Parte XXX (Capitulo 136) -Editado-

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Capítulo ciento treintaiséis.

Punto de vista de Amanda

Oigo voces, y pasos, y máquinas chillando. Siento la cabeza a punto de explotarme. Sólo quiero que el ruido pare, pero no puedo mover los labios, ni los brazos, ni las piernas. Lo único que siento es dolor, dolor en todas partes. Aunque lucho contra la inmovilidad, no obtengo resultados. Tengo el cuerpo entumecido. ¿Por qué no puedo moverme? Tengo mucho frío.

—Desde luego, va a sentir dolor. Por su embarazo no podemos inyectarle un relajante más fuerte.

Escucho un jadeo.

—¿Pero todo está bien, no? ¿Ella, los bebés, están…?

—Todo está perfectamente.

—¿Por qué no despierta?

—La ambulancia tardó un poco. Perdió bastante sangre. Temo que aquí son famosos por los destinos turísticos, no así por los buenos servicios médicos.

Un gruñido. Oh...es Ted. Su dulce voz me envuelve como un manto calientito. Lo escucho gimotear bajito. Después, opacado por su intención de emitir palabras, un pitido. Dios mío, que molesto.

—Doctor, eso… ¿es ella?

—Es el holter. Parece que su señora está respondiendo.

Oigo un reguero de sillas y pasos acercándose.

—Nena, ¿puedes oírme? ¿Cariño?

Ted… Maldita sea, ¿por qué no puedo moverme? ¿Por qué estoy tan cansada?

—Sh, no te preocupes, mi amor. Todo va a estar bien.

Siento su mano tomar la mía. El frío se ha ido, sólo puedo sentir su calor. Después de lo que parece una eternidad, puedo mover los labios.

—Ted… —murmuro bajito.

Temo que no me haya escuchado.

—Sí, mi amor, aquí estoy.

Hago un intento por abrir los ojos, pero al despegarlos hay tanta luz y tanto blanco que vuelvo a cerrarlos. Siento como toda esa sandez desaparece de mi cuerpo, y el dolor toma su lugar, justo ahí, en el brazo, todo él. Emito un quejido de dolor y me revuelvo en la cama.

—Ted —lloriqueo—. Me duele muchísimo.

—Oh, nena, lo sé. Doctor, por favor, debe haber algo que pueda darle.

—Revisaré los medicamentos. Por favor, deme unos minutos.

Escucho pasos veloces que se alejan. El dolor en el brazo comienza a hacerse insoportable.

—Cariño, intenta distraerte mientras el doctor regresa.

Agito la cabeza.

—Me duele.

—Yo sé que te duele. ¿No lo recuerdas? Tú y yo somos una sola persona. Todo tu dolor también es mío.

Gimoteo. Si despego los labios, voy a gritar.

—Por favor, mi amor. A ver, intenta verme a los ojos.

Todavía los tengo cerrados. No quiero abrirlos y volverme a cegar por la luz. Sin embargo, termino haciéndole caso. Abro los ojos lentamente, acostumbrándome a la claridad, y lo miro a los ojos. Se le ve muy cansado, incluso de mal humor. Tiene el semblante de un hombre que no ha dormido en años. Me odio a mí misma por causarle tanto dolor. Sus preciosos ojos azules son profundos. Me recuerdan los de un tigre.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora