La mansión estaba a oscuras. No había ni una sola luz encendida. Sólo el breve brillo de los relámpagos iluminaba el interior de la gran casa por escasos segundos. La lluvia, mientras tanto, caía incesante, sin piedad, con ira sobre el techo de la mansión, y los truenos, resonando con furia, asustaban y alteraban los nervios de los presentes de forma constante (mucho más de lo que ya estaban). Por el terror que sentían en el momento, ni Odette, ni Belmont ni alguna de las sirvientas se atrevía a acercarse a la puerta principal, sobre todo después de presenciar lo que le sucedió a aquella mujer.
—Meredith... ¡Oh, Meredith! -Sollozaba una de ellas, con las manos cubriendo su boca, lamentando la pérdida de su hermana con gran dolor.
Aún no podían creer lo que habían visto, no lo asimilaban todavía, estaban consternados por el hecho de ver a una mujer de cuarenta y tantos años ser lanzada por los aires con tal brutalidad y facilidad. Y mientras muchas de las nanas lloraban por miedo y otras no reaccionaban por el shock, Odette trataba de hacer lo humanamente posible por calmarse para analizar la situación. A ella no le interesaba comprender cómo demonios había ocurrido eso ni quién lo había hecho. Su prioridad, por el momento, era analizar la situación en la que se encontraban y hallar de manera efectiva una forma de salir a salvos de ahí (o al menos ella y su hermano, pues no le interesaba en lo absoluto la vida de las sirvientas).
Y Belmont, aún estando débil y muy adolorido, se percataba de todo eso.
—Debemos salir de aquí... -Masculló ella, con cierto fastidio de tanto oír los llantos de aquellas mujeres. —¿Qué podemos hacer? ¿por dónde podemos salir?
¿Cómo podían escapar? Era más que probable que cualquiera que cruzara la puerta enfrentaría una muerte súbita segundos después; o por lo que vieron momentos atrás, al instante. Entonces, teorizando que no podían cruzar ninguna de las puertas, ¿por dónde podrían salir? ¿cuál podría ser su salida? Esa eran las cuestiones que ocupaban la mente de ambos; o por lo menos, Belmont, ya que él no estaba seguro de qué estaba ocurriendo en la mente de su hermana.
—¡Ya, cállense! -Exigió ella, quien se había mostrado pensativa hasta ahora. —Necesito concentrarme.
Por alguna razón, a Belmont le intrigaba saber qué estaba ocurriendo en la mente de ella. Quería saber en qué estaba pensando, si es que ya tenía un plan en marcha; porque él, hasta ahora, no había podido idear ninguna clase de plan o ruta de escape. Se sentía inútil y con justa razón, pues apenas podía moverse por el dolor que sentía en los huesos y apenas tenía espacio en su mente para siquiera sentir algo de cordura en medio de esta situación, ya que lo único que se repetía una y otra vez en su mente era la imagen que había visto anteriormente de aquella sirvienta siendo arrastrada hacia fuera, como si de un muñeco de trapo se tratara.
De repente, escuchó el resoplo de su hermana y vio cómo ésta extendió su brazo hacia él.
—Ven, vamos. -Le dijo ella, ayudándolo a levantarse del suelo y apoyando su brazo alrededor de su cuello.
—¿Pensaste en algo? -Le preguntó él, con un dolor en los pulmones que le dificultaba el hablar.
—Sí. Ya pensé en algo. -Le contestó, inexpresiva. —Hay una soga escondida en el balcón de Adeline, podemos utilizarla para salir.
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La Sirvienta ©
HororLa inquientante historia de un pueblo aislado del mundo, cuyos habitantes desaparecieron sin dejar rastro en la década de los 80', llega a manos de Samantha Bush, una joven periodista cuya profesión peligra con desaparecer. En búsqueda de la verdad...