Parte XV (Capitulo 121)

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Capítulo ciento veintiuno.

Ella es demasiado dormilona, o tal vez sea por el embarazo o tal vez porque acababa de repetir la cena como si no comiera en días. Por lo que haya sido, volvió a quedarse dormida sobre mi regazo en uno de los sillones de la sala. En la sala solo estábamos papá, mamá, que se había quedado dormida en los brazos de papá, Amanda y yo. Ava seguía demasiada borracha para moverse, así que papá ofreció que le dejaran pasar la noche en la casa y en cuanto despertara alguien la llevaría de regreso. Phoebe y mis otros dos hermanos pequeños ya estaban dormidos en sus habitaciones. Los primeros en irse fueron mis familiares, quince minutos más tarde los de Amanda. Yo comenzaba a caerme del sueño. No tengo idea de cómo voy a conducir hasta la casa.

—Quisiera preguntarte algo.

Parpadeo un par de veces al escuchar su voz.

— ¿Desde cuándo avisas antes de preguntar? —pregunto burlón.

Él sonríe, acariciándole el pelo a mamá.

— ¿Por qué la boda? —sus ojos grises brillan por la curiosidad—. Ana tiene un punto: da mucho en que pesar que te hayas casado sin avisarle a nadie.

Me encojo un poco de hombros.

—No lo sé, solo se me ocurrió —le acaricio los risos rojos a la mujer dormida sobre mis piernas—. No quise esperar, tal vez. ¿Por qué íbamos a hacerlo? Sé que no hay en el mundo una mujer que pueda completarme tanto como ella. Digo, ya vamos a ser padres. Nos conocemos lo suficiente para seguir tan bien como hemos estado hasta ahora.

Ella se mueve un poquito, así que dejo de hablar. Tal vez mi voz sea lo que la esté despertando. Sus labios se curvean un poco. Tiene una sonrisilla de niña traviesa tan preciosa que me hace suspirar.

—Creo que tú me entiendes mejor que nadie, ¿no? —él me sonríe, convertido totalmente en mi cómplice—. Tener toda tu vida organizada, saber que hacer todos los días. Tienes todo organizado, como un itinerario diario, pero luego llega una mujer —agito la cabeza—. No una mujer, la mujer, esa que es la que realmente necesitas, incluso cuando no sabías que lo hacías.

—Para cada idiota, hay una mujer que viene a ponerlo en cintura.

Le sonrío burlón.

—Usted necesitó muchas reparaciones, señor Grey.

—Tal vez, pero aún tengo la mano inquieta. Si no quieres un buen azote, mejor comienza a comportarte. Soy tu padre, niño.

—Ya no soy un niño.

—Te aviso que eso no es importante.

Le vuelvo a sonreír. 

—El matrimonio te sienta bien —le digo.

—No puedo quejarme, aunque no es exactamente el matrimonio. No lo comprenderías. Tienes que vivirte al máximo la vida de casado para saber por qué se vive tan bien.

—Tal vez se deba a que eres un eterno enamorado.

—Oye, ¿qué esperabas? Tu madre es lo mejor que me pudo haber pasado en la jodida vida.

—Después que no entres en muchos detalles, creo que todo bien.

Él hace una mueca.

—Papá —suelto una carcajada—, la última vez que hablamos medio borrachos me contaste cosas que realmente no quería saber.

—En mi defensa no me manejo bien borracho.

—Creo que es cuando único no sabes manejarte.

—Y en otras ocasiones, pero es algo privado.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora