Parte XXXV (Capitulo 141)

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Capítulo ciento cuarentaiuno

»CAPÍTULOS FINALES

Finalmente he terminado el último pendiente del día, lo que casi parecía imposible. He intentado ponerme al corriente en esta semana, pero los negocios de papá son tan extensos que se me ha hecho un trabajo duro.

Amanda está sentada en el asiento de enfrente, esperando a que termine. Son casi las ocho de la noche. Iba a llevarme el trabajo a casa, pero ella prefirió que lo terminara aquí, así que acepté. Parece sumergida en su propio universo ausente. Callada y pensativa, tiene el rostro descompuesto por una ligera capa de preocupación.

—Cariño —la llamo dulcemente.

Hace una mueca rarísima.

—Am —vuelve a insistir.

Parpadea, regresando a la realidad. Sus ojos azules se encuentran con los míos instantáneamente. Le sonrío.

—¿Qué sucede, cielo?

Agita la cabeza.

—Sólo estaba pensando.

—Lo he notado, ¿pero en qué?

—Es que, no me lo creerás, pero esta mañana de verdad creí que funcionaría.

Suelta un bufido. Masculla cosas incoherentemente durante el siguiente minuto, como si discutiera con ella misma sin detenerse.

—…y eso me cabrea muchísimo, porque significa que pasé toda una semana comportándome como una maldita santa con esa mujer para no conseguir nada.

—¿Este es el momento en el que me cuentas tu plan? Porque no has querido soltar palabra, y yo me muero por saber.

Cruza las piernas.

—Estoy demasiado enojada para contártelo.

—Mm, ¿y yo tengo algo de culpa?

—No, desde luego que no, pero estoy tan cabreada que no podría si quiera explicarte media palabra.

—He aprendido que durante ese estado de ánimo es mejor no insistir —deslizo el asiento hacia atrás y me acomodo el saco—. ¿Quieres que nos vayamos ya?

Pone los ojos en blanco.

—He estado esperando por esas palabras desde hace más de una hora.

Le sonrío burlón.

—Lo siento. ¿Pasamos por un restaurante antes de llegar a casa?

—No tengo hambre.

Mm. Realmente está de mal humor.

—Anda, señora gruños, quítese ese mal humor.

Se cruza de brazos. Yo me pongo en pie y me le acerco despacio.

—Am, ya déjalo. No te amargues con pequeñeces.

—Yo creí que funcionaría —musitó entre dientes—. Lo hizo conmigo.

—No te preguntaré qué, porque me has dejado claro que no vas a decirme.

Ella suspira.

—Bien, te contaré. Mira, yo quería…

Sus palabras se ven opacadas por el golpeteo de la puerta.

—Adelante —digo.

La puerta se abre. Es Bobby. Pero no es el mismo Bobby. Es un Bobby preocupado, inquieto y pálido, como si no tuviera buenas noticias.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora