Era el año 1954. Año que cambiaría la vida de Amelie, pues días atrás, había descubierto finalmente de dónde provenía; finalmente había descubierto lo que pasó hace 28 años, y lo ocurrido con sus padres biológicos.
Aún seguía conmocionada, no podía salir de la impresión; sin embargo, no podía darse el lujo de desatender sus deberes como sirvienta, ya que se acercaba el cumpleaños número 18 de los gemelos Belmont y Odette.
Sólo faltaba un par de días para celebrar el nacimiento de esos dos adolescentes que, al crecer cada vez más, su maldad hacia Amelie crecía.
Odette y Belmont tenían la costumbre de formular preguntas sobre fórmulas matemáticas y gramática compleja a Amelie para así humillarla; y ella, al solamente conocer lo básico de ambas cosas, se veía obligada negar la respuesta a sus preguntas.
Durante la niñez de los gemelos, Amelie sufría bromas e insultos por parte de ellos. Paulette, al ver ese tipo de comportamiento en los niños, los reprendiá; pero ellos, al ver que Bertram aprobaba lo que hacían, seguían con sus bromas, sin parar sus maldades.
Afortunadamente, tantos años conviviendo con esos demonios habían forjado en Amelie un carácter de tolerancia, así que recibir preguntas humillantes, bromas e insultos por parte de ellos era algo normal para ella.
Faltaban muy pocos días para el día de cumpleaños. Amelie arreglaba el sitio de la fiesta sorpresa, mientras las demás sirvientas vageaban. Ellas le habían dejado toda la tarea a Amelie, pero, cada vez que ella les pedía ayuda en algo, la ignoraban, así que le tocaba hacer todo sola.
—¡Hermana! -Exclamaba Adeline a lo lejos, corriendo en dirección adonde Amelie estaba, hasta llegar a ella —¿Necesitas ayuda? -Preguntó dulcemente, Amelie sonrió.
—Tranquila, hermanita —Respondió ella —Falta poco para terminar.
—Yo puedo ayudarte. Mamá dice que ya estoy grande -Comentó ella. Amelie esbozó una sonrisa de dulzura en su rostro.
—Claro que lo estás -Contestó Amelie.
Adeline y su madre adoptiva, Paulette, eran el único motivo de felicidad para ella. Amelie las amaba con todo su corazón, y contar con el amor de su madre adoptiva y el cariño de Adeline, era un revitalizador para Amelie. Eso era algo que la alegraba.
Amelie, cada noche le oraba a Dios, agradeciendole por tener a una madre como Paulette en su vida y a una hermanita como Adeline a su lado. También le pedía que cuidara de sus padres biológicos, los cuales Amelie amaba con toda su vida y sus fuerzas.
Por otra parte, cada vez que Paulette recordaba a los padres de Amelie, a su mente le venían grandes sentimientos de culpabilidad y remordimiento. De vez en cuando se encerraba en el baño a llorar. Incluso, en ocasiones vomitaba.
No tenía con quien desahogarse. Sus amigas eran objeto de repugnancia para ella ahora. Todo el pueblo de Shellingtoonhood y sus habitantes le parecían repugnante. Los detestaba, por el simple hecho de que cada uno de ellos llevara en su interior un despreciable sentimiento de rechazo hacia su hija Amelie. Incluso, los estaba llegando a odiar, en especial a las dos personas que le desgraciaron la vida a Amelie en su totalidad: Bertram, su esposo; y Renard, el culpable de la muerte del padre de Amelie.
En su corazón, solamente había espacio para dos personas: Para Amelie, su hija adoptiva; y para Adeline, su hija biológica de 5 años de edad.
El resto del pueblo, era objeto de odio para ella; pero también se odiaba a sí misma, sintiéndose responsable de la vida que Amelie tenía.
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La Sirvienta ©
HorreurLa inquientante historia de un pueblo aislado del mundo, cuyos habitantes desaparecieron sin dejar rastro en la década de los 80', llega a manos de Samantha Bush, una joven periodista cuya profesión peligra con desaparecer. En búsqueda de la verdad...