo la rodilla al suelo y le tomo ambas manos—. ¿Por qué insistes en eso?
—No insisto. Solo te estoy diciendo como me sentía en ese momento.
—Después de esa ocasión, ¿llegó a amenazarte nuevamente con exponer esas fotos?
—No. Supongo que debe haber creído que Will las envió.
Frunzo el ceño.
—¿Qué hay de las otras fotos?
—¿Qué otras fotos? ¿A caso crees que ando tomándome fotos desnudas para enviárselas con quien me acuesto?
—No, pero sería agradable ver una de esas fotos en mi móvil mientras trabajo.
Alza la mano y me propina un golpe en el brazo. Hace una mueca de dolor. Me ha golpeado con el brazo donde aún tiene la herida de bala.
—Eso sucede cuando andas con la mano inquieta.
—Púdrete —gimotea—. ¿De qué otras fotos hablabas?
—Las del padre de Jack y la madre biológica de papá.
—Esas fotos las tiene Christian. Muy bien guardadas, por cierto.
—Había olvidado esas fotos.
—Claro. Si tú olvidas algo está bien. Si lo hago yo, me peleas.
—No te estoy peleando.
—Sí, como digas.
El escándalo de la discusión repentinamente comienza a subirse de todo, tanto que puedo escuchar los gritos desde aquí.
—Tienes que conseguir que tu madre salga de esa discusión. A ella tampoco va a hacerle bien.
Asiento.
—¿Ya estás mejor? —pregunto.
—Sí. Yo me quedo aquí. Saca a tu madre de esa pelea.
—No. No te voy a dejar aquí.
—Ted, no quiero entrar con esa mujer ahí.
—No vas a quedarte aquí. Lo lamento.
Me pongo en pie rápidamente, tomo sus manos y la ayudo a levantarse.
—¿Es necesario que entre?
—Ella no va a lastimarte. Tendría que pasar primero sobre mi cadáver.
—Ella no quiere un cadáver. Quiere un hombre de carne y hueso —suelta un gruñido—. A veces no puedo soportar la idea de que otra mujer desee a mi hombre.
—Lo estás malinterpretando todo.
—No. Tú no la mirabas, pero yo sí. Lo veía en sus ojos. Y después dice que yo soy la enferma. Al menos le abro las piernas a alguien cerca de mi edad.
El gritoneo del interior se ha puesto mucho peor.
—Después respondo a ese comentario, nena. Vamos adentro.
—Pues qué remedio.
Tomo su mano y tiro de ella, caminando juntos hasta la casa a paso muy lento, tanto por su salud como por la inquietud de la escena que pueda encontrarme. Aún no tiene sentido que viniera. Dice que quiere hablar sobre Jack, pero todo lo que ha hecho es atacar directamente a mi familia. Empezando por Amanda y luego mi madre. Elena no le llega ni a los talones a Anastasia Grey, y ese hecho tan obvio la carcome por dentro. A lo que realmente ha venido es a sembrar el caos y sé que papá lo ha notado.
Para mi sorpresa, cuando entro de lleno a la sala, la que está soltando los gritos y los insultos no es mamá. La abuela está lanzando amenazas abiertas al aire, exigiendo que esa mujer abandone la propiedad. ¿Entonces la conoce? Sí, la conoce, y no le es agradable reencontrarse con ella. Mamá, por el contrario, está sentada en el sofá frotándose la cabeza. Papá está arrodillado junto a ella, asegurándose de que se encuentre bien. Y para cerrar con broche de oro, Amanda parece volver a alterarse.
Este es mi maldito límite.
—Yo creo que ya es suficiente —grito con fuerza.
El griterío entre la abuela y Elena finaliza.
—O empiezas a hablar ahora mismo o yo me haré cargo personalmente de que lo hagas sentada en una sala de interrogatorios.
Su semblante es el de una mujer que se siente amenazada, pero que no pretende dar su brazo a torcer.
—Si me llevan a prisión jamás les diré donde está Jack.
Amanda me aprieta la mano, buscando un punto del que sostenerse, así que le devuelvo el apretón.
—No lo harás —la escucho decir—. Si atrapan a Jack, él va a inculparte.
—La única manera de salir de esto es si me prometen la exoneración total de los cargos. Estaré ayudándole a decirles donde está. Su pesadilla por fin será cazada.
—No soy muy dada a la paciencia, bruja. Si tienes algo que decir, dilo ya.
—Primero acepta el trato que te propongo.
—Nunca —gruñe—. Los quiero a los dos en la cárcel, pudriéndose como las ratas que son.
—Supongo entonces que nunca lo encontrarás. Está muy bien escondido.
—Por supuesto. Se esconde como una rata que finge ser el rey de nuestras vidas.
Ella permanece en silencio por un largo rato. De perfil, consigo ver como su semblante cambia radicalmente.
—Como un rey… —musita—. Oculto como un rey.
La miro fijamente.
—¿De qué estás hablando?
—Jack le enseñó a Will a jugar ajedrez en prisión. Tengo vagos recuerdos de esas visitas, pero sí recuerdo algo que dijo un día. El rey solo se queda cómodamente instalado en su casilla mientras el resto se encarga de hacer el trabajo sucio.
—¿Y eso qué?
—Supongamos que somos el ajedrez. A Jack le pertenecen las fichas blancas, ya que él dio el primer golpe, y a nosotros las fichas negras. De las fichas blancas Jack es el rey y esta…mujer, sería la reina. El caballo era Will, estoy muy segura, y el alfil definitivamente era Susan.
Elena suelta una carcajada.
—¿Entonces sabes lo de la niña tartamuda?
—Cállate, bruja.
Yo no puedo evitar sonreír.
—En cuanto a las fichas blancas, Christian es el rey y Ana la reina. El caballo es Ted y el alfil es Taylor —agita la cabeza—. Pero el jugador cambió, por lo que las chicas también. El rey ahora es Ted, yo soy la reina, Christian el caballo y Ana el alfil.
—Espera —musito—. ¿Realmente estás comparando todo esto con un juego de ajedrez?
—Es un juego que requiere mucha astucia, y aunque es lo que nos ha estado fastidiando la vida, Jack la tiene. Supo donde buscar influencias. Sabía dónde buscar a la reina perfecta, al caballo perfecto, al alfil perfecto, pero nosotros también —señala a Elena—. Por eso ella está aquí. Le hicimos jaque. Ella lo sabe, por eso ha venido. Sabe que terminaremos dándole jaque mate en cualquier momento y mayormente sucede cuando consigues la cabeza de la reina, la que en este momento tenemos.
Papá se levanta del suelo y observa a Amanda con un nuevo aire.
—Eso es muy brillante, pero sigue sin decirnos donde está Jack.
—Ella ya lo ha hecho. Indirectamente, claro está, pero lo ha hecho.
Él frunce el ceño.
—Quieres decir…
—Si seguimos en el tablero, ¿qué fichas nos faltan?
—Los peones. Los peones y la torre.
—¿Y cuál ha sido la torre de la discordia desde un principio?
—El Escala —papá truena los dedos—. Grey Publishing.
Amanda asiente una vez. Cuando papá voltea hacia Elena, su rostro denota inquietud. Si plan de salvarse ha sido neutralizado por completo gracias a un Hyde y un Grey. Jaque mate.
—Jack Hyde está oculto en Grey Publishing —dice él—. Tiene todo el sentido del mundo. Solía trabajar ahí antes de comprarla y conoce cada pasillo, cada oficina y cada hueco dentro de la misma. Debajo de la empresa hay un sótano muy viejo. Lo utilizamos para guardar el papeleo que ya no cabe en el sótano superior.
Levanto una ceja.
—¿Esa empresa tiene dos sótanos? —pregunto.
—Sí, y Jack debe estar usándolos para ocultarse —introduce las manos en el bolsillo, saca el móvil, teclea sobre los botones y se pega el mismo al oído—. Taylor…Reúne a unos cuantos hombres…Ya sabemos dónde está Jack…Grey Publishing…Que se preparen todos los que tengas disponibles…Sí, avísale también al detective.
Él cuelga y cuidadosamente toma ambas manos de mamá, mirándola fijamente.
—Iré con Taylor.
Los ojos de mamá emiten toda su preocupación y su miedo.
—No, por favor —musita—. Deja que él se encargue.
—Ana, necesito encargarme de que esta vez lo atrapemos.
—Puedes salir herido. Te lo suplico, no vayas.
Suelto una maldición en silencio.
—Mamá, él tiene razón —digo—. Yo iré con él. Ya se ha escapado muchas veces. No podemos permitir que lo hagas.
Sus ojos azules se cristalizan por las lágrimas.
—Ya es bastante malo que tu padre. Si van los dos…
Amanda salta hasta posicionarse frente a mí.
—Ted, Jack les va a hacer daño apenas lo vean. No pueden ir. Es demasiado peligroso.
Le tomo ambas manos.
—Amanda, por favor, hay que hacer esto.
—Que lo haga la policía. No voy a soportar vivir si algo te pasa. Si Jack te lastima, yo solo voy a…
Suelto sus manos, le tomo cariñosamente la cabeza entre ellas y acerco su boca a la mía, besándola para calmarla, lenta, muy lentamente.
—Todo va a estar bien.
—Yo no te creo —sus ojos azules comienzan lentamente a lloriquear—. Te voy a perder. Si vas, Ted, te voy a perder. Jack no va a dejar que regreses a mí.
—Lo vamos a atrapar. Te lo juro, mi amor. Esta pesadilla se acaba hoy.
—No —gruñe—. Mi pesadilla iniciará hoy. Te voy a perder. Tengo mucho miedo. No quiero que vayas. Ten piedad, Ted.
Le vuelvo a dar un beso, uno largo y dulce. 
—Voy a volver. Te lo juro. Voy a regresar, mi amor, y tendré el placer de decir “te lo dije”.
Me aparto de ella y voy hacia mamá, le tomo las manos y se las cubro con besos.
—Vamos a estar bien —musito.
—Theodore Grey —gruñe—. Estarás castigado por mucho tiempo si te atreves a marcharte.
Le sonrío.
—Mamá, ya no soy un niño.
—Me importa un demonio.
—Te prometo que estaremos bien.
Le doy un beso en la mejilla y me despido con rapidez de la abuela. 
—No deberían ir —le lanza una mirada a papá—. Ninguno. 
—Vamos a estar bien —decimos los dos al mismo tiempo.
Papá se despide de mamá, de la abuela y de Amanda con mucha delicadeza, asegurándoles, al igual que yo, que regresaríamos. 
Antes de atravesar la puerta, observo al manejo de nervios que son estas tres mujeres. Por dentro estoy sintiendo una pena horrible, pero también una gratificación. Este es el final de Jack Hyde. El rey de las tinieblas por fin iba a ser vencido.
Con ese pensamiento acogedor, atravesamos las puertas y nos encaminamos a uno de los coches de la entrada, que iban a llevarnos hacia la tan esperada victoria en contra de nuestro verdugo.

SORPRESA 2 X1 PARA MIS BELLEZAS!!

QUE TENGAN BUENAS NOCHES Y DULCES SUEÑOS!!

BESOS, BENDICIONES!

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Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora