Parte XIV (Capitulo 119-120)

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Capítulo ciento diecinueve


Punto de vista de Amanda

Me escondo tras la ancha espalda de Ted, un poco nerviosa. Ana está histérica, literalmente histérica, por el golpe en la nariz. Estoy esperando el momento en el que Ted explique que he sido yo la del golpe. Quisiera tener una puerta tras mi espalda para escapar. Supongo que él ha previsto mi deseo, porque estamos casi pinchados en una esquina. Mierda.

—Yo estoy bien, mamá —lo oigo decirle por milésima vez.

Hago una mueca y me oculto un poco más. Extiende una mano hacia mí, pero no consigue alcanzarme.

—Pero mira qué golpe tienes, Theodore Grey ¿Cómo rayos te lo conseguiste?

Alzo un poco el rostro, observando a Ana por encima del hombro.

—Fue mi culpa, perdón —musito con rapidez.

Ana parpadea tres veces. Ni una más, ni una menos.

—Tuve una pesadilla —me apresuré a explicar—. Lo golpeé sin querer…

—Yo le explico —me interrumpió Ted—. Se quedó en el coche, se quedó dormida, fui a despertarla y me golpeó. El golpe era para el Jack de sus sueños, pero tengo la mala costumbre de meterme en donde no me llaman.

—Lo siento —me disculpo.

—En serio, ya cállate. Comienzas a aburrirme.

—Es que no fue mi intención.

—Amanda, ya lo hablamos. Cállate.

Frunzo el ceño.

—Eres un bruto.

—No soy yo quien reparte golpes dormida.

—Ya te pedí disculpas —gimoteo.

Veo que pone los ojos en blanco.

—Oye, mamá ¿Papá todavía tiene lo de primeros auxilios en su oficina?

Ella asiente sin emitir palabra alguna. Ted me agarra de la mano y nos acercamos hasta la casa a oscuras.

—Tengo la impresión de que tu madre está un poco molesta conmigo, lo cual no me hace feliz. De hecho, en la escala del uno al diez, estoy en cero.

Él suelta una carcajada.

—Si esto te hace gracia, estoy ansiosa porque pruebes que tan buena es una patada en los huevos.

—Ya sé como es. Tenía diecinueve, besé a una chica de dieciséis en frente de su novio. Primero fue golpetazo en el ojo, luego el casi interminable dolor en los testículos —tira de la puerta y la abre—. Mi familia está acostumbrada a verme con golpes.

—Esas cosas pasan cuando andas de pica flor.

—Si no hubiese sido de esa manera, tal vez no estuviéramos a este nivel. Ya sabes a lo que me refiero.

Cuando se gira hacia mí, noto que sonríe como un ladrón que acaba de conseguir su botín. Me remojo los labios, deseosa por volver a probar su boca.

—Te refieres al hecho de que me acosaste sexualmente, supongo —musito en broma.

Veo que hace una mueca a son de broma mientras tantea la pared para encender la luz. Cuando consigue encenderla, gira de nuevo hacia mí.

—No recuerdo que te acosara sexualmente. De hecho, creo que desde tu punto de vista eso fue lo que sucedió. No desde el mío

— ¿Y qué fue lo que sucedió, según tu punto de vista?

—Lo pasamos bien, es todo.

—No hicimos nada hasta, um, dos meses después. Y porque me dio la gana de volver.

Él sonríe.

—Te querías ir —me señala con el dedo índice—. Si mal no recuerdo.

—Bueno, más o menos. Quería evitarme de problemas.

— ¿Recuerdas lo que me dijiste por teléfono antes de marcharte?

— ¿Adiós? —bromeo.

Él se acerca como león a su presa.

—«Soy mala para ti» —susurra—. «Ni siquiera sería buena como amiga» —sonríe cuanto tira de un mechón de mi pelo—. «No puedo. Te deseo, Ted» —cuando se acerca, su respiración golpea directamente en mi boca. Aún tiene el aliento cargado de alcohol—. «Te deseo desde el primer día que te conocí. Sucumbir a la tentación es demasiado para mí».

—Um —deslizo el dedo por sus labios—. Qué buena memoria tienes. Ni yo lo recordaría tan preciso.

—Las recordé todos y cada uno de los días durante esos dos meses —me sujeta de la cintura—. No tienes idea de cuantas noches me masturbé pensando en ti.

Parpadeo, pero la quemazón por el rubor en mis mejillas termina por delatarme.

—La mayoría de las veces estaba borracho —sonríe.

Algo se mueve en el sofá, puedo verlo desde aquí. Al prestarle toda mi atención, Ted acaba por dirigir su mirada en la misma dirección que la mía. La mata de pelos rojo me hace temblar y retroceder.

—Jack —jadeo asustada.

El recuerdo de la pesadilla me altera. La boca se me seca y siento que la sangre deja de fluir por un instante.

—Óyeme, no —William se alza por encima del sillón—. Acabo de escuchar a tu novio decir que se masturbaba pensando en ti —alza las manos—. Necesitaré terapia después de eso, pero puedo perdonarlo. Pero no vuelvas a llamarme Jack o vamos a tener una gran pelea. Una muy seria, señorita.

Tengo el pulso acelerado, pero mi cuerpo se relaja un poco con las suaves caricias de Ted en mis brazos desnudos.

—Esposo —le digo con la voz seca—. Ted ahora es mi esposo. Y ya no soy señorita.

—Amanda, no lo empeores.

— ¿Y qué haces adentro como un ladrón? —pregunta Ted.

Adriadna se alza temerosa por encima del sofá. Ted da un paso adelante, listo para sacar a la fiera celosa.

—Antes de que explotes, solo estábamos hablando —mira a mi hermano de reojo—. Ella está lista, dile.

Ted frunce el ceño.

—Adriadna Kavanagh, si es que estás embarazada…

—No —le guiña el ojo—. Todavía no. En fin —se pone en pie y da saltitos hasta Ted—. Tú y yo iremos a dar un… —abre los ojos como plato—. ¿Pero qué ostias te pasó en la cara?

Gimoteo en modo de protesta y me cubro el rostro con la mano. Oigo la risa de William en el fondo.

— ¿Se lo hiciste tú? —me cuestiona—. ¿Qué tienes en contra de las narices?

—Tú cierra la boca.

—Recuerdo la patada que me diste. Hubo una fractura pequeña, por si te interesa saber.

—Te dije que cerraras la boca, William Hyde.

—Eh, para. Ya te estás pasando.

De cruzo de brazos, frustrada mientras Adriadna le revisa el golpe de la nariz.

—Hay que curarte eso —me lanza una mirada fría—. Necesitamos hablar luego.

Me encojo de hombros, pero Ted se la lleva del brazo hacia el despacho de su padre. Oh, no. Era lo que me temía. Respiro profundamente por la boca, intentando evitar un ataque de pánico. El silbido de mi hermano es lo que consigue evitarlo.

— ¿El golpe por qué fue? —frunce el ceño—. ¿Discutieron?

—No, es —sacudo las manos en el aire— otra historia.

—Bueno, ya que Adriadna se fue hay mucho más espacio en el sofá —hace una seña con las manos—. Ven.

Estoy demasiado cansada de esto como para negarme, así que termino por desplomarme en el sofá como si cargara por horas algo realmente pesado. William estira sus largos brazos alrededor de mí y me dejo abrazar por mi gemelo.

—Te ves tensa —me da un beso en el pelo—. No estabas así de tensa en el hotel.

—Me siento un tanto inquieta. ¿Jack no te hace sentir así? 

—Imaginé que irías por ahí. ¿Te refieres al hecho de que no se ha dado a ver?

Asiento.

—Bueno, Rory. Claro que me inquieta, pero eso no debe inquietarte a ti. Por tu estado debes…

—Ya lo sé, pero te juro que no puedo. Me levanto todos los días con un mal sabor de boca. Yo sé que a Ted le pasa exactamente lo mismo, pero no quiere decirme para que no me altere.

Will me toma de la mano y me da suaves caricias en ella con el pulgar.

—Tu marido te tiene más protegida que a la reina de Inglaterra. Dudo que Jack pueda llegar a estar siquiera a un metro de ti.

—No exageres. Generalmente nos acompañan dos hombres.

—Amanda, como mínimo los acompañan seis. Los otros cuatro ni siquiera tú los notas.

—Mm —digo. Me pregunto por qué Ted no me lo ha comentado.

—Pero no solo estás tensa por eso ¿Me quieres contar?

Suelto un suspiro.

—Me quedé dormida en el coche. Tuve una pesadilla. Jack… —me estremezco—. Bueno, él…

Me veo obligada a callar. Recordarla de nuevo me ponía los nervios de punta.

—No me quería matar a mí —replico con la voz seca—. Quería matar a mis bebés. Era…

Vuelvo a callar. Abro ligeramente la boca y respiro profundamente. Comienza a dolerme el pecho y me pregunto vagamente si es normal. Las manos me tiemblan, pero no puedo controlarlas. El temblequeo comienza a extenderse por todo mi cuerpo.

—Es un simple ataque de pánico —me toma de ambas manos—. Solo respira.

Doy grandes bocanadas de aire y la calma regresa a mí con profana lentitud.

—Entiendo que estés preocupada, pero estás ahogándote en un vaso de agua —cubre mi rostro con sus manos y me hace mirarlo fijamente al par de ojos exactos a los míos—. Ni Ted, ni Christian ni yo vamos a permitir que te toque un pelo. Ni a ti ni a los bebés. Trata de calmarte un poco. No te está haciendo bien.

Asiento frenética.

—Adriadna dijo que debías decirme algo —digo, intentando cambiar el tema.

—Sí, tengo que hacerlo —me da un beso en la frente y se aparta un poco—. No sé como decírtelo.

— ¿Tiene algo que ver con las drogas?

William suelta una maldición.

— ¿El niño Grey te lo dijo, eh? Parece que no se podía quedar callado.

—No, él no me dijo nada.

— ¿Entonces como te enteraste?

—Porque te vi irte al jardín, después Ted te siguió y salieron a los pocos minutos. Cuando fui al jardín vi la droga. Ted no la consume, así que debía ser tuya.

Sonríe.

—Eres una chica lista.

—Una chica lista muy sentida —busco su mirada, que esquiva la mía—. Soy tu hermana. ¿Por qué no me dijiste?

—Tú tienes problemas.

—Soy tu hermana. ¿Por qué no me dijiste?

Él frunce el ceño.

— ¿Por qué me lo repites?

—Porque soy tu hermana y debiste decirme, punto. 

—Estás con tus problemas.

—Ben, eso no importa. Todos tienen problemas. Hay veces en que sí, siento que se me cae el mundo encima, pero solo dura un momento.

—Te acaba de dar un ataque de pánico. Estabas casi trasparente.

— ¿Y qué es un pequeño ataque de pánico entre hermanos? —suspiro—. ¿No confías en mí?

—Lo hago, totalmente.

— ¿Entonces?

Permanece callado por unos segundos.

—Voy a ingresarme en un centro de rehabilitación en Illinois durante tres meses.

La noticia casi se asemeja a un golpe en la cabeza.

— ¿Por qué tan lejos? —chillo.

—Quiero cambiar de aires —suspira—. Quiero quitarme todo esto del cuerpo. Traje droga a una celebración familiar ¿No te parece que ya estoy bastante mal?

—Entiendo —suspiro—. ¿Cuándo te vas?

—Mañana en la mañana.

Suelto una protesta en danés. William solo ríe.

— ¿En qué idioma estás hablando?

—Danés —gimoteo—. ¿Por qué tan pronto?

—Yo de verdad, de verdad, quiero sacar toda esta mierda que tengo encima. Me cuesta infiernos enteros dormir.

— ¿Tiene algo que ver con la prima de Ted? —bromeo.

William solo consigue ruborizarse un poco.

—No te creo —chillo—. ¿Te gusta?

Inclina un poco la cabeza.

—Es una persona muy interesante, dulce, con un magnifico sentido del humor y es excesivamente comprensiva. Estaba conversando con ella sobre internarme.

— ¿Y qué tal?

—Pues —sonríe—. Dijo que iría conmigo.

— ¿Estás de broma? —chillo—. Eso es muy dulce. Además que desde la distancia se le nota que está loquita por ti.

El rubor en sus mejillas es un poco más notable.

—Ya cállate —balbucea.

Me deslizo por el sillón hasta conseguir acurrucarme en sus brazos otra vez.

— ¿Quién lo diría? Los Hyde liados hasta el tuétano con los Grey. La ironía está en todos lados.

—Bueno, ella es una Kavanagh.

—Ajá, pero también es una Grey. De esa no te escapas, pillín.

Él suelta una carcajada de niño.

—No solo voy por mí, Rory. También voy por ella, porque no quiero que eso sea un obstáculo para que su familia me acepte —me aprieta mas contra él—. Y voy por mi preciosa hermana. Porque necesito recuperar veinte años enteros, pero quiero hacerlo bueno y sano.

Los ojos se me humedecen un poquito.

—Ya verás que lo haremos, Will —me aferro un poquito más—. Te quiero. 

Él me da un beso en el pelo.

—Te adoro.

Me escondo en su cuello, inhalando su singular olor a yerbabuena.

—Hueles a anciano —bromeo.

—Eh, eso fue culpa mía —musita Adriadna.

Ted la trae envuelta en un abrazo rarísimo, pero tierno. Ella consigue escapársele ágilmente y lanzarse sobre el sofá. Yo me pongo en pie y camino hacia él, que me recibe con sus grandes manos en mi cintura.

— ¿Ya estás curado? —le pregunto.

—Tuve una enfermera loca, pero consiguió el objetivo.

Sonrío.

—De verdad lamento el…

Ted consigue hacerme callar presionando sus deliciosos labios de dios griego en los míos.

—Te has disculpado tantas veces que he perdido ya la cuenta.

—Es que yo…

Presiona el dedo índice contra mis labios, pero consigo morderlo.

—Me duele muchísimo menos. La abuela ya se encargará de darme algo para el dolor.

—Entonces te duele.

—No golpeas nada suave, mi amor.

—Diría que lo siento, pero parece que eso comienza a irritarte.

—Sí, algo —sonríe—. En cierta forma me da mucho alivio. Sé que sabrías como defenderte.

—Básicamente me crié en la calle. De que sé hacerlo, sé hacerlo.

Su sonrisa se ensancha.

—Y vaya que lo haces muy bien —musita con la voz ronca.

—Calla.

—Quisiera que me acompañaras a un lugar.

— ¿Sabes que ya nos hemos escapado demasiado, verdad?

—A donde quiero que vayamos es aquí mismo. No iremos tan lejos.

Aparto sus manos de mi cintura y le entrego las mías.

—Entonces puedes llevarme a donde quieras.

— ¿Incluso si eso supone ir a una habitación?

—Los estamos escuchando —murmura William.

Ted suelta una carcajada.

—Nos va a tomar solo unos minutos. Debo regresar al jardín a calmar a mamá.

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Ted abre para mí la puerta de su antigua habitación. No consigo comprender el por qué estamos aquí, pero de todos modos permito que la tranquilidad de este lugar me inunde. Me siento en la cama. Me duelen los pies.

—Tengo buenos recuerdos de esta cama —me dejo caer sobre ella—. Sigue siendo muy cómoda.

Ted suelta una carcajada y tira de mi mano, obligándome a ponerme en pie.

—No te traje para acostarnos en la cama —me envuelve entre sus grandes brazos—. No aun.

—Eres un aguafiestas —ronroneo.

—Quiero que veas algo —sigue tirando de mí hasta la ventana, posicionándome detrás de mí—. ¿Qué vez?

Frunzo el ceño, confundida.

—Veo a tu familia —entrecierro los ojos—. La mía igual. ¿Cuál es tu punto?

—La última vez que estuvimos en esta habitación, lo único que realmente querías era una familia con la que vivir tranquila —siento su mejilla juntarse con la mía y sonrío—. Yo te había prometido que la tendríamos.

—Cierto —musito encantada.

Doy un respingo cuando sus manos envuelven mi vientre.

— ¿Notas todo lo que ha cambiado? —me da un beso en el cuello—. De no tener una madre, ahora tienes dos. Sucedió lo mismo con tus hermanos, tu padre está bien, estamos embarazados y acabamos de casarnos. ¿Es suficiente para ti?

—Ted, el simple hecho de tenerte ya es más que suficiente.

Parpadeo con rapidez cuando sus manos agiles giran mi cuerpo. Agarra mi rostro con ellas y me besa. Mi cuerpo se sacude ante la delicia de su boca. Cierro los ojos y disfruto de él, de sus manos tocándome, de su boca tomándome.

—Dije que íbamos a tardarnos unos pocos minutos —jadea—, así que olvídalo.

—Sigo pensando que eres un aguafiestas.

—Lo siento, nena. La luna de miel tendrá que posponerse.

— ¿A estas alturas del juego vas a imponer la abstinencia? 

—Luna de miel es luna de miel. Hay que aguardar.

—Tu padre no va a permitir que vayamos ni de aquí a la esquina.

—Mi señora, yo ya no soy un crío. Usted tampoco. No necesitamos pedirle permiso a nadie para pasar nuestra luna de miel en el lugar que nos plazca.

— ¿Y ya tiene una idea del lugar al que le gustaría ir?

—A decir verdad, tengo la idea en la molleja.

— ¿No piensa compartir la información?

Agita la cabeza.

—Qué bonito —gruño.

—Será una sorpresa, mi señora.

—Bueno, bueno. No intentaré hacerte hablar porque no vas a ceder.

—Me conoces bastante bien.

Abro la boca para hablar, pero en lugar de las palabras lo que se me escapa es un bostezo.

— ¿Ya estás cansada? —pregunta cariñoso.

Asiento.

—Entonces vamos a despedirnos.

— ¿No quieres quedarte a festejar con tu familia? Casi no estuvimos en la casa.

—Ya nos reuniremos después.

— ¿Pero no quieres?

—Sí, pero tú estás cansada.

—Yo me quedo aquí. Descanso un poco y luego bajo.

—No, nos iremos a casa.

—Hazme caso y no discutas. 

Él parece dudar.

— ¿Estás segura?

Asiento.

—Está bien —mordisquea mi labio—. Vendré en un rato.

Me da un último beso antes de marcharme. La habitación queda a oscuras, pero para mí está bien. Me siento incapaz de dormir si hay demasiada luz. Me recuesto sobre la cama y me acurruco con una almohada. Los párpados me pesan, así que cierro los ojos. A medida que mi mente se serena y mi cuerpo cae ante el sueño y la pesadez, creo escuchar la voz de Jack susurrarme buenas noches.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora