─✎WABI-SABI┊Hace referencia a la capacidad de encontrar la belleza, armonía y el bienestar en la imperfección.❞
─── Él...
Era un desastre, un chico que vivió un pasado horrible y cargó consigo un peso inimaginable. Temido por muchos y respetados po...
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Mirai no disfrutaba gozar de los constantes regaños de sus profesores, a diferencia de su mejor amigo —que quería aparentar ser un chico malo— ella se los ganaba sin intenciones ningunas. Casi todos los días tenía una audiencia con algún maestro que la reprendía por algo en específico, los motivos solían variar desde ausencias hasta malas calificaciones. Hoy no era diferente, hoy solo se sumaba a una larga e interminable lista.
Ahí estaba ella, encogida de hombros y ligeramente sonrojada, se estrujaba la falda del uniforme con sus manos tratando de encontrar fuerza en aquel inocente acto; tenía la vista fija en su profesor de literatura, un viejo hombre que a pesar de ser un cascarrabias la quería y apreciaba como alumna. La intimidó que esta vez a la hora de su conversación, él no tuviera una sutil sonrisa dibujada en su rostro.
El varón, por su parte, se mostraba bastante estoico y serio, decidido esta vez a dejar la confianza que tenía con ella de lado y reprocharle sus malas actitudes; su tarea no era ser su amigo, era educarla. Se hayaba recostado al espaldar de su silla y sin dejar de examinar cada pequeña acción de la Hoshizora. En su mesa había un sin fin de papeles, seguramente eran las quejas y reportes de su alumna, pero ahora eso era secundario, quería tener una charla tranquila que la hiciera reflexionar.
—¿Sabes por qué estás aquí? —inquirió al fin el mayor, rompiendo aquel silencio y duelo de miradas que podría haberse hecho eterno. Se acomodó los lentes, mientras se inclinaba hacia adelante y posteriormente se cruzó de brazos.
—¡Lo siento! —exclamó la fémina, tan alto que se ganó la atención de varios profesores de la sala de maestros—. Me quedé dormida.
—Llegaste treinta minutos tardes a mi clase luego de faltar una semana por estar enferma —rectificó él, de forma lenta y relajada—. Mirai, lamento decírtelo, pero así no vas a conseguir terminar la secundaria, debes centrarte más. Solo me preocupo por tí y tu futuro, eres una buena chica y siempre tienes una sonrisa para quienes te rodean, pero lamentablemente en el mundo para sobrevivir es necesario algo más que la amabilidad.
—Es que yo no quiero sobrevivir, quiero vivir cada día al máximo —siseó la castaña, sin intenciones de iniciar una discusión pero si defendiendo su punto de vista—. Pensar que voy a pasar años actuando del modo en que alguien superior a mí quiera me deprime, así que prefiero hacer las cosas a mi modo. Esto no quiere decir que lo de hoy haya sido intencional, de verdad me quedé dormida.
—No quisiera ser yo el que te dé una lección negativa de la sociedad, pero en vistas a que nadie lo ha hecho me corresponde mí semejante tarea. —Se puso en pie y dió dos pasos hasta colocarse frente a ella, luego depositó ambas manos sobre sus hombros y le sonrió, por primera vez desde hacía unos minutos. Eran casi como amigos y le dolía tener que hacer aquello; Mirai era una adolescente poco común, libre como el viento, sincera y justa, siempre dispuesta a ayudar sin condiciones; semejantes cualidades de las que carecía toda la juventud la alejaban de la misma, porque todos veían que ella tenía algo inexplicable y lo envidiaban; su espíritu aventurero la hacía única, pero también la hacía inocente, y sabía que en un futuro alguien se aprovecharía de ello. Ya no se trataba solo de los resultados académicos o la escuela, debía abrirle los ojos a esa pequeña antes de que fuera demasiado tarde—. Debes saber que las cosas no son fáciles, un día dejarás de ser una cría y deberás enfrentarte al mundo de los adultos, en él no podrás defender a un empleado que esté siendo abusado por su jefe porque te despedirán, no podrás ir a dónde quieras porque tendrás responsabilidades y una familia que mantener. Hay ataduras, Mirai, hay ataduras en la vida que nos obligaba a seguir una serie de normas y conductas.