Capitulo 1: "Esto apenas comienza" (Pt. 1)

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Actualidad

Frustración. Esa es la palabra que describe a la perfección el sentimiento que me invade mientras trato en vano de terminar el ensayo sobre la Revolución Francesa.

Los acontecimientos recientes me impiden concentrarme en María Antonieta o en Napoleón Bonaparte, como para escribir más allá de un título provocador y una introducción de veinte palabras vacías de contexto.

—Maldita sea. —Susurro dándome por vencida mientras arrojo mi vieja máquina portátil sobre la cama y decido que es mejor tapar mi cara con la almohada llena de plumas que descansa a mi derecha, antes de dejar salir toda la frustración en un grito sonoro, ahogado solamente por las plumas de ganso.

—Lamento interrumpir tu siesta, pero, ya está por llegar. El agente de servicios infantiles llamó, dijo que... bajó del autobús interestatal hace una hora.

Dice mi madre, Nora, después asomar su cabeza discretamente por el marco de mi puerta. Su tono suena más bien como una advertencia y sé que ella tiene sus armas listas —Metafóricamente hablando— para defenderme, en caso de que esto salga mal.

—No estaba durmiendo. —Gruño lanzando la almohada contra la pared. —¿En serio tiene que venir a quedarse aquí? —Pregunto. El pánico presente en mis palabras de forma latente. —¿No tiene familia paterna?

—El juez falló en contra de su padre, Jules. Era un alcohólico degenerado, un mal ejemplo para él. Éramos nosotros o un centro de menores hasta que cumpliera dieciocho el año que viene. —Mi madre repite la historia de nuevo, con tono cansado y monótono.

—Estoy segura que hubiera preferido el centro de menores. —Susurro, siendo plenamente consciente de su desprecio hacia mi y hacia mi madre. Cómo si fuéramos culpables de su desgracia, como si le debiéramos algo.

—¿Qué dijiste? —Pregunta mamá.

—Nada, nada. Dije que espero que su estadía acá sea buena para todos, para unir de nuevo a la familia. —Mamá no me cree ni por un momento, pero lo deja pasar y abandona la habitación. Ha estado preparando todo para su llegada desde hace casi un mes, pero siento que no hay preparativos suficientes que puedan prepararla para lo que está por venir, más que nunca necesita mi apoyo.

Veinte minutos después escucho el timbre de la puerta y mi prefabricada calma emocional empieza a desmoronarse. Las palmas de las manos empiezan a sudarme por alguna razón y siento que el corazón se me va a salir por la boca, y no, no es emoción, es puro y físico pánico.

No he visto a Caleb desde el funeral de tía Jocelyn, y a pesar de que he intentado saber cómo está, lo único que consigo en respuesta son las detestables líneas azules que indican que se ha pasado mis mensajes preocupados por el trasero y los ha arrojado al traste de la basura después.

No estoy preparada para esto.

—Jules, ven aquí ahora mismo. —Ordena mi madre desde el primer piso y poniendo mi mejor cara, abro la puerta de mi habitación y bajo el tramo de escaleras hasta la entrada de la casa.

Caleb está dándome la espalda. Viste un par de tejanos color gris desgastado, y una chaqueta de cuero envejecido. No sé porqué, pero así es como me lo imaginaba: como el tipo rudo del carnaval que te daría una paliza si lo miras por más de cinco segundos.

Aclaro mi garganta para hacer notar mi presencia y es ahí cuando se da la vuelta recorriéndome con la mirada de los pies a la cabeza.

Al observarlo finalmente me doy cuenta de que el Caleb que conocí ha desaparecido completamente y en su lugar ha aparecido alguien completamente diferente. Le ofrezco una mirada poco disimulada; ¡Ha cambiado del cielo a la tierra!

Lo único que delata que es él, son sus ojos color avellana y los hoyuelos en sus mejillas.

El resto de él parece más una mezcla amenazante de luchador de peleas clandestinas y un artista de rock.

Su piel es bronceada y tersa. Puedo ver sobre los botones abiertos de su camisa a cuadros un par de tatuajes con figuras y letras que no puedo descifrar.

Su cabello es una mezcla salvaje de castaño oscuro con toques rojizos y dorados, como si viviera a la luz del sol.

—Hola, Caleb. —Saludo tratando de no enredarme al hablar. ¿Cuándo cambió tanto? Pienso que preguntarle sería poco cortés así que me trago mis palabras.

Sus ojos avellana me miran abiertos de par en par como tratando de hacer la conexión entre lo último que vio y lo que está viendo en este momento y esa nada disimulada evaluación me hace sentir incómoda, no sé porque le toma tanto tiempo observarme, no he cambiado mucho desde la última vez que nos vimos cuando tenía doce años. Vale, tal vez tenga un poco más de busto y algo más de caderas, pero sigo siendo la misma Jules y mis amigas bromean con que sigo pareciendo de trece años.

Así que pienso que está burlándose de mí. Tal vez al observarme solo piense cuán pequeña sigo siendo a comparación de él, cuál indefensa me veo.

Solo imaginar lo que pueda estar pensando en mí en este momento me eleva la cólera. ¿Quién se cree que es?

Al no recibir respuesta alguna después de mi saludo, tal como con todos los mensajes que le he enviado por casi cuatro años, decido pasar de él y tomar sus maletas livianas para ponerlas junto al sofá en la sala y que no estorben el paso.

—¿Eres tú Julsie? —Pregunta casi atorándose con su propia saliva cuando le doy la espalda. La forma en la que dice mi nombre me hace sentir inesperadamente incómoda.

Su expresión deja entrever un poco de sorpresa, sin embargo no puedo descifrar mucho más allá de eso. Recuerdo que de pequeños siempre descifraba si estaba feliz, triste o enojado. Ahora, no puedo ver mucho más de lo que me permite ver, sus ojos son una bóveda impenetrable.

Aunque no se necesita ser un genio para saber lo que está pensando, seguramente es algo como: Menuda princesita mimada y flacucha con la que me toca vivir.

Gruñendo arrojo las maletas en su nuevo sitio y me giro para verlo:

—Nadie me dice así desde los cinco años, Caleb. —Escupo tratando de conservar algo de dignidad y paso a su lado dirigiéndome a la cocina, casi que buscando a mamá para esconderme detrás de ella.

Que patético.

Una vez dentro de la cocina trato de controlar el temblor de mis manos rabiosas tomando la cesta de la ensalada, pero esta cae al suelo y se hace pedazos.

—¿Qué pasó allí afuera? —Pregunta mi madre. —¿Te hizo algo? —Su voz vuela de preocupada a amenazante en un milisegundo y esquivando los trocitos de cristal llegó a ella poniendo mi mano sobre su hombro. Intentando tranquilizarla.

—No pasó nada. Es solo que casi no lo reconozco. —Digo rápidamente, no es del todo mentira, así que tendrá que conformarse con eso.

—Parece un matón. —Critica mi madre y vuelve a rebanar la carne para el estofado.

—Mamá, por favor. —Le reprocho. —Empecemos con el pie derecho, ¿Quieres?

Ella suspira sonoramente, como alineando sus chacras internos, y luego de un par de segundos dirige su voz hacia la estancia:

—Pasa, Cal, ponte cómodo, esta será tu casa ahora. —Dice mi madre viéndolo desde la cocina, conservando su distancia, buscando algo de protección.

—Mucho mejor. —Aprieto su hombro en gesto de aprobación y me dirijo al patio en busca de escoba y recogedor.

C O U S I N S [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora