Parte XX (Capitulo 126)

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Capítulo ciento veintiséis.

La acomodo sobre la cama. Hay algo muy extraño y es el hecho de que no recuerdo haberme vuelto a vestir. Sin embargo, tenía puesta la misma ropa que había usado para casarme. Ella igual. Rarísimo. Debo haberlo hecho mientras estaba medio groggy por el alcohol y el sueño. También tengo en la mano una copa de algo que no he tomado antes, lo sé porque su aroma es demasiado rancio para mi gusto.

Amanda me quita el vaso de la mano para darle un trago a la bebida. La miro mal, porque no debería tomar de eso mientras esté embarazada. Ella me lanza una mirada árida en respuesta, como si no le importara. Le da un segundo trago y entro en pánico. Le arrebato el vaso y lo coloco lejos de ella.

—Sabes que no debes tomar —le recrimino.

—Solo fueron dos tragos ¿Qué daño hace?

—Provoca daño al embarazo ¿Qué no te importa?

—Parece que lo único que te importa a ti es el embarazo.

—Pues a ti debería importarte un poco más en lugar de actuar como cabra loca. No debes tomar, eso es todo.

Ella suelta una maldición en danés.

—El matrimonio te volvió aburrido.

Frunzo el ceño.

— ¿Estás de mal humor? —le pregunto.

Amanda me mira fijamente, soltando un bostezo.

—Es que ya me aburrí.

— ¿De qué?

Suelta una sonrisilla.

—De ti.

Parpadeo.

—Eres aburrido en todo sentido y ya estoy harta de tenerte junto a mí todo el tiempo —me da un golpecito en los labios con el pulgar—. Y honestamente los otros hombres con los que he estado son mucho mejores en la cama que tú.

Me sacudo en la cama hasta despertarme. Me descubro sudando e hiperventilando. Sigo en el avión, estaba dormido. Me limpio la delgada capa de sudor de la frente con el dorso de la mano. Estiro el brazo hacia un costado y accidentalmente la golpeo en el vientre. Suelto un grito en el exterior y me acerco cuidadosamente para revisarla. Se mueve un poco. Hace una mueca y no sé si es de dolor.

— ¿Por qué me despiertas? —gruñe.

Tiene los ojos cerrados, pero tantea a oscuras hasta sentirme. Me relajo un poco. Creo que está bien. No ha sido un golpe fuerte, pero da igual. Se agita sobre la cama y se mueve hasta llegar a mí. Posiblemente esté evitando abrir los ojos para que no se le escape el sueño. Lentamente consigue acomodarse entre mis piernas, durmiéndose de nuevo en mi pecho. Me relajo bastante y me dejo caer cuidadosamente de nuevo sobre la cama.

Vaya pesadilla. No puedo controlar la respiración agitada ni la incomodidad en el pecho. Desde luego era una pesadilla. Incluso en medio de la inconsciencia debí preverlo. Esta mujer ama a sus hijas, no cometería esas tonterías. Y había dicho que lo nuestro jamás la aburriría. No veo por qué razón pudiese haberme mentido en medio de la vulnerabilidad de ambos.

Pero el temor era mío…

A pesar de que ella había repetido muchas veces que jamás se cansaría de estar conmigo, seguía teniendo en el fondo un terrible miedo de perderla. Es que con ella me sentía tan completo, tan vivo, que si llegara a perderla solo significaría volver a ser quien era antes. Un hombre solo, sin hogar, sin cariño. Porque ella es todo lo que necesito. Es el amor de mi vida. Perderla sería como ir al infierno.

Cincuenta Sombras y Luces de Theodore GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora