Parte XII (Capitulo 112-117)

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Capítulo ciento doce.



Treinta minutos más tarde, parece como si la sala repentinamente resultara ser pequeña. Había mucha gente, sin duda. Incluso más de la que esperábamos. Stella no había bromeado cuando dijo que su familia era enorme. Sonrió apenada, lo que me hacia entender que ella no los había invitado. Así que libremente podríamos esperar que más de su familia siguieran llegando a lo largo de la noche. Me pregunto vagamente si al obseso del control le gustará tener la casa tan llena. Yo espero que no, porque eso significa que en la noche Amanda y yo tendríamos una discusión asegurada.

Ella seguía sentada junto a su padre. Stella casi se desmaya al verlo. John fingió alguna clase de falsa fortaleza durante el tiempo vacío en que duró llegar hasta los brazos de su padre. Bruno parecía haber obtenido nuevas fuerzas. Ya no se le veía tan cansado ni tan pálido. Supongo que el ver de nuevo a su familia después de tanto tiempo debe haberle sentado muy bien. Además se había enterado que Amanda iba a darle gemelos. Y que John iba a darle una nieta. No puedo esperar porque todos sepan que los gemelos son dos niñas.

Sonrío ante la imagen antes de darle un pequeño y flojo sorbo a la copa de vino. Quisiera poder decir que esa sensación de «Oye, algo no va bien» ya ha desaparecido. Pero no. Sigue ahí. Ya no es como un nudo, más bien es como un tsunami interno y personal. Tengo que felicitarme a mí mismo. Me he mantenido tranquilo, nadie si quiera puede imaginar lo angustiado que me siento. Por unos largos segundos tengo el temor de que aquella sombra haya sido Jack.

Ahogo el pensamiento con otro trago de vino. Ya estoy sintiendo como el alcohol me adormece, pero no me relaja. Solo consigue hacerme sentir como si durmiera sobre sábanas de seda en una noche de lluvia. Tengo que dejar de tomar y sustituir el vino por un poco de café, pero papá se ha lucido trayendo uno de los mejores vinos que han creado. Y hoy me siento bastante más volátil que días interiores. Creo que tomar no puede ser tan malo en un día como hoy, así que aparto la culpa insensata de mi lado.

Parpadeo lentamente y veo como Amanda pasa por un reguerete de brazos hasta llegar a mí. Reconozco a algunas personas por aquella ocasión cuando fui a buscarla después de haberla abandonado. No les veo muy animados al mirarme, así que supongo que ellos tampoco han de haber olvidado aquel detalle molesto. No puedo culparlos. Si le hicieran la misma mierda a mi hermana posiblemente andaría con una escopeta las veinticuatro horas del día.

Se desploma junto a mí, se acurruca como le da la gana y recuesta la cabeza sobre mi hombro. Yo no protesto. No me molesta. Me tomo el resto del vino y coloco el vaso sobre la mesa continua. Deslizo mi brazo hacia ella y la atraigo hacia mí. La pequeña porción de carne que hay pegada a mí dispara una calidez que va directamente hacia mi pecho. La observo de reojo y a veo con los ojos cerrados. 

— ¿Te sientes bien? —musito.

—Yo sí. Tú tienes algo.

—Mm…no. Yo estoy bien.

—Llevas treinta minutos aquí sentado, te has tomado tres vasos de vino. Algo tienes.

— ¿Me vas a prohibir que tome?

—No, por Dios. Yo solo digo que estás raro. Hace unas horas estabas casi dando saltos de aquí a la luna.

Sonrío.

—Aún puedo dar saltos hasta la luna, Am.

—Saltos pero con una pierna de ye… —ronronea—. Me dijiste Am.

Agito la cabeza, divertido.

—Oye —susurro—. Quiero proponerte una escapada.

— ¿Tomaste? —bromeo.

—No, nene. Tranquilo. Anda, ¿nos escapamos?

—A ver, ¿a dónde?

—A la cocina.

Suspiro.

—Creo que debes entender primero lo que es una escapada. Es irse de un lugar a otro, que no esté en la propiedad.

— ¿Vienes conmigo o no?

Pongo los ojos en blanco y tiro de ella mientras me levanto. Suelta una carcajada de niña traviesa y se me adelanta por un par de pasos. Abre la puerta de la cocina dándole un azote con la mano abierta y reprimo el deseo de susurrarle que está loca.

—Bien, ya estamos aquí —musito burlón—. ¿Cuál es tu siguiente gran paso?

Aletea las pestañas con rapidez mientras me sonríe. No puedo evitar corresponderle. Tiene una sonrisa impecable.

—Llevo meses debiéndote un postre y nunca te lo he preparado, así que le pedí a Ana que me prestara su cocina para que lo hiciéramos juntos. ¿Te parece?

—Define “hacerlo juntos”.

Pone los ojos en blanco y acaba por darme un golpe en el brazo.

— ¿Sabes que estaba bromeando, no? —musito burlón.

—Ya sé, pero tus palabras gritan un doble sentido que me ponen los pelos de punta.

—Tú también me pones, y no de los pelos.

— ¡Ted! —chilla—. Hablo en serio.

—Bien —me encojo de hombros—. ¿Por dónde empezamos?

—Decidiendo el postre, ¿tal vez?

—La experta en cocina eres tú.

—El que quiere el postre eres tú.

—Pero tú lo cocinarás.

—Y tú lo prepararás.

—Touché —sonrío—. Para mí estará bien cualquier cosa que prepares. Me gusta cocinar contigo.

—A mí también, pero quiero que sea algo que tú quieras.

—Amanda, no soy mucho de postres. Los únicos que me gustan son de chocolate. Lo que me prepares estará bien.

Pone los ojos en blanco mientras suspira.

—Hay uno —dice—. Se llama el coulant de chocolate. Es un bizcocho caliente con el interior relleno de chocolate líquido. También le dicen volcán de chocolate porque al partirlo el chocolate se derrama en el plato —sonríe—. ¿Lo quieres?

Agarro sus manos y le doy suaves caricias.

—Todo lo que hagas con ellas es perfecto.

—No quiero que sea perfecto. Quiero que te guste.

Me llevo sus manos a la boca y le dejo suaves besos mientras sonrío.

—Está bien, haz el coulant. ¿En qué te ayudo?

Sonríe como una niña.

— ¿Se te dan bien los huevos? —pregunta.

—No tanto como a ti.

Deja caer la cabeza hacia atrás mientras suspira.

—Tomaste mucho, ¿verdad?

—Algo —me carcajeo—. Nada serio.

—Sólo bate los huevos, que son seis, con ciento treinta gramos de azúcar. Bátelos bien, que queden mezclados completamente. Y basta de comentarios sucios.

Le respondo con una sonrisa antes de soltarle las manos. Cuando agarro los huevos veo que tiene en la encimera un envase hondo, una batidora plateada y el azúcar. No espero a que me de órdenes, que se le da muy bien también cuando estamos en la cocina. Rompo los huevos, echo la azúcar y mezclo. Veo de reojo que coloca el chocolate y la mantequilla en un envase que coloca en el microondas. ¿Cómo consigue sacar todo tan rápido? No es su cocina, por Dios. Incluso yo a veces confundo los lugares. Permanece frente el microondas mientras termino de batir los huevos. Tiene los ojos fijos en la nada, pensativa. Dejo el envase sobre la encimera y me acerco a ella. Tiro cariñosamente de su pelo hasta que consigo llamar su atención. La cubro con los brazos desde la espalda, y ella cede ante el cariño.

— ¿En qué estás pensando? —musito cerca de su oído.

La siento temblar y me maravillo de ese efecto involuntario.

—En papá, en mis dos madres, mis hermanos —suspira—. Me hace muy feliz que se lleven bien, tanto así que Stella y Tanya han estado viviendo juntas durante todo este tiempo. Supongo que Tanya va a marcharse en cuando Bruno regrese a la casa. Me preocupa el donde va a quedarse —vuelvo a sentir como tiembla—. ¿Y si se marcha?

Recuesto mi barbilla en su hombro.

—La he observado un poco. No lo sé. Realmente se ve que te quiere a ti y a William. La veo muy interesada a encontrar a tu hermana también.

—También estaba pensando en ella. Me preocupa el cómo ha de estar viviendo.

—Bueno, cielo. No es bueno angustiarse tanto. Tal vez Tanya se mude con tu tío o con William y tu hermana va a aparecer. Christian Grey está al pendiente de la búsqueda —sonrío—. Te considera algo así como una hija.

—Christian es un gran hombre, como su hijo.

Sonrío contra su cuello.

—Lo que hace grande a un hombre es una gran mujer. Papá y yo corrimos con la suerte de recibir en la oficina a la mujer correcta.

La escucho carcajear, pero era un sonido casi como un silbido. Gira un poco la cabeza hacia mí, de modo que veo la sorpresa reflejada en su rostro. No tardo en descubrir que el sonido no lo había provocado su risa.

— ¿Qué fue eso? —pregunta.

Se calla ante el bullicio del siseo. Me aparto de ella, la agarro de la mano y camino despacio por la cocina. Centro mi atención en la puerta que da al jardín, que se abre y se cierra sola con el azote de un viento inexistente. El siseo vuelve, así mismo la ansiedad y el miedo. Aprieto su mano y camino hacia la puerta que da a la sala. Lanzo una mirada a la otra puerta y lo que veo entrar por ella me provoca un sentimiento agrio de miedo y asco.

Una serpiente.

Amanda suelta un grito espantoso del más puro miedo, mientras la serpiente se arrastra con determinación y calma hacia nosotros. Ella vuelve a gritar y se me eriza el vello de todo el cuerpo. Tiro de ella tan torpe y nervioso que acabamos en el suelo de la sala. Vuelvo a tirar de ella y nos deslizamos a prisa por el suelo. Amanda está temblando. La boca se me seca y siento que me pesa bastante más todo el cuerpo. Me pongo en pie y tiro de sus brazos, pero no hace más que gritar y llorar sin control.

—Sh, ya —tiro suave de su cabello y le seco las lágrimas con los pulgares—. No te hará daño, sh. No llores.

Escucho el escándalo de pasos que se acercan a nosotros. Abrazo a Amanda para controlarle el temblequeo. Papá es el primero en lanzarse hacia la cocina, así que no me da tiempo de advertirle. Amanda vuelve a gritar cuando la serpiente interrumpe en el interior de la sala. Los gritos más allá resonaron también.

—Mierda —oigo mascullar a papá—. Ana, sal de aquí. Ted, tú también. Saca a tu hermana.

La estampida de gente corriendo hacia afuera se inició tan violentamente que repentinamente pareció una calle sin salida. Agarro a Phoebe con cuidado y me la llevo hasta afuera, sentándola suavemente sobre uno de los escalones. Hace una mueca, pero intenta sonreírme.

—No me hagas esa cara —gruño—. Si te duele algo, dímelo.

—No me duele nada, estoy bien ¿Qué pasó?

Me nace un nudo en la garganta que no me deja responderle.

—Todo está bien, no te angusties. Quédate aquí y no hagas movimientos bruscos.

Me aparto de ella con casos tranquilos. El bullicio de los gritos de Amanda acaba con mis nervios. Ya está, es todo. Debe ser Jack. La sombra, la serpiente. No hay otra explicación. Controlo el deseo por gritar un par de cosas imprudentes. Siento el golpe brutal de su cuerpo cuando choca contra el mío. La cubro con mis brazos del frío, de miedo, de todo lo que puedo cubrirla. Un huracán amenaza con hacer erupción dentro de mí cuando la siento temblar.

—Nena, tranquila —susurro dándole un beso en el pelo—. Sh, ya no llores.

—No estoy llorando —gimotea.

—Eres un asco, mentirosa —deslizo mis labios sobre los suyos para intentar calmarla. Parece funcionar, porque deja de temblar—. No tienes por qué asustarte. ¿Crees que le permitiría a esa cosa hacerte daño?

—Esa cosa la envió Jack —se acerca más y la recibo—. Tiene qué. Es el único estúpido que haría algo así y ya me está haciendo explotar las pelotas.

—Nena, tú no tienes.

—Voy a explotar las tuyas si vuelves a corregirme.

—Te juro que no te entiendo. Hace diez segundos estabas lloriqueando y temblando y ahora refunfuñas amenazas al azar.

—No te estoy amenazando —cierra los ojos y respira hondo—. Estoy un poco enojada ¿Por qué Jack tiene que arruinarlo todo siempre?

—Eh, no. Nada de eso. Jack no ha arruinado nada. Nos dio un buen susto, es todo —mordisqueo cuidadosamente su labio y su lápiz labial acaba esparcido por toda mi boca—. No te ha tocado a ti, ni a mis hijas, ni a mi familia. Me tienes a mí, te tengo a ti. Jack no ha arruinado eso.

—Pero…

—Ya cierra la boca, Sandford. Jack quiere que sientas esa inseguridad, que nos pongamos a temblar. A esta misma fecha hace unos meses hubiese caído en sus provocaciones. Pero yo no voy a ser un Jack para mis hijas. No las volveré a dejar, ni a ti. A ninguna.

Noto que se tranquiliza y el cuerpo entero aleja de golpe una angustia que la oprimía. Quisiera decir lo mismo, pero esas palabras solo se escapaban para mantenerla tranquila. Que un rayo me parta. No iba a dejar que Jack Hyde siguiera poniéndole los nervios de punta. 

—Papá no acaba de salir —susurro inconsciente.

Mierda.

—Seguro la serpiente escapó de él —bromeó—. Yo lo haría.

—Voy a considerar seriamente darle honor al apellido Grey y darte unos azotes.

— ¿Por qué?

—Porque puedo —bromeo—. Sé buena y quédate aquí.

Intento caminar hacia la casa, pero me agarra con fuerza del brazo. Hago una mueca de dolor.

—Au —me quejo—. ¿Eres hombre o mujer?

—Dímelo tú. Conoces mejor a mi vagina —sus ojos azules no son agradables—. No puedes entrar.

—Mi papá está adentro.

—Y una serpiente de dos metros y medio —enarco una ceja—. Bruno era dueño de un zoológico. ¿Crees que no sabría cosa así? 

—Entonces quiero saber por qué todo ese griterío, lloriqueo, temblequeo…

—No me gustan, punto. Dios, Ted. No entres. No quiero. 

No hubo necesitad de hacer nada. Papá salió de la propiedad con el rostro oscuro. Decir que estaba molesto era quedarse realmente corto.

—Taylor ya se encargó de la serpiente —explica—. Estaba en el jardín cuando escuchó los gritos.

Estira hacia mí un trozo de papel, el cual sostengo.

—Estaba pegado en la pared junto a la caja que presumo contenía a la serpiente.

Leo la pequeña nota.

«Tenemos una cuenta pendiente que pienso cobrarme. Esto fue tu adelanto. –B»

B. No sé quien sea. ¿Jack? ¿Con qué fin? En caso de que no sea, no recuerdo tener problemas con nadie cuyo nombre empiece con B. No quiero angustiar más a Amanda, así que me guardo la nota en el bolsillo y le hago una seña a papá para que dejemos la charla para más tarde.

—Fue un paquete —mentí—. Creo que al dueño original no le llegará su mascota.

Mientras digo eso, ruego en silencio porque Amanda no sospeche. Pero en el fondo sé que va a buscar el momento apropiado para interrogarme y no sé cuando tiempo va a durarme la mentira.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora