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Thais

Me pongo el arete de perla e inclino la cabeza para mirar a Aang por el espejo, quien me mira con el ceño fruncido, se supone que debo ir a la cama pero tengo ropa de salir.

Han pa­sa­do dos se­ma­nas, y aun­que se tra­ta de una sig­ni­fi­ca­ti­va can­ti­dad de ti­em­po, no lo pa­re­ce.

Creo que es por lo po­co que ha pa­sa­do, pe­ro al mismo tiempo, se siente como mucho.

Aang a veces parece querer matarme y otras veces tenerme desnuda en su cama. Espero no estar desarrollando ningún tipo de sentimientos hacia él, pero no puedo evitar sentir esas náuseas y ganas de exigirle que se quedé cuando minutos atrás me informó que va a salir.

La francecita esa va a estar ahí.

Aang se acerca a mi espalda y huele mi cuello antes de darme un beso ahí. Va ves­ti­do con una camisa azul clara y un pantalón ­gris oscuro. Lleva el pelo peinado y huela a su gel de ducha habitual.

Coloca su mano en mi brazo como suele hacer todo los días: —¿Cómo estás después de lo de esta mañana?

―Dolorida ―susurro sinceramente. Lo habíamos hecho tres veces antes de él irse al trabajo y terminé con la pierna como gelatina. De hecho, pasé la mañana en la cama, recuperándome de tres poderosos orgasmos.

―Te sentirás más dolorida tan pronto como regrese del club.

―¿Por qué no lo haces ahora? ¿Por qué no me levantas el vestido y me destrozas hasta dejarme coja?

Es la forma de intentar convencerlo de que me lleve con él. Si tenemos sexo no podrá negarse. Con sexo Aang es más flexivo.

―¿Todavía me preguntas eso después de que te follé está mañana hasta que rompiste las sábanas y gritaste como si nadie más estuviera en casa? ¿Cuándo pediste clemencia y decías que no aguantabas más?

―¡Aang! ―le reprendo. Me arde la cara e instintivamente miro hacia la puerta en caso de que alguien nos esté escuchando.

―¿Qué? No eres una mojigata, pequeña. No te importaba y tampoco sentías vergüenza cuando esta mañana gemías a todo pulmón: "más fuerte, Aang... Aah... Aang, duro, o corre encima de mis senos, por favor" con esa voz jodidamente sexy tuya. Además, sabes que me encanta verte sonrojada. Más cuando es por mí.

Mi sangre fluye hacia mis oídos y mi núcleo al mismo tiempo, y aunque  trato de combatir el efecto, no puedo. Ese hombre me tiene derritiendo cada vez que me toca o dice algo sucio.

La verdad es que una extraña sensación de excitación me invade cuando habla de esta manera tan descarada y que no le pregunta el resto del mundo. Las únicas personas que parecen importar somos nosotros dos. Y de repente me pregunto qué hay de malo en mí para que me guste tanto su depravación, ¿por qué su dominación me parece tan natural?

Después que termino de ponerme el otro arete le pregunto. ―Tú... ¿no crees que estoy rota? ¿Qué pasa si todo lo que he vivido me rompió de forma permanente?

Él me mira con intensidad antes de responder: ―¿Y qué si lo estás? Es lo que te hace ser quién eres. Es lo que te hace ser tú. Estar roto es lo que nos hace especial; las personas normales son aburridas. Nadie que no esté roto puede crear belleza. Eres la mujer más fuerte que conozco, Thais. Una mujer que se negó a rendirse, a pesar de las casi imposibles circunstancias. Tu espíritu es fuerte. Es un fuego salvaje y necesito que te aferres a ese fuego.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora