No sé cuánto tiempo pasa hasta que puedo recoger mis pedazos y salir de nuevo para encontrarme con la amable señora a la que le debo mi dignidad, pero sé que son más de las tres de la tarde ahora.
—¿Podrías prestarme un teléfono, por favor? —Logro decir cuando llego frente a ella en el mostrador.
—Claro, linda. Tomate el tiempo que necesites. —Su mirada es verdaderamente empática y me alivia saber que no le interesa saber lo que pasó, sino solamente ayudarme.
Me regala un par de monedas y me indica el sitio del teléfono público; está ubicado al fondo de la tienda, lo suficientemente lejos para conservar algo de privacidad y de dignidad.
No recuerdo cuándo fue la última vez que vi o use uno de estos teléfonos y la capa de polvo que lo envuelve delata que este aparato tampoco recuerda cuándo fue la última vez que alguien lo usó. Barro un poco el polvo con los dedos y levanto el auricular sorprendiéndome al escuchar el tono vibrante de la línea.
Pienso en llamar a mamá, pero no quiero terminar mi tarde en la comisaría, denunciando al depravado de Oliver Henry así que desisto de inmediato. Además tendría que delatar a Caleb y no quiero que termine en prisión.
Pienso también en llamar a Dustin, pero el muy desgraciado me ha dejado a mi suerte así que no quiero tener nada que ver con él, al menos por hoy. Así que descartando a las dos primeras personas más importantes de mi vida, solo me queda alguien más, Caleb.
Batallo un par de minutos para recordar su número de teléfono, acudiendo al recuerdo de todas aquellas veces que lo llamé después de que murió tía Jocelyn para saber cómo estaba y que terminé hablándole al buzón de voz como una estúpida. El recuerdo es doloroso además de vergonzoso, pero es lo único que parece servir para recordarlo: 799-15-09
Tecleo los números con dificultad y un nudo tremendo en la garganta e introduzco la moneda después de escuchar la voz automatizada de la operadora.
Timbra una vez.
Dos veces.
Tres veces.
Cuatro veces.
Pero entonces, cuando parece que se va a saltar al buzón de mensajes escucho su voz del otro lado de la línea:
—¿Si? —Su voz es apenas un hilo, pero es suficiente para revolver mi interior y arrastrar un par de lágrimas a las esquinas de mis ojos.
Pienso en llorar, pedir perdón, decirle en dónde estoy, pedirle que venga por mí y que por favor haga que está asquerosa sensación de sentirme sucia y usada como un trapo viejo se vaya. Pero no puedo modular palabra.
—¿Quién es? —Pregunta luego de un rato, elevando la voz con alerta. —¿Julsie? —La manera en la que pronuncia mi nombre como si fuera la cosa más importante del planeta, me rompe y empiezo a llorar de nuevo.
—Mmm. —Proclamo en afirmación, porque no puedo formar una sola palabra.
—Gracias al cielo. —Suspira con alivio. —Dime en dónde estás... Dime qué estás bien. —Súplica y niego como si pudiera verme.
—¿En dónde estás, nena? —Pregunta luego de un par de segundos, su voz tan suave como un guante de seda.
—A dos calles de El Palacio, en un Oxxo. —Gesticulo al fin entre lágrimas, con mucha dificultad.
—Quédate ahí, iré por tí. —Afirma con determinación y desconecta la línea sin decir más.
Me quedó hecha un ovillo sentada en el piso frío junto al teléfono, con la mirada perdida en el vacío, tratando de no contar cada segundo que pasa. Pienso en Farah, en qué esa pequeña niña está bien, en qué a ella no le pasó nada, y aunque no era mi obligacion, sé que hice lo correcto. Pienso en que Caleb tenía razón, ese tipo es de la peor calaña que pueda existir, y se merece que puedan sacarle todo el maldito dinero del mundo.
Entonces llega a mi mente la peor de las ideas; Caleb era el encargado de tomar las fotos que pondrían a este tipo en evidencia, pero, ¿Y si por mi culpa eso salió mal?
Miles de pensamientos llegan a mi después de eso y parezco ir en espiral hacia un nuevo ataque de pánico hasta que por fin escucho la puerta del Oxxo abrirse con una campanita que anuncia un nuevo visitante.
—Dios santo. —Oigo su voz y me obligó a levantar mi rostro para encontrarlo justo frente a mí, pálido como un papel y con la expresión más preocupada y rota que he visto jamás. Tiene un moretón horrible en la mejilla derecha y el labio inferior ensangrentado e hinchado, pero que yo recuerde Oliver no pudo darle ningún golpe así de contundente.
Se nota que ha llorado pues sus ojos están rojos y las bolsas que se han formado debajo son casi negras. Su cabello está desordenado y sus hombros caídos como si cargara el peso de toda América en su espalda.
—Cal. —Susurro antes de que una nueva lluvia de lágrimas se apodere de mi. Intento levantarme, pero mi cuerpo ya ha dejado de responder y solo puedo temblar.
—Ven aquí, Julsie. —Me llama como solo él puede hacerlo y me dirige una mirada distinta, no está enojado, está asustado, y distingo algo de... admiración, tal vez.
avanza los pocos pasos que le quedan hacia mí con rapidez y cubre mis hombros con su chaqueta de cuero para cubrirme del frío.
—¿Te puedes levantar? —Pregunta pero niego suavemente. El cuerpo entero me hormiguea y tengo toda la sangre agolpada en mi cabeza de tanto llorar, así que a duras penas puedo responder, además, caigo en cuenta de que no he comido en toda la mañana.
Menuda genio.
Antes de que pueda oponerme o protestar, Caleb me levanta del suelo entre sus brazos como si fuera un bebé, y como si pesara lo mismo que un lápiz me lleva entre los pasillos de la tienda hacia la puerta.
—Muchas gracias por cuidarla, Bárbara. —Agradece a la anciana que me ayudó hace un par de horas.
—Por favor cuidala mucho. Suerte. —Nos despide y módulo un insonoro "gracias" con mis labios antes de abandonar el lugar.
—¿Cómo supiste su nombre? —Pregunto con un hilo de voz mientras avanzamos en la calle.
—Soy encantador, nos hicimos amigos al instante. —Se encoje de hombros presumiendo discretamente, sacándome una pequeña sonrisa.
—Puf. —Bufo por lo bajo y lo hago sonreír también.
—Ey, Shh shhh, pensé que estabas muy cansada para hablar. —Afirma entre divertido y angustiado, y aunque quiero llevarle la contra y hablar hasta por los codos para sacarlo de quicio, me acomodo en su pecho y cierro los ojos, escuchando el latido de su corazón, tan fuerte que pienso que está a punto de salirse de su pecho.
—Desearía poder quedarnos así, pero necesito llevarte a casa. —Susurra luego de un par de minutos.
—Mmm. —Entiendo a qué se refiere así que abro los ojos y lo dejo ponerme de nuevo con cuidado en el piso.
Estamos a unos sesenta metros del Oxxo, frente a su Ducati monstruosa, y sé que no tendré otra opción más que subirme en ese horrendo aparato, sin protestar, si es que quiero llegar a casa.
Él debe adivinar mi pánico por la mirada aterrada que le doy a esa cosa, porque dice: —Tranquila Julsie, no dejaría que te pase algo malo.
Asiento a falta de una mejor respuesta y pongo una pierna a cada lado de la motocicleta, cuando siento las manos cálidas de Caleb a cada lado de mi cintura ayudándome a acomodar, enviando señales cálidas or todo mi cuerpo.
—Gracias. —Hablo con dificultad y él parece un poco más sonrojado ahora.
—Vámonos a casa. —Dice al cabo de un rato subiéndose frente a mí y girando la llave en la hendidura, trayendo a la Ducati a la vida con un monstruoso rugido.
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C O U S I N S [TERMINADA]
أدب المراهقينNo saben en qué parte de la biblia está escrito, que su amor está prohibido e incluso aunque lo intenten no pueden evitarlo, así se caiga el cielo, así se vayan al infierno. Saben que los pecados nos condenan a la desgracia y ellos ya tienen un asie...