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Thais

Nunca me he sentido tan humillada, barata y herida en toda mi vida.

¡Me ha pegado tan fuerte en el trasero!

Soy tan hipócrita y odio saber que es él quien se encargó de hacerme sentir así. No debe dolerme sus palabras, pero lo hacen. El corazón se me resquebraja. El suelo bajo mis pies se sacude mientras huyo. El dolor que me producen sus palabras es como un puño estrujándome el corazón.

Lo odio tanto.

Pero nunca en la vida habría pensado que estaría corriendo por la acera de París mientras tengo unos tacones y un guardaespaldas enviado por el estúpido desgraciado de mi secuestrador detrás de mí.
¿Quién demonios tuvo la genial idea de ponerse tacones porque creía que le haría ver más alta enfrente del maldito de Aang? Sí, yo.

«A ver, Thais, la única culpable de que estés en esta situación no es nadie más que tú. Te comportaste como una niña berrinchuda por más que el imbécil merecía unas cuantas bofetadas».

Mientras corro, me arriesgo a volver la vista atrás y veo que Elliot está cerca. Demasiado cerca. Doblo enseguida la esquina a la izquierda y me meto en una calle concurrida y llena de coches. Tomo la decisión de esconderme detrás de un auto. En cuanto bajo la cabeza, Elliot pasa junto al auto y sigue de largo. Suelto un suspiro de alivio.

Sin rastro de Elliot, salgo de mi escondite, tomando la dirección contraria. A esta hora, el tráfico es bastante pesado. Echo un vistazo a ambos lados. Elliot no está. Suerte para mí.

Camino por la banqueta, me alzo sobre la punta de los pies para buscar en el tráfico alguna patrulla, así poder llegar a la embajada. No hay nadie. ¿Qué hago? El viento sopla más fuerte. Las borrascas se cuelan entre los edificios. La lluvia amenaza. No puedo quedarme esperando indefinidamente que aparezca uno ni mucho menos volver donde Aang. Ni modo, tendré que seguir caminando.

De pronto, un auto negro frena justo al lado de mí. La portezuela se abre al vuelo y un hombre surge del interior. Intento apartarme, pero todo pasa tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de pensar en dar un paso hacia atrás. El hombre me toma por la cintura, antes de poder soltar un grito su mano se aprieta contra mi boca y su otra mano me lanza hacia el interior del vehículo. Y el pánico se apodera de mí. Me doy cuenta que las ventanas están tintadas.

─¡Déjame salir! ─grito con una voz enloquecida. ─¿Qué es lo que quieren?

─No puedo creer que nos hayan pagado por esto ─dice uno en español con acento italiano. ─Si nos divertimos con ella no creo que se den cuenta.

¿Divertirse? ¿Alguien pagó para que me secuestraran?

─Son unos putos enfermos. ─Tienes una boca muy sucia, me pregunto qué tan bien lo sabrás usar para hacer cosas sucias, como chupar nuestros penes. Si lo haces tan bien como lo dices, nos ganaremos el cielo.

En el instante en el que me meta el pene en la boca, se lo voy a arrancar a mordiscos. Me encargaré de hacer que no tenga más ganas de querer una chupada.

El idiota de al lado toma uno de mis senos y lo pellizca dolorosamente mientras trata de introducir su mano entre mis muslos. Lo empujo con fuerza. Agarra mi antebrazo y me besa. Me toca con brusquedad, me da miedo y asco. Su aliento huele horrible.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora