Poco a poco Alexandre recuperaba la conciencia. Y enseguida descubrió que todo a su alrededor estaba a oscuras. No había luz por ninguna parte ni sentía objetos a su alrededor, era como si estuviera en medio de la absoluta y oscura nada, en una especie de Limbo, lugar donde la "nada" lo era "todo". No podía ver sus manos, ni sus piernas, ni sus brazos, tampoco podía moverse, pero sabía que se encontraba de rodillas, porque sentía que estaba en esa posición. Aún así, no entendía con claridad si estaba flotando o si se encontraba en un espacio físico; no sabía si estaba en un lugar real, en algún plano fuera del terrenal o, si quiera, si se hallaba en algún sitio. Se preguntaba si estaba muerto, porque no sentía nada abajo, ni arriba, ni a sus lados, sólo un deprimente vacío infinito donde sospechó que vagaría por el resto de la eternidad.
Desesperanza, desolación, vergüenza, tristeza, soledad, eran palabras que cobraban vida dentro de él, todas en orden y al mismo tiempo también. Tampoco hallaba palabras para expresar la intensidad con que vivía esas sensaciones, pero sí podía llegar a una conclusión: cualquier ser humano que experimentara lo que él estaba atravesando en ese sitio (si es que se le puede llamar así) no lo soportaría. Un segundo allí era suficiente para provocar que cualquier ser vivo cometiera suicidio. Y ahí estaba él, vagando, como un alma en pena.
"¿Será esto el infierno?", fue la pregunta que resonó ruidosamente dentro de él.
Sin embargo, como si recuperara la audición, sus oídos empezaron a oír pequeños ruidos de procedencia caótica, como truenos y una lluvia tempestuosa que arrasaba con todo. Progresivamente, cada sonido se volvía más audible, como si le subieran el volumen a su entorno; y cada sensación, más perceptible, como fuertes vientos golpeando su cuerpo y un frío que le congelaba. Era como si lentamente le regresaran todos los sentidos, menos el de la vista. Y al mismo tiempo en que sucedía, la sensaciones indescriptibles de estar en el limbo le abandonaban.
"¿No estoy muerto?", se preguntó, sintiendo que estaba en medio de una tormenta eléctrica, pero sin la capacidad de verla. "¿Estaré ciego?"
-Despierta, hermano -escuchó una voz hablarle, en tono dulce y gentil.
Una extraña sensación, mezcla entre asombro y susto, fue lo que Alexandre sintió al oír la voz de su hermano, Auguste.
-¿Hermano? -preguntó, extremadamente confundido, sin poder verlo-Hermano, ¿de verdad estás vivo?
Entonces lo escuchó reírse.
Luego de oír su voz otra vez, abrió los ojos y observó el rostro de Auguste. Para su sorpresa, ambos se encontraban dentro de un dormitorio bastante ordenado, cuyas paredes eran blancas, al igual que la decoración y las persianas. Alexandre estaba acostado en cama, cubierto hasta la cintura por las sábanas, y Auguste se hallaba frente a él, sentado al borde. Se le veía como si lo hubiera estado cuidando por padecer alguna enfermedad. Y observando el cielo a través de la ventana de cristal, también notó que el día estaba parcialmente despejado, hacía buen clima y el ambiente estaba tranquilo; después vió a Armand quien, sentado en una silla mecedora de madera, leía el periódico, totalmente ensimismado, mientras que Auguste claramente estaba atento a su hermano.
Respirando aire fresco, Alexandre sintió que había vuelto a la vida; o mejor dicho, que había despertado de una pesadilla muy larga.
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La Sirvienta ©
HorrorLa inquientante historia de un pueblo aislado del mundo, cuyos habitantes desaparecieron sin dejar rastro en la década de los 80', llega a manos de Samantha Bush, una joven periodista cuya profesión peligra con desaparecer. En búsqueda de la verdad...