Parte XXXI (Capitulo 137) -Editado-

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Capítulo ciento treintaisiete

Punto de vista de Ted

Me despierto por culpa del frío. Cuando abro los ojos, debo deducir que es de noche o de madrugada. No estoy seguro. De lo único que estoy seguro es del espacio vacío junto a mí. Mi esposa no está. Me levanto perezosamente de la cama y camino hasta el baño. Desde luego, ella no se encuentra allí. Sólo hay un lugar donde se me ocurre que podría estar.

—La cocina —murmuro.

Camino fuera de la habitación lentamente. Deben ser cerca de las cuatro de la madrugada. ¿Cómo puede ser posible que esté despierta? El relajante debería mantenerla dormida por largas horas, no lo contrario.

Al bajar las escaleras, la descubro acomodada perfectamente en el sofá, envuelta a medias por una manta morada mientras toma algo aparentemente caliente de una taza gris.

—¿Qué haces despierta? —bostezo—. ¿Exactamente qué hora es?

Me obsequia una pequeña, pero preciosa, sonrisa.

—Poco más de las cinco. No podía dormir. Creí que un poco de chocolate caliente me ayudaría. Queda un poco en la cocina si quieres.

Agito la cabeza. Me encamino lentamente hasta situarme junto a ella, por su izquierda, para no tocarle el brazo por error. Cuando la miro, me cuesta recordar que esa mujer recibió un disparo hace pocos días. Está tan serena y hermosa, como un ángel que ha venido para ennoblecernos con su esplendor.

—Si no podías dormir, ¿por qué no me despertaste?

Da un pequeño trago antes de responderme.

—Porque te veías muy cansado.

—Cariño, no debes hacer esfuerzos. El brazo.

Suelta una carcajada.

—Ted, no soy la primera persona que recibe un balazo.

—Yo lo sé, pero me preocupa. Es todo. No olvides que estás embarazada.

—No importa cuánto lo intente, no puedo olvidar algo así.

No tengo otra opción más que sonreír. Le da un largo trago al chocolate y yo permanezco en silencio mientras la observo. El brazo derecho reposa mansamente sobre un cojín de color crema. No hay rastro de angustia ni dolor, ni siquiera de una pequeña ira o frustración, en su impecable rostro. Sólo está siendo bellamente tranquila, y me lastima muchísimo suponer que se debe a que no recuerda lo sucedido con Jack. Pensar en aquella noche me produce un vértigo insoportable. Todo lo que puedo recordar es verla caer tan frágil en mis brazos y la sensación inmediata de pérdida cuando cerró sus ojos.

—Ted —la oigo llamarme.

Le sonrío para no angustiarla. No sé si me ha dicho algo. Sólo espero que no esté notando esa molesta angustian vieja que estoy experimentando.

—Estás muy pensativo y yo sé por qué —me toma de la mano ¿Cuándo ha soltado la taza de chocolate?—. Estoy sintiéndome muy bien. El medicamento disminuye mucho el dolor.

—Significa que te duele.

Suelta una carcajada.

—Es una bala. Va a doler, pero no para siempre.

Hago una mueca. Ella se me acerca despacio, muy despacio, y se acomoda sobre mi pecho, con la cabeza acomodada en el hueco de mi garganta. No me ha soltado la mano, y me encanta. Somos una sola pieza.

—No puedo dormir, no porque no tenga sueño, sino porque no puedo dejar de pensar en lo que pasó. Al menos lo que recuerdo. Lo único que puedo decir es que siento que le di la cara a la muerte.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora