Parte XVIII (Capitulo 124)

6.4K 157 6
                                    

Capítulo ciento veinticuatro.



Hay piezas de lencería por todas partes, acomodadas sobre la cama, y ella las trata como si fuera la ropa de su muñeca favorita. Yo estoy sentado en un pequeño sofá disfrutando alegremente del espectáculo, incapaz de decidirme que me resulta más atractivo: la ropa que ha comprado o la desnudez de su piel. Tal vez ambas tienen su ventaja. Mm.

— ¿Cuál de todos te parece mejor para la primera noche?

Observo los pedazos de tela con una pequeña sonrisa.

— ¿Cuál de las dos primeras noches? ¿En el avión o en el hotel?

Ella sonríe.

—Sabes a cual me refiero.

Me levanto bruscamente del asiento, la envuelvo con mis brazos y la llevo hasta la cama. Manoteo y los trozos de tela erótica terminan cayendo al suelo. Eso fue todo. Se acomoda en la cama, debajo de mí, y me mira. Tiene los pequeños brazos alrededor de mi cintura y me sonríe.

— ¿Realmente me harás esperar tantas horas?

— ¿Y no tuviste suficiente con lo sucedido en el hotel?

Deslizo mi nariz por su cuello.

— ¿Qué es suficiente contigo?

Observo de perfil su reacción. Solo cierra los ojos y sonríe un poco.

— ¿Con quién te quedaras? —musito.

—No sé de que hablas.

—De las dos mujeres. ¿Con cuál vas a quedarte?

Suelta una carcajada.

—Los dos sabemos que no dejas que ambas actúen juntas —le deposito un beso en el cuello—. O eres cariñosa y dulce o pierdes el control, pero nunca eres ambas. No en una cama.

— ¿Cuál prefieres?

—Sabes que a ambas. Confío en que conseguirás hacerlas trabajar juntas.

— ¿Cómo estás tan seguro?

—Porque yo las conozco, las conozco a ambas.

— ¿Estás insinuando que te acostaste con ellas? Eso sí es tener mucho descaro.

—Mm. No tienes la más pequeña idea de lo magnificas que son en la cama.

Su sonrisa se hace un poco más amplia, pero continúa con los ojos cerrados.

—No quiero que sientas que soy dos mujeres a la vez, porque a decir verdad eso me hace sentir incómoda.

—Oye —la aprieto contra mí—. Sé que puedes hallar un balance. Lo sé porque hace rato hiciste un gran avance. Me dijiste que estabas aceptándolo todo.

—Pero aún no lo hago, no completamente. Temo que esto pueda tomarme algún tiempo.

—Sé que esta luna de miel va a servirte muchísimo. Te los mereces. Aunque no lo mencionemos, tú mejor que nadie sabe que te hice daño. Lo estoy compensando poco a poco, sí, pero nunca voy a olvidar lo que pasó ¿Sabes por qué?

Abre un poco esos preciosos ojos azules que tiene.

— ¿Por qué? —musita con la voz pequeña.

—Porque, cuando recuerdo que te he lastimado, me recuerdo a mí mismo que tengo un motivo más para hacerte feliz. Cuando recuerdo que te hice llorar, me recuerdo a mí mismo otro motivo para sacarte una sonrisa. Pero, cariño, sobre todo porque no hay mayor razón en el mundo para hacerte feliz que el hecho se der quien eres. Nunca dudes de lo buena chica que eres. 

Se aparta un poco de mí y en un parpadeo está sobre mi regazo. 

—Desnúdate —musita.

Enarco una ceja.

— ¿Ahora me quieres desnudo?

Sonríe.

—Me siento mucho más cómoda cuando estamos desnudos —tantea temblorosa hasta desatar la corbata—. Además, superas a cualquier hombre que haya visto alguna vez —desliza los dedos por los botones, quitándolos uno por uno—. Eres tan guapo que, cuanto te veo desnudo, se me corta la respiración.

Suelta un jadeo cuando el último botón cede. Desliza sus pequeñas manos por mi pecho. Dejo caer mi cabeza hacia atrás y cierro los ojos para disfrutar de su contacto. Lo siguiente que consigo sentir son sus besos deslizarse por mi piel, y ella sabe que ese contacto es bien recibido.

Pero luego se detiene, acurrucándose contra mí.

—Me gusta —ronronea.

Sonrío como crío enamorado.

—Tanto espacio en la cama y de una u otra forma siempre terminas recostada sobre mí.

—Eres cómodo.

—Te apuesto a que no tanto como la cama.

—No, no. Eres más cómodo.

—Así que deduzco que vas a pasarte un rato aquí.

Creo que la he oído bostezar.

—Es que eres, ya sabes…Mm.

Escucho atentamente. Su respiración disminuye. Ahora es más lenta. Es imposible que se haya quedado dormida, no tan pronto.

— ¿Cariño? —musito cariñoso.

Amanda se sacude y levanta la cabeza.

—Estoy cansada, ¿te lo puedes creer? De repente todo ese sueño me cayó de golpe y, bam.

Se desliza cuidadosamente hasta recostarse sobre la cama. Se hace un ovillo y cierra los ojos.

—No me duermo porque me hayas aburrido. No eres tú, soy…

Cuando volteo, vuelvo a notar sus lentas y tranquilas respiraciones. ¿Cómo puede dormirse tan pronto? Sobre todo cuando hace tan solo unos minutos estaba pidiéndome que comience a empacar. Presiono los labios con fuerza para no reírme y despertarla. Me levanto despacio de la cama y la cubro con las sábanas.

Que esté dormida supone una pequeña ventaja para mí. Desde que vi todas aquellas bolsas no he podido dejar de pensar que hay algo en ellas que aún no ha querido mostrarme. Si voy a ser sincero conmigo mismo, a veces no se me da el don de la paciencia. Así que tal vez, mientras ella duerme, puedo dar un vistazo…

Salgo en silencio de la habitación. Me deshago de la chaqueta, de la corbata, de la camisa desabrochada y los zapatos. Casi como estar en casa. Desarmo el juego de maletas y las separo. Comienzo con una pequeña montaña de bolsas a mi izquierda. Es ropa para mí, que incluye pantalones cortos y camisas de telas suaves y poco calurosas. También zapatos. Acomodo las cosas en la maleta. La otra montaña a mi derecha son cosas suyas, desde ropa casual hasta trajes de baño de una sola pieza. Me pregunto qué quiere ocultar con estas telas, si su vientre o las cicatrices de su espalda.

— ¿Señor Grey?

Doy un salto. Cuando me volteo hacia la voz, veo que es una azafata joven de cabello rubio. 

— ¿Sí? —balbuceo con el corazón a mil por hora.

—Lamento haberlo asustado —sonríe apenada—. Soy Phoebe, Phoebe Swan.

La miro sorprendido. Mm. Se llama igual que mi hermana. Qué curioso. 

— ¿Quiere que le ayudemos con eso? —pregunta.

—Se lo agradezco, pero no. Estoy buscando algo que mi esposa ha comprado.

— ¿No se le ofrece otra cosa?

—Pediría algo de tomar, pero ya tengo demasiado alcohol en el sistema.

— ¿Un vaso de agua, quizá?

Le sonrío agradecido.

—Estaría bien, gracias.

Ella me corresponde la sonrisa antes de desaparecer por la pequeña puerta. Me quedo embobado mirando hacia esa dirección. Papá debería pensarse seriamente lo de contratar a un par de mujeres que no fueran rubias. Pero no puedo evitar imaginarme como se vería mi Phoebe, la niña dulce de cabello negro, rubia.

Oigo un leve carraspeo, y como estoy mirando hacia la puerta sé que viene de la boca de mi esposa.

—Te duermes, te despiertas. Y otra vez —volteo hacia ella. Está envuelta por la sábana de la cama—. ¿Qué?

— ¿Está guapa?

— ¿La azafata? 

Enarca una ceja. Cuando parpadeo, la tengo a centímetros de mí.

—Te vi mirándola.

—Es que se llama como mi hermana. Intenté imaginármela de rubia.

—Creo que no te entregaron el memo, ese que dice “yo no nací ayer”.

Consigo captar en su tono de voz el problema.

— ¿Eso son celos? ¿Otra vez?

— ¿Celos? ¿Qué? No.

—Sólo encontré curioso que se llamara como mi hermana, y que papá siguiera continuara contratando rubias.

— ¿Y vas a decirme que nunca saliste con una?

—Salí con muchas, sí, pero ya te dije que las rubias ya no me interesan.

—Porque convenientemente comenzaron a gustarte las pelirrojas.

Le sonrío burlón.

—Ya te había dicho una vez que no me gustan tus arranques de celos irracionales.

— ¿Llamas celos a ver como la observas incluso cuando ha cruzado la puerta?

Me encojo de hombros. Lo único que consigo a cambio es un golpe en el brazo.

— ¿Sabes que no me gusta? Que estés mirando a otra mujer cuando yo estoy aquí.

Vuelvo a sonreírle.

—No la estaba mirando por las razones que estás adjudicándome.

Hace una mueca e intenta darse la vuelta, pero la sostengo de la muñeca. Tiro de ella, haciéndola girar. La atrapo antes de caer completamente al suelo.

—No sé por qué encuentras esto divertido —gruñe.

Presiona las manos contra mi pecho, intentando apartarse. Mm. Estiro la mano y agarro mi corbata. Ella ve las intenciones danzando en mis ojos y sé que hay una parte de ella, la de mi niña traviesa, que muere por sonreírme. Pero ahora está la niña celosa y arisca. Esa es a quien debo controlar.

—Me atas con esa cosa y te emparejo la nariz —gruñe.

— ¿Pero, cariño, como podrías hacerlo con las manos atadas?

Oculta las manos tras la espalda.

—Tienes que atraparlas primeros.

Le sonrío juguetón.

— ¿Ya se te pasaron los celos irracionales?

— ¿Quieres jugar? Bien. Una de mis manos irá directamente a tu nariz, la otra te da el derecho de recibir un golpe en los testículos. Escoge bien.

La agarro de la cintura y la atraigo hacia mí. Arquea sus caderas contra las mías. Gruño. Joder, sé lo que está haciendo. Me concentro en no saltar sobre ella y tomar su carne. Hago un rápido movimiento y consigo atrapar sus manos. Forcejea, pero al final es inútil. Lo sabe.

—Eres un bruto —gimotea.

—Es que el juego que me propusiste no me gusta en lo absoluto, así que prefiero cambiarlo —deslizo sus manos hacia su pecho—. Tal vez atada, a la gatita se le baje el coraje.

— ¿Quién eres, Ted el castigador?

Me acerco a su rostro y mordisqueo cariñosamente sus labios.

—Ya veremos.

Sigue forcejeando. Mm, ríndete ya. Sé que lo quieres. Ato sus manos con la corbata. No muy suelto, no muy apretado. La coloco sobre el montón de ropa sin acomodar y me deshago de la sabana envuelta en torno a ella. Coloca las manos atadas sobre su cabeza. Una parte de mí se derrite. Dios mío, esta mujer es hermosa. ¿Cómo voy a sobrevivir si cada día esta mujer está más guapa?

— ¿Se terminó el juego? —musita con voz de niña.

Sonrío como crío enamorado.

—Aún no, mi señora.

Nado entre el montón de ropa hasta apoyarme sobre su cuerpo con cuidado. Siento la piel de su pecho desnudo contra el mío.

—Tal vez deberíamos pasarnos al dormitorio.

Deslizo la nariz desde su cuello hasta su pecho.

— ¿Por qué?

Su cuerpo se sacude. Tarda su tiempo en responderme, tiempo que aprovecho para saborear su piel con mi lengua.

—La rubia está al otro lado de la puerta.

Sonrío contra su piel.

— ¿Y eso realmente importa?

—No quiero que te vea desnudo.

—Yo no estoy desnudo —mordisqueo cariñosamente su pezón—. Tú sí.

—A menos que sea lesbiana, dudo sinceramente que eso pueda distraerla.

— ¿Eso importa?

Alzo un poco la vista hacia ella. Está mirándome.

— ¿Y si en lugar de ella fuera, no sé, el copiloto?

—No, nena. No tendrá tanta suerte.

Oigo la puerta deslizarse. Amanda intenta cubrirse, pero no tiene como. Tiene las manos atadas, yo estoy sobre ella. Me incorporo y la cubro con la sábana.

—Debí avisar, me disculpo.

Mm. Había olvidado que le acepté el agua. Debí recordarlo a tiempo.

—Olvídalo —le acepto el vaso—. Puedes retirarte.

Oigo al instante la puerta cerrada. Amanda me lanza una mirada del más puro éxtasis mientras le doy un trago al agua. Mm. Tiene un par de cubos de hielo.

—Por este motivo es que te pedí que nos pasáramos al dormitorio.

Le sonrío.

—No te alarmes tanto. No creo que ella tenga algo que tú no, salvo por el embarazo.

—Y supongo que no quieres ayudarle con eso.

Frunzo el ceño.

—En lugar de atarte las manos, tal vez debí ponerte un bozal. 

—Aún puedes arrepentirte.

Un cubo de hielo golpea contra mis dientes. Mm…

—No, cariño. Aún no. 

Tiro de la sábana y su esplendido cuerpo desnudo queda nuevamente expuesto ante mí. Agarro el nudo de la corbata y tiro de ella, atrayéndola hacia mí. Desliza las piernas por mi cintura, acomodándose. Después coloca las manos, aún atadas, alrededor de mi cuello. Tomo entre mis labios un cubo de hielo y coloco cuidadosamente el vaso a un lado. Sus ojos brillan. Sabe lo que está en mi mente. Siempre lo sabe.

—A jugar —ronroneo.

La atraigo más hacia mí, sujetándola por la cintura, y deslizo el hielo sostenido por mis labios sobre su pezón izquierdo.

—Oh —jadea.

El frío choca brutalmente contra la calidez de su piel, tanto así que el hielo cede inmediatamente ante el calor y comienza a derretirse. Lo deslizo en círculos con la lengua. Se sacude, pero es apenas un poco. No es suficiente. Cuando el hielo se derrite, introduzco la mano en el vaso para tomar otro. Asalto esta vez su pezón derecho. El choque del frio contra su piel vuelve a hacerla temblar.

—Oh, es muy frío, mm.

Aprieto sus caderas contra las mías. Hago suaves movimientos contra sus caderas. Gimotea, perdiéndose en la sensación. Eso nena, muy bien. Creo movimientos en círculos con la lengua.

—Esa boca, mm. 

El segundo hielo se ha derretido. Mordisqueo su piel fría y ella se sacude con violencia.

—Es una verdadera pena que debamos esperar hasta llegar a la isla.

La oigo jadear.

— ¿Qué?

—Mm —deslizo la nariz por su pecho—. ¿No es lo que dijiste? La primera noche en la isla. Ibas a usar una de esas telas.

—Pero…

—Oh, mi pequeña niña —le sonrío—. Sólo estoy haciendo lo que me has dicho.

—Esta es la cosa más injusta que me has hecho.

—Te compensaré más tarde, no te pongas arisca de nuevo. 

— ¿Se te olvidó la última vez que me hiciste esto? Tuviste que llevarme a un hotel —se acerca a mí de golpe—. Por favor, alívialo.

—Cariño, mientras más lo acumules mejor será la explosión.

—Te odio —gruñe.

— ¿Y si te suelto el nudo?

—Te voy a emparejar la nariz.

— ¿De verdad?

—También el ojo, por idiota.

—Me arriesgaré.

Frustrada, aparta sus manos de mi cuello y las extiende hacia mí. Deshago el nudo con cuidado. Cuando tiene las manos libres, se lanza contra mí. Siento sus labios frustrados contra los míos, así como su piel chocándose contra mi piel. Siento su completa frustración con cada beso, cada agitada caricia.

—Te haré pagar por esto, Raymond Grey.

Sonrío contra su boca.

—Es con lo que cuento, cariño.

ANUNCIO!!!!!: 

HOY 2 CAPITULOS PARA MIS BELLEZAS

ES UN MARATON DE 3 CAPITULOS PERO HOY SUBIRE SOLO DOS, YA QUE QUIERO QUE ME DEJEN EL NOMBRE DE SU PAIS, PARA EN EL TERCER CAPITULOS SALUDARLOS Y MENCIONARLOS A TODOS TIENEN HASTA MANAÑA A LAS 8:00PM (HORA DE VENEZUELA) PARA MANDARME EL NOMBRE DE SU PAIS, TAMBIEN PUEDEN ENVIARLO POR PRIVADO, IGUAL ESTARN INCLUIDOS, LOS QUIERO MUCHO GRACIAS POR TANTO LES INVITO A QUE SIGAN LEYENDE, VOTANDO Y POR FAVOR COMENTEN LOS QUIERO!!!

BESOS Y SALUDOS,

PAZ Y SALUD PARA TODOS.

2/3

VOTA Y COMENTA, GRACIAS!

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora