Parte XXVI (Capitulo 132)

6.6K 156 8
                                    

Capítulo ciento treintaidós.

MINI MARATÓN 2/2

»Punto de vista de Amanda

Me despierto con el magnífico aroma del océano impregnado por todos lados. También detecto un aroma distinto, pero igualmente maravilloso. Hay poca luz colándose por entre las cortinas y la puerta de cristal que da al balcón. Estoy envuelta por unas comodísimas sábanas que se encuentran extrañamente frías, lo que es aún más magnifico. Me estiro en la cama por casi un minuto entero y le abro los ojos al paraíso. 

Cuando estiro los brazos al espacio contiguo al mío descubro que Ted no está en la cama. Me froto los ojos y me impulso hacia adelante lentamente hasta conseguir sentarme. Parpadeo sorprendida cuando veo el suelo cubierto totalmente de pételos de rosa azul. Me cubro la boca luego de soltar una carcajada. Ted aparece de repente, utilizando solo un pantalón de piyama largo. Carga en sus manos un pastel que luce de lo más delicioso. 

—¿Y esto a que se debe? —pregunto riéndome.

Él coloca el pastel sobre la cama. Tiene un par de esposas abiertas hechas de pasta laminada gris. Tiene escrito “FELIZ LIBERTAD, AMANDA” en color azul. Suelto una carcajada.

—¿Te volviste loco?

Él sonríe. Cruza los brazos y mi corazón late a la misma velocidad que un colibrí. Luce como un chico malo, sonríe como un chico malo, y siempre he tenido una debilidad hacia la tentación. 

—No podíamos dejar pasar por alto tu primer día de libertad.

Yo solo le sonrío. No sé de qué está hablando, así que solo me quedo calladita viéndole sonreírme. Ted agita la cabeza lentamente y se acomoda junto a mí en la cama, cubriéndome entre sus fuertes y cálidos brazos, y yo me siento en casa. Dejo caer la cabeza en su pecho, cierro los ojos y escucho su corazón. Es rítmico. El armonioso escándalo de sus latidos me arrulla como una canción de cuna. Es casi como estar bajo un hechizo. Suave, dulce, mío.

—Tal vez estés un poco confundida —me da un beso en el pelo—, pero todo inició anoche mientras te veía dormir. Estabas tan tranquila, como si nada pudiese derrumbarte. Era como verte libre. Anoche dejaste ir todo ese peso. Hoy estás liviana. Siento que estoy con la misma mujer, pero también siento que esa mujer está renovada. Es una chica que no le teme a nada, que no se arrepiente de nada.

Le doy un beso en el pecho.

—¿Y por eso me mandaste a hacer un pastel?

—Ajá —me sacude el pelo—. Hoy es un día especial, ¿no crees? Pasamos a la siguiente etapa. 

—¿Te parece?

—Créeme, lo hicimos.

—¿De verdad?

—Mm.

Siento sus labios moverse desde la oreja hasta la mejilla y, como último objetivo, mi boca.

—Mandé a pedir la cena —me dice, apretándome contra él.

—Bueno, ¿pero qué hora es?

—Oh, es que ha dormido bastante, mi señora ¿Estaba muy cansada?

—Honestamente, sí. ¿Te digo por qué?

—Dígame. No le diré a su marido.

—Es que tuve un sexo bomba en el avión, un sexo dinamita que inició en la ducha que terminó en la cama y ¿sabe qué más?

—¿Qué?

—Me ataron anoche con esposas, ¿se lo puede creer?

—No, ¿de verdad?

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora