Parte XXXVIII (Capitulo 144)

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Capítulo ciento cuarentaicuatro.
»CAPÍTULOS FINALES 


Odio tener que hacerles esto. Sólo veo a mamá y a papá con el rostro cenizo, observándome, mientras yo les voy contando, al menos hasta donde tengo conocimiento, lo que ha sucedido en la casa. La abuela está revisando a Amanda en la oficina de papá. Phoebe sigue dormida. Ella podría armar un escándalo aún mayor.
Mamá fue la primera en reaccionar.
—¿Él simplemente entró? ¿Eso fue todo? ¿Abrió la puerta y husmeó la propiedad? —le lanza una mirada gélida a papá—. ¿Qué es lo que sucede con la seguridad? No recuerdo que fuera tan ineficiente.
La mandíbula de papá se tensa.
—Taylor ya está trabajando en ello.
—¿Y qué sucede si el problema es Taylor?
—¿Estás insinuando algo?
—Christian, Taylor ha estado centrado en otro asunto y no se ha enfocado en la seguridad de la familia. Jack Hyde entró a la casa de mi hijo y casi asesina a mi nuera ¡Otra vez!
Frunzo el ceño.
—¿Qué otra cosa podría estar haciendo Taylor? Ese hombre ama este trabajo.
Papá suspira.
—Tenías tus propios problemas y no quería angustiarte —dice.
Mamá lo mira fijamente.
—¿También has tenido problemas? ¿Me los has contado?
Papá le responde con un movimiento de la cabeza.
—Tampoco quería angustiarte, Ana.
—Bueno, teniendo a ese desquiciado por ahí, ¿cómo podría no hacerlo?
—Ana…
—Dime en qué nuevo lío estás metido, Christian.
Él me dedica una mirada suplicante.
—Jack había encerrado a Amanda en mi cuarto de juegos cuando la secuestró. Tiene unas fotos.
—¿Las de tu madre y…?
Sus ojos grises se vuelven gélidos.
Mamá se cubre la boca con ambas manos antes de soltar un chillido.
—¿Tiene fotos de ese cuarto? —papá asiente—. ¡Te dije que te deshicieras de él! ¡Ya tenemos uno aquí!
Sus ojos se abren como dos platos gigantes cuando voltea hacia mí. Hago una mueca.
—Yo no quería saber eso —musito lentamente.
—Lo siento, yo, oh, perdóname. 
—Mamá, mejor hagamos de cuenta que no me has dicho nada.
Ella asiente frenéticamente.
—Sólo para estar seguros, ¿está cerca de alguna habitación a la que yo haya ido?
—Has ido a todas —dice papá. Sus ojos son severos—. Pero si estás tan ávido por saber, está…
—¡Christian!
Sé que es incorrecto, pero termino sonriendo.
—¿Qué ha hecho Jack con esas fotos? —pregunta papá.
Antes de responderle, desliza la mano lentamente desde sus piernas hasta las suyas y entrelaza sus dedos con los de ella. 
—Ana, tenemos todo bajo control. Quiso hacerlas públicas, pero conseguimos evitarlo.
—¿Cómo?
Él se encoge de hombros.
—Oh, Christian. ¿Qué compraste?
—Esta vez fue un periódico —admite— Veámoslo del lado positivo. No había comprado todo un periódico. 
—Christian…
—No había comprado ninguna gran empresa en algo de tiempo. Creí que estarías orgullosa del avance.
Aunque intenta hacerse la dura, mamá termina derritiéndose ante los firmes ojos de papá y le dedica una sonrisa amplia.
—¿Cómo puedo siquiera discutir contigo? Creo que he perdido esa habilidad.
—Lindo, lindo —me aclaro la garganta—. Demasiado romance. ¿Podríamos retomar nuestra previa conversación? 
Papá asiente.
—Taylor está tomando cartas en el asunto. Considero que debe quedarse aquí por unos días. Hemos estado organizando una nueva vigilancia en la casa.
Mamá abre los ojos como platos.
—Eso es —musita—. Christian, es muy claro. Por eso Jack ha ido tras mi hijo.
Él frunce el ceño.
—¿A qué te refieres?
—La seguridad aquí es exquisita porque tú estás aquí. ¿Quién no cumpliría con su deber teniéndote cerca, vigilándolos todo el tiempo?
—Creí que ya habíamos pasado de la etapa donde me veías como un megalómano obseso del control.
—No. Jamás, pero ese es el punto. Todos aquí cumplen porque tienen al jefe e casa. Sin Taylor vigilando, o tú, la casa de Ted…
—Ellos simplemente creen que no es tan importante estar todo el tiempo en vigilia —finaliza papá—. Tiene sentido. En tal caso, tengo un par de hijos de puta que despedir.
Suspiro. No sé cómo es que no lo he visto venir.
—Papá, apenas esto es una teoría. Quizá Jack sólo llegó y disparó.
—Tal vez, pero tal vez no sea así. No voy a descartarlo.
No sirve de nada intentar convencerlo de lo contrario, así que lo dejo por la paz.
—Por lo pronto, como ya he dicho, deben permanecer en esta propiedad. Si desean buscar algo, deberán esperar a que Taylor esté presente. No pueden ir solos. No sabemos qué cosas haya dejado Jack.
—¿Hablas de una bomba o algo así? Porque no creo que esté tan…
Papá me fulmina con la mirada. Yo me encojo un poco en el asiento.
—Olvídalo —musito.
Observo a mamá colocar su mano sobre la de él. En el rostro de papá se muestra el efecto inmediato. Sus ojos se suavizan, asimismo su expresión. Parece un par de años más joven, y sólo ha necesitado que mamá lo toque.
La puerta del despacho se abre.
—Te dije que estaba bien —gruñe mientras entra a la sala—. Por cierto, tu abuela tardará un poco. Está atendiendo una llamada.
Yo le sonrío. Tiene las mejillas sonrosadas y los labios ligeramente curveados sin siquiera haberse dado cuenta. Ella sabe que está en perfectas condiciones. De los dos, quien único se ha alterado realmente he sido yo. Me he preocupado demasiado. Amanda sabe lo que hace. Es mucho más fuerte y resistente que antes. Además, sabe manejar un arma y lanza golpes fuertísimos, y de ambas cosas soy testigo.
—Eso lo sé —digo.
Entrecierra los ojos un poco.
—¿Entonces todo esto a qué se debe?
Mm. Tiene las manos en la cintura. La pose me recuerda a mamá y aquellos días cuando llegaba tardísimo. Le hago una seña para que se siente en el sofá junto a mí. Ella agita la cabeza.
—Asaltaré la cocina de tu madre. Tanto correr de aquí para allá me ha despertado el hambre.
—¿Pero la abuela qué te ha dicho?
—Quiere que coma y tome un té de manzanilla. Ese té no me gusta, pero la doctora ha hablado.
—Pues ve entonces. Hazle caso al doctor.
—¿Qué tú no tienes hambre?
Mamá suelta un chillido tras levantarse del asiento.
—Voy a prepararles algo de comer.
Amanda da un saltito.
—Yo te ayudo.
Suelto una carcajada.
—Mamá, espero que sepas que ella no te dejará hacer absolutamente nada.
Ella suelta una carcajada. Amanda sólo se limita a mirarme con el ceño fruncido.
—No está bien que me pongas en contra de tu madre.
—Yo no he hecho tal cosa.
—Sí, cómo no —envuelve su brazo alrededor del de mamá mientras se la lleva hacia la cocina—. Se me ocurre que podríamos preparar pollo italiano o bisteck a la fiorentina. No sé qué opines tú, pero yo me muero por comer algo italiano.
—La verdad lo que mencionas no se escucha nada mal. ¿Sabes prepararlo?
—Por supuesto. 
Cuando cruza la puerta hacia la cocina, su voz se desvanece lentamente hasta que, al final, sólo es un murmullo lejano.
—No tienes idea del lío en el que se ha metido tu mujer —bromeo.
—Ana podrá con ello.
—Bueno, no la has visto en la cocina. Amanda puede olvidarse de que está acompañada. Es muy posesiva en esa área.
—¿Sólo en esa?
Levanto una ceja.
—No comprendo.
Él me obsequia una mueca burlona.
—Supe lo que sucedió en el restaurante.
—¿Cuál restaura…?
Oh. El restaurante chino. Está refiriéndose al incidente entre Rachel, Amanda y yo.
—¿Tú como te enteraste?
Levanta una de sus imponentes cejas.
—Eso tal vez es lo de menos. ¿Qué sucedió?
—No fue nada, al menos nada que fuera importante.
Él me mira fijamente.
—¿Estás seguro? 
—No ha sido nada. Sólo me encontré con esa mujer en el restaurante y cruzamos palabras rápidamente.
—¿Fue una de las muchas con las cuales estuviste?
—No, no realmente. Era de la escuela. No la veía desde que me gradué.
—¿Y a Amanta qué tal le pareció?
—¿Tú como crees?
—No simpatizó mucho con ella. 
—Ni un poco. 
Se inclina ligeramente hacia adelante para acomodarse, colocando la pierna sobre el muslo.
—A Ana jamás le ha agradado Elena. Al principio intentaba olvidarlo porque, según ella, Elena era mi única amiga. No tenía amigos, es cierto, pero esa mujer no era exactamente una amiga. Era como una droga, una que ya no consumes pero la mantienes cerca por si te tiemblan las rodillas.
—Supongo que eso a mamá no le gustaba.
—No, no lo hacía, y siempre me lo mantenía presente. 
Me acomodo un poco en el asiento. Es la primera vez en mucho tiempo que me hablaba de Elena, pero la primera vez que me contaba cosas más intimas. Admitir que ella había sido una droga tiempo atrás no debe haber sido tan fácil como parece.
—¿Qué sucedió, papá? ¿Por qué te alejaste de ella?
Cuando veo sus ojos, hay una combinación muy intensa de sentimientos y al instante me arrepiento de haberle preguntado. Él nunca ha sido muy abierto con su pasado, al menos no conmigo y con mi hermana. Teme que dejemos de quererle, o que nos sintamos defraudados, pero eso jamás podría pasar. Sé que ha tenido muchos momentos difíciles en la vida. Pero, si puedo ser honesto conmigo mismo, tengo la mente mucho más abierta y capacitada para comprender temas tan difíciles como este desde que Amanda me expuso sus propios gustos. He intentado mantenerme con la mente lo suficientemente abierta para comprenderlos a ambos.
—Ana me había dicho que estaba embarazada —comienza a decir—. La noticia me impresionó, así que me fui por unos tragos, y terminé frente a su salón de belleza. Creyó que estaba finalizando mi matrimonio con tu madre.
—Por alguna razón presiento que insinuó algo sexual, ¿no es así?
Él me sonríe culpable.
—De no haber conocido a Ana, probablemente hubiese aceptado.
—¿Y si mamá no hubiese estado embarazada? ¿De todas maneras hubieses ido a buscarla?
Agita la cabeza.
—Ni siquiera sé por qué había ido. Últimamente lo he estado pensando un poco y sigo sin poder comprenderlo. Salí a tomar y terminé desahogándome con ella. Me sirvió para una cosa. Me di cuenta que no necesitaba de ella en realidad. Quizá en el pasado ella me enseñó cómo controlar una parte de mí que era inestable, pero después de un tiempo sólo se volvió dañino.
—No estoy juzgándote. Lo tienes presente, ¿cierto?
Me obsequia una sonrisa pequeña.
—Pasará un rato antes de que esas dos mujeres decidan que prepararán de cenar. Además, tu hermana sigue dormida y tus dos hermanos menores están viendo películas.
—¿Y qué tienes en mente?
Él me sonríe.

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—Vamos, Ted, te recordaba más rápido.
Yo le sonrío burlón mientras le devuelvo la pelota. Es mucho más difícil atraparla cuando el guante que llevo puesto es más pequeño que mi mano.
—No estás jugando limpio —gruño.
—No planeaba jugar limpio —encorva un poco el cuerpo y se lleva la mano y la pelota hacia la espalda—. Piensa rápido.
Lanza la pelota antes de que pueda siquiera percatarme, de modo que la misma me pasa rosando la oreja.
—Estás frío —se burla.
—¿Tienes una idea del tiempo que llevo sin hacer deporte? —troto hasta acercarme a la pelota, echo el brazo hacia atrás y la lanzo. Él la atrapa sin problemas—. A duras penas recuerdo lo que es una pelota.
Él agita la cabeza. Lo disfruta, y eso crea una enorme satisfacción en mi pecho. No está pensando en Jack. Incluso parece unos cuantos años más joven.
—Yo en tu lugar iría practicando. ¿O no jugarás béisbol con tu hermano?
—Sí, por supuesto. También lo haré con Démitri, y alguna vez con mi hijo.
—Apenas tienes dos en camino, ¿y ya estás planeando el varón?
—Tú me enseñaste que no debemos conformarnos, ¿no es así?
Me sonríe burlón.
—A tu madre se le ha ocurrido una idea que es de mi total agrado.
—¿Ya se acabó el juego? 
Inclina un poco la cabeza.
—No estás en tu mejor forma. De hecho hasta has subido de peso.
Me froto el estómago.
—Am cocina demasiado bien. Uno no puede reducir la comida cuando es ella quien la prepara.
—No me mal interpretes. Me tranquiliza que comas bien. 
—Oye, tampoco es que estoy gordo.
Suelta una carcajada.
—No, es cierto.
—Ibas a contarme la idea de mamá.
Chasquea la lengua al recordarlo.
—A Ana le gustaría hacer varias fiestas en una.
—¿Eso como se haría?
—Es muy sencillo. Celebraríamos tu cumpleaños, el mío, el de Ana y el de Phoebe. También el día del padre. Celebraremos todos esos días especiales que nos hemos saltado.
Sonrío.
—Me gusta como suena. Podemos agregar el cumpleaños de Amanda.
—¿Ya está cerca? ¿O ya pasó?
—Es en diciembre.
—Bueno, podemos adelantarlo. Creo que no habrá problema.
—Estoy seguro de que Amanda se ofrecerá para la comida.
Él no dice nada. Sólo me mira y me sonríe.
—Te ha cambiado el rostro entero. 
Levanto una ceja.
—No lo comprendo.
—Te cambia el rostro cuando la mencionas.
Dejo caer un poco la cabeza y sonrío. Lo escucho soltar otra carcajada.
—Se siente bien, ¿no es así? Mucho mejor que tener a cualquier mujer.
—Lo dices por experiencia, ¿eh?
—Por supuesto.
Cuando lo miro, tiene esa sonrisa enorme de crío enamorado. He visto esa expresión por años, porque siempre tiene a mamá en la mente.
—Miren a mis dos hermosos hombres.
Giro la cabeza un poco. Mamá se acerca a nosotros, cargando cuadro tazas de chocolate caliente sobre una bandeja de plata. Amanda lleva en las manos un tazón de malvavisco, los cuales está comiéndose.
—Está haciendo frío —gimotea—. Así que preparamos chocolate caliente.
Mamá suelta una carcajada.
—Yo sólo observé lo que hacía.
Amanda toma una de las tazas y la extiende hacia mí.
—Ana me dijo que te gusta con tres gotas de vainilla.
Yo le sonrío, aceptándole la taza. Envuelvo el brazo alrededor de su cintura y la atraigo hacia mí. Doy el primer sorbo sin apartar mis ojos de ella.
Madre mía. El sabor del chocolate es diferente. Es dulce, es cálido, como una fiesta que estalla en la boca. Es un cosquilleo maravilloso desde la punta de la garganta hasta el estómago. El estallido de sabor continúa magnificamente. Es espumoso, cremoso, pero muy dulce. Aún siento que algo ha estallado en mi boca. No puedo dejar de saborearlo.
—Dios mío —escucho a papá gruñir.
Él le da otro gran trago al chocolate y lo veo relamirse a gusto. Le ha gustado. Mamá tiene una expresión de felicidad mientras se remoja los labios con la lengua. También le ha gustado.
El chocolate tiene el toque especial de Amanda, y a todo el mundo le ha encantado. Yo sonrío orgulloso. Esa es mi chica.
—Esto está magnífico —gruñe mamá. La satisfacción está presente en su voz—. ¿Le pusiste algo especial? Porque esto es...Vaya, ni siquiera sé como describirlo. He probado chocolates calientes riquísimos, pero este es el mejor de todos.
Amanda se sonroja un poco. Yo pruebo otro poco de este pedazo de cielo.
—Es un ingrediente secreto —musita.
Yo sonrío burlón.
—Tú no tienes ingredientes secretos —le digo.
Ella me pone los ojos en blanco.
—¿Y tú qué sabes?
—Yo te conozco, mujer.
Gimotea.
—Pero sí tiene un ingrediente secreto. Sólo mamá Stella lo sabe.
Permanece en silencio por unos segundos, meditándolo, hasta que, finalmente, se separa de mí y se acerca a mamá, susurrándole algo al oído. El rostro de mamá demuestra sorpresa.
—¿Y eso es todo? —suelta una risita—. Es algo tan sencillo y aquí nunca falta.
—Lo vuelve más cremoso, ¿no te parece?
—Sí, y mucho más delicioso. Podría tomar de esto toda la vida.
Mamá observa rápidamente el reloj de muñeca de papá.
—A Phoebe ya le toca su medicamento y aún no despierta. Tendré que ir a levantarla —enrosca su brazo alrededor del de Amanda—. ¿Me acompañas? Quiero ver si puedo conseguir que me pases algunos consejos más. Realmente cocinas delicioso.
—Sí, por supuesto, no hay problema. Sé de unos trucos para que las carnes queden jugosas y bien cocidas. 
Las dos se marchan del jardín, cada una con su taza, agarradas del brazo. Yo sólo puedo sonreír. Me llena de satisfacción que a una le agrade a la otra.
Papá me da un golpecito en el hombro.
—Taylor llegó —dice.
—¿Él dónde estaba? ¿Revisando la casa?
—No. Surgió algo.
Oh, no...
—¿Qué cosa?
—Elena.
—¿Qué hay con esa mujer?
Suelta un largo suspiro.
—Ha venido con Taylor. Está frente a la casa y quiere hablar con nosotros.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora