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Thais

Él vuelve a mirarme al tiempo que el ascensor se detiene. Coge mi mano cuando estamos a punto de salir del hotel. Tira de mi mano y me lleva hasta la pared del vestíbulo en vez de hacia las puertas, adónde nos dirigíamos.

—Saldrás por esa puerta y vas a entrar al auto sin ninguna resistencia, al menos que quieras que te dé un motivo por el cual gritar.

Vuelve a cogerme la mano y salimos por la puerta principal, camino despacio y él permanece en silencio.

—Buena chica —dice el imbécil, una vez estoy instalada en el coche. Desvío la mirada hacia la ventanilla, ignorando el amargo sabor que se me produce en la boca por su comentario.

—Lo detesto —murmuro, esperando que no me haya escuchado. Me doy cuenta que puedo despotricar en ruso sin que me castigue. Así que subo la voz. —Lo detesto más de lo que puedes llegar a imaginar.

—Repite lo que dijiste —me ordena en ruso, inclinándose hacia mí y tomando mi rostro entre sus manos.

¡Mierda! ¿Cuántos idiomas habla mi secuestrador?

—Lo. Detesto —respondo en español, acariciando cada palabra, sin permitir que su mirada, cercanía o aroma me intimiden.

—Gran parte de tus problemas son porque no puedes mantener esa boca cerrada —dicen, sonriendo con desdén. —Estabas mucho más bonita hace rato, en silencio.

Presiona su boca contra la mía, me muerde el labio inferior con fuerzas y gruñe, después chupa la zona para calmar el dolor. Negándome la sensación de sentir su lengua entrelazada con la mía y el sabor de sus labios.

Cuerpo traidor.

—Sé que calladita me veo más bonita; al menos eso siempre me dicen, pero la sensación de decirte que estás bien idiota en la cara es mucho mejor que simplemente ser bonita —noto por cómo le palpita la vena porque no le gusta mi comentario, es más, le jode ver qué no le tengo miedo y a mí me gusta provocar. Creo que soy masoquista.

—No me toques los huevos —está vez me toma por la nuca y estruja sus labios con los míos hasta el punto de dolerme. Su lengua acaricia mi labio sin inmiscuirse más dentro donde mi lengua parece esperarlo con ansias.

—Ah, no sabía que tenías.

—Lo sabrás pronto —dice con frialdad. —La sabrás cuando tengas tu boca en ello.

—Besa muy mal, es un bruto y un animal. Por eso es que eres tan amargado.

Me mira con frialdad y una sonrisa de suficiencia.

Siento rabia y me muerdo la lengua por ahora. Me acomodo en mi asiento y veo la ventana, enfadada conmigo misma por desear sentir sus labios de nuevo con el mío.

No.

Me rehúso a aceptar sentir cualquier tipo de sentimientos o atracción por alguien como él.

Con aire de molestia, me quedo pensando que tengo que mantener las apariencias, él no puede gustarme, me secuestró y además, me pegó en el trasero el cual me sigue doliendo a pesar de haber puesto una pomada que él mismo me había dejado en el baño.

Algunos minutos más tarde, el sedán negro penetra en el pequeño aeropuerto y nos deja algunos metros de un avión. Lo miro estupefacta, aún no me hago la idea de que me tenga en contra de mi voluntad y pretenda llevarme a otro país donde la posibilidad de escapar se reduce a cenizas, a cero por ciento.

No puedo creerlo, ¿por qué a mí?, el aspecto que anuncia en mi rostro lo hace reír y sin más se baja obligándome a mí también a hacerlo, me paro como una estatua negándome a caminar, él me dirige una mirada con ese brillo de diversión y hace una seña con la cabeza al gorila de su chófer, quién me lanza sobre su hombro.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora