Parte XXIV (Capitulo 130)

7.5K 181 5
                                    

Capítulo ciento treinta.


Le echo un poco de agua en el cabello con la mano. Ella solo ronronea de placer, recostada de espaldas contra mi pecho. El agua aún sigue caliente. Soy más de bañarme con agua fría, pero si a ella le gusta por mí está bien. Recuesta la cabeza sobre mi pecho y yo le beso el pelo. Le envuelvo los brazos en torno al vientre y es todo. No necesitamos del sexo ahora para pasarla bien. 
—Repentinamente me ha dado sueño —la oigo decir—. ¿Te lo puedes creer?
—Mm. No dejaré que te vayas a la cama sin cenar.
—No, no. Aún tengo hambre —se acurruca en mis brazos—. Es que una se siente tan bien aquí que se le olvida lo demás.
Yo sólo sonrío.
— ¿Qué estuviste hablando con Phoebe? —le pregunto.
—Solo la saludé, le pregunté cómo estaba y dejé que me regañara un poquito.
Suelto una carcajada.
—Lo siento, olvidé advertirte.
—Descuida. Ya lo veía venir.
— ¿Te causó mucho problema?
—No, Ted. Phoebe nunca me ha causado problema. Ella se ha vuelto mi mejor amiga.
Sonrío antes de darle un beso en el pelo.
—Gracias.
— ¿Por qué?
—Por querer a mí hermana. Ella es alguien muy importante para mí.
—Lo sé. Eres un blando.
— ¿Yo?
—Mm, sí. Eso me gusta.
— ¿Lo agregarás a la lista? —repongo burlón.
—Déjame.
—Quiero una copia de esa lista.
—No, cállate.
—La guardaré en la cartera.
—Que no.
—…y cuando nuestras hijas pregunten cómo nos conocimos les voy a mostrar esa lista que su cursi madre hizo mientras estaba embarazada. 
—Te odio —gimotea.
—Yo también.
—No es cierto.
—No, no lo es.
—Te quiero. 
—Yo no —me da un golpecito en la pierna—. Oh, lo siento ¿Debí haber dicho “yo también”?
Ella suelta una carcajada.
— ¿A veces no te da la sensación de que actuamos como dos críos de quince años? 
—Mm. Excepto por el sexo.
—Bueno, sí, excepto por el sexo.
—Y es bueno. Muy bueno.
—Ted, me parece que te has ido de tema.
Suelto una carcajada.
—Me gustan nuestras conversaciones de críos de quince años.
—A ti se te afloja mucho lo de ser una cría. Yo solo te sigo la corriente.
—Qué conveniente, ¿no?
—A veces, sí.
Noto que sonríe.
—Podría pasarme el resto de mi vida aquí contigo.
—Eso es mucho tiempo y tú debes comer.
—Lo sé, lo sé.
—Entonces deberíamos ir saliéndonos de esta magnífica agua caliente.
La oigo protestar un poco.
— ¿Y si nos quedamos un rato más?
—Yo conozco tus ratos, así que no.
— ¿Por favor?
—No, arriba. 
Vuelve a protestar, pero esta vez es más obediente y se desliza cuidadosamente entre mis piernas y el agua para ponerse en pie.
— ¿Ves? Te ves bonita cuando te comportas como una niña buena.
Chapotea un poco. Me quedo absolutamente quieto, medio sumergido en el agua, observando cómo se seca un poco, solo un poco. Hay una pequeña sonrisa que se asoma en su rostro.
— ¿No me quieres ayudar?
Sonrío. Me impulso hacia delante y me pongo en pie, pero ella parece una niña, así que en cuanto doy un pequeño paso hacia ella sale disparada hacia la habitación. Oh. Ha tomado la única talla disponible. Agito la cabeza y me encamino rápidamente hacia ella, que se encuentra ahora junto a la cama secándose con la toalla.
— ¿No me pediste que te ayudara?
Ella responde.
—Te tardaste.
—Solo fueron unos segundos
Hace una seña con la mano para que me acerque, así que obedezco. A escasos pasos de ella, presiona las manos contra mi pecho y caigo sobre la cama. Sonrío.
—Había supuesto que ya habías recibido bastante sexo por hoy.
Camina por la cama de rodillas.
—Pero no vamos a tener sexo.
— ¿No?
Agita la cabeza, deslizándose muy lentamente hacia… Oh.
—No —su boca forma un círculo perfecto. Siento como su aliento choca contra mi miembro—. Estaba recordando el hotel, el Heathman.
—Siempre recuerdas nuestros momentos de sexo.
—Mm. Las cosas de buena calidad siempre son recordadas.
—Ya deja de jugar. Debes comer.
Hago ademán de levantarme, pero ella planta sus manos en mi pecho y me regresa a la cama. Sus labios de seda tocan mi glande, y yo me congelo. Debo recordarme a mí mismo que ella debe comer, es importante, pero hay una corriente de excitación y deseo que me sacude los pensamientos coherentes. Siento sus manos tocándome, presionándome, poseyéndome. Hago acoplo de esa pequeña y delgada línea de coherencia y me impulso nuevamente hacia adelante. Consigo sostenerle las manos, apartarme de su boca.
—Ve a ponerte ropa.
Sus ojos están oscuros cuando me sonríe.
—Déjame llevarte al cielo —musita con voz melosa. Comienzo a tener problemas nuevamente para concentrarme—. Yo sé que puedo.
Se me seca la boca.
—Am —tiro de sus manos, atrayéndola hacia mí—. Vivo en el cielo desde que te tengo.
—Entonces déjame llevarte al paraíso —rosa sus caderas contra las mías. Cierro los ojos y dejo caer un poco mi cabeza hacia atrás—. Quiero llevarte hasta el límite.
Sus manos se detienen en mi pecho. El calor de sus palmas se extiende como una corriente eléctrica por cada rincón de mi cuerpo. Ella sigue rosándose contra mi cuerpo, y yo ya no sé qué más hacer. Se me acumula el deseo en cada rincón de mi piel.
— ¿No quieres hacer el amor conmigo?
Abro los ojos solo para confrontarla.
—Siempre quiero —sostengo su cabeza con mis manos—. Pero debo llevarte a cenar. No voy a dejar que te malpases.
Sonríe un poco.
— ¿Evitarías el sexo solo porque debo comer?
—Lo haré si es necesario. Sé una niña buena y ponte algo de ropa.
Sus ojos se tornan un poco más oscuros.
— ¿Por qué no me vistes? A ver si se te da mejor vestirme que desvestirme.
—Yo nunca debo desvestirte. Tú lo haces automático.
Ella cierra los ojos cuando le beso los labios.
— ¿Quieres que me ponga un vestido?
—Mm ¿por qué no?
Sonríe aún con los ojos cerrados.
— ¿Quieres que utilice algo debajo del vestido?
Sonrío burlón. 
—Sé hacia donde quieres que eso conduzca, pero no —deslizo las manos hasta sus glúteos y le doy un cachete—. Ve a ponerte ropa.
— ¿No me vas a vestir?
—Lo que voy a hacer por ti es contar hasta tres. Si no te levantas, vas a…
—Uy —se mueve lentamente sobre mí hasta quedar en pie—. Sonaste como tu padre, qué miedo. Mejor voy por la ropa.
La veo caminar hacia el otro lado de la habitación, agitando descaradamente las caderas. Mm. Oigo el ruido del abre y cierra de las maletas.
— ¿También te busco ropa? —grita.
—Por favor —le respondo del mismo tono.
— ¿Y zapatos? 
—Mm. Se supone, sí.
—Tal vez esté fresco afuera ¿Quieres un pantalón largo o corto?
—Lo que te guste a ti.
—Yo te prefiero desnudo, no sé. 
Suelto una carcajada. Regresa a la habitación con un andar muy coqueto. Solo lleva mi ropa en las manos.
—Guapo, pareces un sexo servidor ahí sentado exponiendo tu potencia masculina. ¿Cuánto por noche?
Vuelvo a soltar una carcajada.
—A ti no te cobro, preciosa. 
Sonríe burlona.
—Te traje un pantalón largo. Yo creo que hará frío, con eso de que estamos cerca del mar.
Le acepto la ropa.
—Entonces no deberías usar vestidos.
—Mm, bueno. Sólo compré vestidos y pantalones cortos. No tengo nada que pueda ser abrigador.
Frunzo el ceño.
—Voy a pedir la cena para la habitación.
Ella comienza con la protesta.
—No, ¿por qué? El restaurante se encuentra a puerta cerrada.
— ¿No trajiste un suéter o una cazadora? ¿Algo con lo que abrigarte?
Se encoje de hombros.
—No.
La fulmino con la mirada.
—Cenaremos en la habitación.
—Pero, ¿por qué? Un poco de frío no va a hacerme daño.
—Te puedes enfermar. No debes permitir que eso suceda mientras estés con el embarazo.
Se cruza de brazos.
—Bueno, no es como que pueda quitármelo y luego ponérmelo. En fin. No quiero comer en la habitación. Si pides la comida para que nos la traigan, no cenaré.
—Tienes que comer —repongo.
—No voy a comer donde me exijas comer, no es lógico. 
Suelto un gruñido.
—Está bien, joder.
Ella sonríe, dando saltitos. 
— ¿Quieres escoger el vestido que me voy a poner?
Agito la cabeza.
—Con el que sea te vas a ver bien. 
Me pongo de pie para comenzar a vestirme. Ella ya ha desaparecido de mi vista. Suspiro frustrado. Esta mujer tiene unos cambios de humor tan volubles como papá. Es escalofriante. Apenas he conseguido ponerme el pantalón cuando ella regresa. Tiene un vestido rojo que le moldea los pechos y el vientre. No puedo hacer otra cosa más que sonreír. Ella era muy guapa. Toma la camisa y me la acomoda, colocándole los botones uno por uno.
— ¿Te enojaste conmigo?
Suspiro.
—No, nena. 
—Sé que solo quieres cuidarnos, pero usar un vestido no va a enfermarme.
—No, claro que no —le acaricio la mejilla—. Te quedan preciosos.
— ¿Entonces estoy perdonada?
La atraigo hacia mí mientras sonrío.
—Tú siempre estás personada.
Amanda me da un beso en la mejilla antes de abrazarme.
— ¿Aún se te antoja lo que sea que dijiste que se te antojaba? —balbuceo incoherente.
Ella suelta una carcajada.
—Pescado al cilantro.
—Mm. Eso.
—Sí, aún se me antoja.
—Hay que ir bajando entonces. 
—Tienes razón. Tengo que revisar si está en el menú. Si no está…
—Descuida, hablaré con el chef.
—No servirá de nada.
— ¿Por qué no?
—Porque debes marinar el pescado con sal, azúcar y cilantro, envolverlo con film transparente y dejarlo en el frigorífico toda la noche. 
— ¿Por qué nunca puedes pedir algo que esté casi al momento? ¿O que al menos se tarden, no sé, media hora en prepararlo?
Ella suelta una carcajada.
—Bien, bien. Consultaré primero el menú.
—Mm. Algo me dice que esto va tardarse su buen rato —deslizo mi mano hasta encontrar la suya—. Mejor bajemos.
_______________________
Muevo la silla para que ella tome asiento, luego rodeo la mesa y me acomodo justo delante de ella, al otro lado. El restaurante era una verdadera maravilla. Era muy elegante, lujoso, pero sin perder su estilo colonial. El área del restaurante se encontraba cerrada por una extensa cúpula de cristal. Desde lo lejos se observaba un mar tranquilo y un cielo preñado de estrellas. La mesa es redonda y tiene unas sillas muy elegantes en metal.
—Es mucho más hermoso de lo que se podía ver en las fotos que hallé en internet —dice.
Sonrío.
—Es bonito —digo.
Am me observa sonriendo.
—Debes estar acostumbrado a lugares como este.
Asiento lentamente.
—Papá nos traía a sitios así cuando yo tenía diez años, pero no sucedía a menudo. Eran ocasiones especiales.
Ella hace silencio cuando se acerca quien parece alguna mesera.
—Buenas noches, bienvenidos a The Residence —sonríe mientras coloca el menú frente a nosotros—. ¿Se les antoja algún aperitivo o algo de tomar mientras escogen su orden?
Miro a mi esposa, esperando una respuesta.
— ¿Agua? — se encoje de hombros—. No puedo tomar alcohol, lo sabes.
Le sonrío burlón. Fijo la mirada momentáneamente en la mesera.
— ¿Tiene disponible Eminazero tinto?
Asiente.
—Tráiganos una botella.
Ella anota.
—Les daré unos minutos para que revisen el menú. Volveré con la botella que ha pedido.
Desaparece antes de agradecerle.
— ¿Qué es eso? —la oigo preguntas.
— ¿Qué es qué?
—El eminazo que pediste.
Suelto una carcajada.
—Eminazero —le corrijo.
—Lo que sea ¿Qué es?
—Es un vino similar a los vinos tintos, pero que no contiene alcohol.
Ella me fulmina con la mirada.
—A mí siempre me ha gustado tomar vino y tuve que dejarlo por el embarazo ¿No podías acordarte de ese vino antes?
—He tenido problemas para recordarlo todo. Es una consecuencia causada por sexo en exceso.
Se ruboriza un poco.
—A mí no vengas a echarme la culpa —abre la carpeta del menú y se oculta el rostro tras ella—. Yo te dije en lo que estabas metiéndote. 
—Me lo dijiste días más tarde, cuando ya habíamos hecho el amor medio millón de veces.
—Voy a emparejarte el golpe de la nariz si alguien llega a oírte —bajó el menú hasta llegarle a la nariz—. Por cierto ¿El golpe como sigue?
—No me duele. Es como una cosquilla liviana, nada más.
—Lo lamento.
Pongo los ojos en blanco.
—A veces eres exasperante.
—Bueno, ya —vuelve a ocultarse tras el menú—. El pescado al cilantro no está en el menú, bah. Uh. Mira, que rico. Filete de salmón con salsas asiáticas. Debe contener salsa de soya y posiblemente sake. Lo tengo que probar.
— ¿El sake no es una bebida alcohólica?
—Bueno, sí, pero el calor del horno o el sartén desintegra el alcohol.
—Mm.
Coloca el menó sobre la mesa.
— ¿Qué vas a pedir? —pregunta.
—No lo sé. ¿Por qué no escoges algo para mí?
Sonríe burlona, clavando sus ojos en el menú.
—Creo que te gustará el pescado a la mostaza.
— ¿Realmente contiene mostaza?
—Sí, pero es una mostaza agria. Además contiene perejil, paprika, jugo de limón y vino blanco. No lo notarás. Lo mejor de todo es que estaría listo en veinte minutos.
Me recuesto del espaldar del asiento.
— ¿Habrá alguna receta que no te sepas?
Ella sonríe.
—Posiblemente.
—Mm. Creo que aún no te he mencionado una que caiga en esa categoría.
La mesera ha regresado, esta vez con una botella de vino y dos copas.
— ¿Ya saben que pedirán para cenar?
Señalo a mi esposa, que le indica exactamente lo que había estado diciéndome hace unos segundos. La mesera destapa la botella, sirve el vino en las copa y se marcha. 
— ¿Seguro que no tiene alcohol? —pregunta.
La fulmino con la mirada. Ella se encoje un poco en respuesta. Extiende la mano, aún dudosa, y toma la copa. Le da un trago y saborea el vino en silencio.
—Mm —sonríe—. No es como el vino tinto, pero es un excelente sustituto.
Sonrío. Entiendo la mano hacia la copa y la acerco a mi boca para dar un trago. Mm.
— ¿Ya has pensado cuanto tiempo quieres que pasemos aquí? —le pregunto.
Am le da otro trago al vino antes de responderme.
—No lo sé, ¿por qué?
—Papá quiere el avión de regreso para mañana. Olvidamos traer a alguien de seguridad.
Ella parece palidecer un poco.
— ¿Ah, sí? —da un largo trago de la copa—. ¿Y exactamente a qué hora se va?
Frunzo el ceño.
—No lo sé, ¿por qué? ¿Olvidaste algo?
Golpea los dedos contra la mesa, pero tengo la sensación de que no es consciente de que lo hace.
— ¿Te puso nerviosa saber que no tenemos seguridad? Porque la del hotel es buena.
—No, no es eso. No es nada.
La miro fijamente. Luce muy nerviosa, inquieta.
— ¿Estás bien? —le pregunto.
Asiente. No, no lo está.
— ¿Olvidaste algo importante? Puedo llamar al piloto y…
Agita la cabeza.
—No dejé nada. 
— ¿Segura?
Suspira.
—Se me ha quedado una maleta.
— ¿Tiene cosas importantes?
No está mirándome, al contrario. Cuando intento que sus ojos volteen hacia mí, ella solamente comienza a observar lo que encuentre a su alrededor.
—Ropa —dice después de casi dos minutos.
—Te has quedado un buen rato pensando en una respuesta —suelto un silbido y es como único me mira—. ¿Qué hay en esa maleta?
Vuelve a apartarme la mirada.
—Ropa, ya te dije.
—Mm.
Rebusco el móvil en mi bolsillo y me dispongo a escribirle un mensaje al piloto muy discretamente. 
“REVISA SI ALGUNA MALETA SE HA QUEDADO EN EL AVIÓN, POR FAVOR”.
Ella no lo ha notado. 
— ¿En qué piensas?
Amanda se sobresalta un poco.
— ¿Tiene algo que ver con la maleta? —le pregunto.
Parece palidecer un poco cuando me mira.
— ¿Cuál es tu obsesión con esa maleta? —deja caer las manos sobre su regazo—. La olvidé. Eran muchas ¿Y eso qué? 
Sus ojos están oscuros, y no oscuros como usualmente lucen cuando sucumbe al deseo, sino oscuros cuando oculta algo. Una parte de mí se inquieta, se agita. No me gusta que me oculte cosas, no a estas alturas de la relación. Lo detesto porque, bajo la presión del enojo o la irritación de la molestia, mi cabeza tiende a imaginar cosas irrelevantes. Y lo detesto porque no soy tolerante cuando las chispas del enojo y la ira se activan.
— ¿Cuánto crees que se tarden en traer la cena? —le pregunto.
Me mira fijamente. Mi voz ha sonado áspera, incluso seca.
— ¿Por qué me lo preguntas?
Descanso la mano sobre la mesa e inicio un incómodo golpeteo de los dedos contra ella.
—No lo sé, tú eres la experta.
Intenta sonreír.
—Lo que he pedido tarda media hora en prepararse, tu plato tarda un par de minutos menos.
Mi móvil suena. Es un mensaje.
“SEÑOR GREY, ESTOY FRENTE A SU HOTEL. EN LA TARDE ENCONTRÉ LA MALETA. YA VENÍA DE CAMINO A TRAÉRSELA CUANDO ME HA ENVIADO EL MENSAJE”.
Parpadeo tres veces antes de presionar “responder”.
“BIEN. DILE A ALGUIEN EN RECEPCIÓN QUE SUBA LA MALETA A MI HABITACIÓN”.
La respuesta es instantánea.
“SÍ, SEÑOR GREY”.
Me guardo el móvil en el bolsillo. Deslizo la silla hacia atrás y me pongo en pie.
—Vámonos —le digo.
Amanda frunce el ceño.
— ¿Qué hay de la cena?
—Quiero resolver algo primero.
—La cena no tarda en estar lista.
Me chillan los dientes.
—Levántate —gruño.
Amanda se levanta del asiento, golpea la mesa con ambas palmas y sale disparada a quien sabe dónde. Me paso la mano por el pelo y la sigo. Masculla amenazas y maldiciones en danés, pero lo hace tan rápido y en un tono de voz tan bajo que dudo que ella misma pudiese entenderse. Se tira del cabello, agita las manos. No deja de hacerlo hasta que llega al ascensor.
Se introduce a él cuando las puertas se abren. Se recuesta de la pared con los brazos cruzados frente al pecho. Me posiciono junto a ella y espero a que las puertas se cierren.
— ¿Qué te pasa? —chilla—. Te estás comportando como un idiota.
Golpeo la pared del ascensor con la mano.
— ¿Qué diablos hay en esa maleta? —gruño.
— ¿Eso es todo el maldito problema?
—Me estás ocultando algo.
—TED —eleva su voz hasta que ésta se convierte en un grito—. NO PUEDO CREERLO.
— ¿Entonces qué diablos estás ocultándome en esa maldita maleta? —ella maldice—. Ostia, ¡dime!
Amanda suelta un grito fiero y se precipita a marcharse del ascensor cuando se abren las puertas. La sigo de cerca, encolerizado, con la garganta ardiéndome del coraje.
—Debería agarrar una correa y estrangularte —gruñe.
La detengo sosteniéndola del brazo.
—Ya basta, detente. Tenemos que hablar.
Amanda forcejea en vano.
— ¿Toda esta tontería es por culpa de esa maleta? —suelta una carcajada de lo más falsa—. Lo que hay dentro es cosa mía.
—Te equivoca. También me concierne.
Tiro de su brazo hasta la puerta de la habitación. Sigue forcejeando a pesar de que es inútil. Oigo unos pocos pasos tras nosotros. Descubro a un hombre cargar con una maleta pequeña de color rojo. Siento a Amanda tensarse a mi lado.
—Un hombre ha dejado esto en recepción, pero no sé si…
—La estaba esperando —estiro el brazo para tomarla—. Gracias.
Espero a que él se marche para tirar de ella hasta el interior de la habitación. Le suelto la mano. Amanda vuelve a soltar algunas maldiciones más en danés mientras busca el interruptor. Me acerco a la cama y coloco la maleta.
—Ted, no.
Cuando parpadeo, la tengo junto a mí.
—No la abras, por favor —musita suave.
Cuando nota que hago caso omiso se aparta. Abro lentamente la cremallera de la maleta hasta que ésta queda completamente abierta ante mí.
— ¿Qué…? —balbuceo.
La maleta contiene cremas, aceites y un par de antifaces que parecen hechos de satén negro. También veo lo que parecen esposas, algunas de metal, unas de perlas y otras de plumas, y vibradores de distintas formas. El resto de las cosas desconozco lo que son. Me doy la vuelta hacia ella, que está sentada en el sofá cubriéndose el rostro con las manos. Agita los ojos rápidamente, así que deduzco que está llorando.
— ¿Esto es lo que guardabas en la maleta?
Mi tono de voz ha sonado tan cargado de impresión y confusión que incluso yo mismo comienzo a sentirme extraño.
—Te dije que no lo abrieras —musita llorosa.
—Santo Dios, yo esperaba algo más grave. ¿Y por qué cargas con todo eso?
No quiere mirarme. Me le acerco y lucho con sus manos, que parecen hechas de acero indestructible.
—Déjate de tonterías —gruño—. Mírame.
—No —gimotea.
Tiro con fuerza de sus manos hasta liberarle el rostro. Los ojos azules están ahogados en lágrimas.
—Yo te dije, te lo dije, no.
Forcejea para que le suelte las manos, pero no lo hago.
— ¿Por qué tienes esa maleta? ¿De dónde sacaste todo eso?
—Lo tengo desde hace dos años, Ted —vuelve a forcejear—. Evité durante dos años el sexo, así que necesitaba algo para no volverme loca. Los vibradores y las esencias me calmaban, al menos hasta el punto de hacerme llevar una vida medianamente normal.
— ¿Eso es lo que usabas con aquel hombre? ¿Las esposas, las fustas de cuero?
Sus ojos se oscurecen.
—Sí —musita bajito.
La respuesta me provoca un corto circuito en el cerebro. Me sorprende que no se molestia, ira, irritación. Es algo muy parecido a la excitación.
—Hay cosas… —me remojo los labios—. No sé que sean.
Su respiración comienza a agitarse.
—Muéstramelas —digo.
Su boca forma una “o” perfecta.
—No —jadea—. La cena.
—Vas a tener que conformarte con cenar en la habitación —la miro fijamente—. Tienes muchas cosas que enseñarme.
Sus ojos quieren escapar, pero a la misma vez quiere hacerlo. 
—Está bien —musita al cabo de un minuto.
Sonrío satisfecho.

HOLA PEQUEÑAS HE VUELTO, ESTOY ENFERMA (OTRA VEZ) ASÍ QUE SUBO ESTE CAPITULO UN POCO TARDE YA QUE NO HE PODIDO NI TOCAR EL COMPUTADOR.

PONDRÉ LOS SALUDOS EN ORDEN DESDE EL PRIMERO HASTA EL ÚLTIMO.

-          Alejandra Franco - México:)

-          Yashira Sáez - Puerto Rico ^_^

-          Stefany Méndez - Venezuela :*

-          Odette Rosas Landa – México

-          Bárbara Magaddino – Argentina

-          Deyanira Alarcon – Ecuador

-          Nitza Liz Manso- Puerto Rico

-          Silviarattin

-          Virgina - Argentina

-          Janetlomeli – México

BUENO PEQUEÑAS LO PROMETIDO SIEMPRE ES DEUDA Y AQUÍ ESTOY PAGANDO.

-          MÉXICO, SALUDOS MUCHÍSIMOS SALUDOS BELLEZAS LES DESEO LO MEJOR Y SÚPER ÉXITOS EN TODO LO QUE HAGAN. GUÁRDENME TAMALES.

-          PUERTORRO LA ISLA DE EL ENCANTO MI HERMOSA ISLA CON SUS HERMOSAS PLAYAS, SU COMIDA Y SU SABOR CARIBEÑO, PERO SOBRE TODO SUS CHICAS DÍGANLO AHÍ HERMOSAS, SALUDOS OJALA PUEDA IR PRONTO.

-          VENEZUELAAAAAAA MI PAÍS MI HERMOSO, PERO ACABADO GRACIAS A SUS DIRIGENTES PERO AUN ASÍ HERMOSO PAÍS, CHICA UNA HERMANA MAS, DE QUE PARTE ERES?

-          ARGENTINA HOLA HERMOSURAS QUE TAL LAS TRATAN POR ALLÁ ESTAMOS LEJOS PERO LA TECNOLOGÍA NOS UNE, BESITOS, SALUDOS, CUÍDENSE MUCHO!

-          ECUADOOORRR COMO TE ENCUENTRAS PRINCESA, ACTUALÍZAME PORQUE SE POCO DE LA CULTURA ECUATORIANA, ESPERO TU COMENTARIO PARA QUE ME INFORMES HERMANA.

http://www.wattpad.com/story/18617573-a-quien-elegir-cameron-dallas-louis-tomlinson PASENSE POR AQUI.

 

AQUÍ LES DEJO EL CAPITULO 130 PARA QUE DISFRUTEN, SALUDOS. LOS QUIERO MUCHÍSIMO, SON LOS MEJORES. LOS LLEVO SIEMPRE EN MI CORAZÓN

BESOS, ABRAZOS Y BENDICIONES.

 

VOTA Y COMENTA. 

GRACIAS.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora