Capítulo 29: El desconocido del avión

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La peor forma de extrañar a alguien es estar sentando a su lado y saber que nunca lo podrás tener.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

—Vuelo 5427 con destino a Francia, por favor, seguir a la sala de abordaje número tres

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—Vuelo 5427 con destino a Francia, por favor, seguir a la sala de abordaje número tres.

Arrastro la maleta con mi brazo izquierdo, tomando a Christine con el derecho y juntas avanzamos hacia la sala que nos especificaron. Atravesamos un pasillo de cuadros a blanco y negro, con avisos turísticos en cada pared y al llegar al otro lado, una habitación con ventanales gigantes y los rayos del sol inundándola por completo nos recibe. Allí nos sentamos un segundo en unas sillas contiguas, que están frente a la puerta por la que están pasando todos con distintas expresiones, diferentes problemas, cada uno con su vida y cuando no queda ninguno, nos ponemos en pie y los seguimos sin dudarlo.

Palpo mi bolsillo, con la esperanza de encontrar el cortaúñas que me quitaron en el detector de metales porque querían "proteger la dignidad e integridad de todos los pasajeros"—Si en verdad quisiera asesinarlos, no les cortaría las uñas hasta lograrlo. Mi tiempo es demasiado valioso—. Miro mis zapatos como distracción, viendo un poco de polvo en el derecho y con mi obsesión poco sana de mantenerlos impecables, me detengo de repente para limpiarlos y alguien se estrella contra mí por la parte de atrás, algo se hace trizas en el suelo y un líquido helado se derrama en toda mi espalda.

Me doy la vuelta mosqueada, aunque, en realidad, apenada por haberle regado la bebida y al girarme y enderezarme para hacerme la imponente, un chico el doble de alto se cierne frente a mí y sus lentes están en el suelo, con los vidrios desparramados. Christine me adelanta por un lado silbando, agitando su cabello al ritmo de sus pies y con los ojos puestos en el techo.

«Y se supone que esa es mi mejor amiga».

Mademoiselle. —Tarda en darse cuenta de que habló en el idioma equivocado—. Disculpe, señorita. Es que soy francés, perdone mi error. —Agrega en un susurro, como si confesármelo secara mi camisa por arte de magia y lo francés le quitara lo estúpido—. Invertí en esa bebida los últimos billetes que conservaba. Y esos lentes los usó mi bisabuelo en la segunda guerra mundial, son una reliquia familiar. No sé cómo hará, pero debe pagármelos.

«Ay, mierda»

—La verdad es que yo solo me agaché y... pues estabas demasiado cerca, demasiado distraído, ¿cómo no ibas a notar que me detuve?

—Estaba intentando que mi bebida no se regara porque todo lo que gané en el trabajo lo invertí en este boleto. ¡Mi vida es tan miserable!, ¡¿ahora que comeré en el viaje?! y llegas tú a me ruiner la vida, ¿qué te pasa?

—Fue tu jodida culpa. —Lo señalo directamente y casi puedo tocar su puntiaguda nariz.

—Lo que sea que signifique "jodida" no alcanza a expresar todo el dolor que siento. —Pone la mano en su pecho y la gabardina que lleva puesta se mueve al tacto. Es completamente negra y hace juego con su delineado del mismo color.

Mi vida con Laura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora