Parte XXIX (Capitulo 135) -Editado-

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Capítulo ciento treintaicinco.

Punto de vista de Amanda

Los dedos cálidos de Ted dibujan corazones y estrellas en mi vientre hinchado mientras él lee El Lórax, su libro infantil favorito. Está medio recostado en la cama, sosteniendo el teléfono mientras lee, pero las caricias sobre mi piel no cesan ni por un minuto.

—…a menos que alguien como tú se preocupe mucho, nada va a mejorar.

Deja caer el móvil sobre la cama y presiona varias veces la boca sobre mi vientre, haciendo escándalo y sonidos extraños con la misma.

—Ustedes no tienen que preocuparse. Su madre y yo nos encargaremos de que todo esté bien para ustedes, y vamos a sembrar árboles como lo hacíamos papá y yo.

Sonrío un poco, pero estoy tan cansada que es más una mueca que una sonrisa. He estado teniendo muchísimos problemas para dormir después de la llamada de Jack. A Ted le ha afectado, claro, pero por algún motivo a mí me afecta más. No puedo olvidar su voz rasposa gruñirme por teléfono, ni sus palabras pastosas y sucias, muchísimo menos de la manera tan despectiva en que se había referido a mis hijas. Par de sanguijuelas.

Todavía estoy sintiendo ese indescriptible deseo de atravesar la línea y saltarle encima, rasguñarle la cara y enseñarle a que lo mío debe respetarlo. He intentado mantener ese zafarrancho de ira dentro de mí en total silencio para no inquietar a Ted, sobre todo porque ha estado comportándose de una manera excesivamente dulce para que yo esté bastante en paz, pero se me es difícil.

No le he dicho que Jack me amenazó de muerte. Eso lo alteraría muchísimo. Lamentablemente, sé que es algo de lo que tarde o temprano va a enterarse. Si no es por mí, Jack encontrará la forma de hacérselo saber. Lo más que él desea es inquietarnos a todos, y joder, sabe hacerlo muy bien. Incluso ahora, mientras Ted me llena de mimos y sonrisas alegres, tengo ese desagradable y amargo sinsabor de inquietud, desesperación y miedo.

—…así que él sólo llamó al banco y depositó Dios vaya a saber cuánto dinero en mi cuenta.

Parpadeo, confundida.

—Lo siento, Ted. No…no te escuché. ¿Qué me decías?

—Que Wallace depositó dinero en mi cuenta. Ya supo que nosotros, o mejor dicho tú, apartó aquella sección del hotel.

—Oh, ¿cómo lo supo?

—Creo que él y Sophie lo dedujeron. Aunque no era difícil saberlo. Sólo tuvieron que atar los cabos sueltos.

Aunque la felicidad es genuina, tengo que esforzarme muchísimo por sonreír. Creo que él lo ha notado, porque sus ojos azules están fijos en los míos.

—¿Qué tienes, cariño?

Hago una mueca. Oh, no. Tengo el molesto nudo formándose rápidamente en mi garganta. No me quiero echar a llorar.

—Sólo estoy cansada —susurro.

Sus ojos siguen observándome, y yo estoy a unos pocos segundos de desplomarme.

—Tienes los ojos pequeños —se acomoda mejor en la cama, de modo que ahora se encuentra junto a mí. Desliza el pulgar por mis labios—. Tus labios tiemblan. Cariño, ¿qué está ocurriendo en esa cabeza?

Intento controlar el sollozo, pero es inútil. Comienzo a llorar como una niña pequeña, y hago acoplo de toda mi fuerza de voluntad para mantener mis nervios en control por un momento. Sus dedos cálidos hacen una danza preciosa sobre mis mejillas mientras seca mis lágrimas.

Los ojos de Ted brillan por la comprensión y el más puro amor que consigue desarmarme por completo. Sabe lo que estoy pensando. Jack. Jack. Sin embargo, no está juzgándome ni intentando apartarlo de mi mente. Sabe que no voy a poder hacerlo.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora