Parte XXI (Capitulo 127)

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Capítulo ciento veintisiete.

»Punto de vista de Amanda

Ted me carga en brazos hasta la puerta de la suite, que parece estar a punto de llegar a Nunca Jamás. El pasillo es exorbitantemente amplio, lo que irónicamente me parece bien, ya que nos asegura un nivel de privacidad increíble. Nos acompaña un hombre de treinta y tantos, que carga en un carrito muy extraño nuestras maletas.

Honestamente ni siquiera puedo pensar en el sexo de la primera noche, todo lo que quiero es entrar a esa habitación y pedir algo de comer. Estoy muriéndome de hambre. Ted me coloca en el suelo para abrir la puerta. Siento un cosquilleo en el pecho cuando desliza la llave y la puerta se abre. El profundo olor a mar me inunda todos y cada uno de mis poros. Cierro los ojos en inspiro profundamente y una sonrisa boba se asoma en mi rostro.

Los brazos de Ted vuelven a levantarme del suelo. Suelto una carcajada cuando me besa en el cuello. Entra conmigo cuidadosamente. El botones introduce las maletas en la habitación sin hacer ruido. Apenas puedo recordar que está aquí. Tengo una muy pequeña vista de esta impresionante habitación. Es muy amplia, pero adecuada para dos personas. Está pintada de un amarillo claro, detalles en blanco y crema. Hay un pequeño juego de comedor color caoba, cuya mesa es de cristal. Hay un sencillo espejo cuadrado junto a una lámpara de color crema. Hay un gran balcón al otro lado de la puerta de cristal deslizable. Un marco cuadrado divide la habitación, oculta por una cortina. Hay un pequeño escritorio y la enorme cama. Al otro lado está el baño. En la esquina también hay un televisor. Honestamente no sé por qué está ahí. Estoy más que segura que lo menos que haremos es ver televisión.

Mi cuerpo se sacude ante la expectativa.

— ¿Tienes frío? —me pregunta.

Le miro a los ojos, sonriendo.

—No, aún no.

Me besa la nariz antes de recostarme en la cama. Rebusca en sus bolsillos y me extiende la cartera.

—Pídete algo de comer —presiona los puños contra la cama—. Apuesto a que debes estar hambrienta.

Sonrío como boba. Qué bien me conoce. Me le cuelgo del cuello para besarlo.

— ¿Qué harás tú? —le pregunto.

—Acomodaré las maletas. También debo llamar a mamá. Tú deberías llamar a tus madres, a tu padre y a quien debas llamar. Tienes tanta familia que me vuelvo loco.

—Tú también tienes bastante familia.

—Bueno, bueno. No discutamos eso ahora. Pídete algo de comer para los dos. Tal vez mientras la preparan podrías darte una ducha, así te refrescas.

Mordisqueo sus maravillosos labios.

— ¿Te duchas conmigo?

Él sonríe.

—Tal vez.

— ¿Aún está el botones?

—Tal vez.

— ¿Por qué no lo despides?

—Tal vez.

Gimoteo en protesta. Dios, a veces es como un crío. Me muevo en la cama hasta quedar de espaldas.

— ¿Me ayudas con el vestido?

Siento sus dedos deslizar lentamente la cremallera en cuestión de segundos, sin pronunciar palabra alguna. Se me eriza la piel cuando sus labios recorren la longitud de la cicatriz, de arriba abajo, una y otra vez.

—Tu cicatriz no me quita el sueño —mueve sus manos hasta encontrarse con mis pechos, ahora desnudos—. Ella solo demuestra que eres una mujer muy valiente.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora