Capítulo ciento cuarenta.
—Mm, cariño —musita contra mi boca.
Yo sonrío antes de besarla. Por Dios, era fácil acostumbrarse a despertar de esta manera. Sexo exprés en la mañana antes de irse al trabajo. ¿Qué clase de gilipollas no amaría algo así? Además, por extraño que parezca, se ha vuelto más cariñosa, coqueta y sexy desde que regresamos a Seattle. Hace tan solo una semana atrás habíamos estado al otro lado del mundo. Y el lugar era un paraíso, salvo por los constantes recuerdos del disparo.
Amanda se ha divertido toda la semana jugando a ser amiga de Susan. Aún no quiere decirle que lo sabemos, no. Ella tiene un plan. Sale a almorzar con ella, van de compras e incluso ayer, cuando decidí incorporarme al trabajo, vino conmigo y la ayudó con sus tareas. Ni papá ni yo sabíamos cual era su plan. Incluso en casa trataba de sacarle algo, pero nada. Sólo me sonreía y decía que todo lo tenía bajo control. Sé que es así. Es lista.
Me le separo un poco y ella protesta, envolviéndome los brazos alrededor del cuello.
—Preciosa, estás como para cometer pecado, pero debo ir a trabajar.
Suelta un gruñido.
—Por esto mismo ahora prefiero que nunca volviésemos a Seattle.
Suelto una carcajada.
—No seas gruñona, que me voy a trabajar pero sin dejarte desatendida.
—No, no. Yo te atendí. Esta vez yo te desperté.
—Mm. Es cierto. Hoy mi pequeña se despertó inquieta.
—Siempre, guapo. Siempre.
Le planto un beso antes de separarme del abrigo de sus brazos. Se lleva las manos al vientre hinchado, propinándole caricias.
—¿No hay una manera de hacer que te quedes?
Como me he metido en el guardarropa, tengo que gritarle.
—Hay varias alternativas, pero debo ir a trabajar.
Escojo una camisa de lino y un traje azul. No escucho su respuesta hasta pasados los segundos, y ha sido únicamente porque la tengo detrás de mí.
—¿Puedo poner en práctica alguna de ellas?
Me doy la vuelta y le envuelvo la cintura con los brazos.
—No —le planto un beso—. Si de algo te sirve, el solo verte desnuda hace que desee quedarme.
Desliza las manos por mi espalda desnuda, acariciándome, hasta llegar a mi trasero, donde espeta las uñas.
—Quiero que te quedes conmigo.
Sus labios están temblorosos. He alcanzado a notarlo cuando acaricia los míos con ellos. Joder. Terminará por conseguir lo que quiere.
—¿Por qué no vienes conmigo?
Suelta un gruñido.
—Porque estarás metido entre papeles todo el día. De solo verlo me aburro.
—¿Y si te consigo un trabajo?
—No —gimotea—. No importa que trabajo me des, todos tienen que ver con un infinito papeleo.
—Mm. Yo sé de uno que te puede interesar.
—Yo también —mordisquea mi labio—. Y en ese somos buenos los dos.
—Yo me estaba refiriendo a un empleo en la cafetería, pero ese que propones también es muy productivo —le toco cariñosamente el vientre—. La primera mercancía ya casi está lista.
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Cincuenta Sombras y Luces de Theodore Grey
RomanceEsta historia pertenece a www.facebook.com/CSDGTrilogia. Excelente escritora, desde una perspectiva muy parecida a la de E. L. James plasma una historia entre el romance y el riesgo. Vale la pena pasear nuestras mentes por este texto. Habla desde el...