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Aang

Thais y yo estamos de camino a casa. No me mira desde está mañana, durante el desayuno que compartimos ceremonialmente todos juntos estuve sentado frente a ella, pero rehuyó de mi mirada a propósito. Está ardida porque anoche la dejé con ganas y se vengó de mí cerrando la habitación de invitados con llave y me ignoró cuando pase media hora tocando la puerta.

Tiene suerte que estábamos en casa de mis padres.

Les ha caído bien a mis ellos y eso me agrada aunque con quien se llevó mejor es con Pauline, con quien fue a dar una caminata en el jardín con Elliot siguiéndole los pasos de lejos para no levantar sospechas.

Deposito mi manos en los muslos de Thais y ella ni siquiera se inmuta, sigue mirando al frente con los ojos acontecidos.

—Thais, mírame.

El silencio es lo único que parece hacerme caso. Suspiro, intentando mantener la calma mientras mi paciencia se va agotando.

—No pongas a prueba mi paciencia —le advierto en un tono bajo y firme—. Me harás cabrear y terminaré castigándote.

—Siempre estás cabreado. Solo debo ignorarte y ya.

Un rastro de una sonrisa fría se dibuja en mis labios. Estoy intentando mostrar cierta consideración, pero tal vez a ella no le guste. El cristal delantero que separa el cómodo asiento trasero del conductor está levantado, dándonos privacidad.

La paciencia es una virtud, pero a veces, la acción es inevitable. Actuar demasiado pronto o demasiado tarde puede llevar al desastre. No actuar, sin embargo, es una receta para la auto-aniquilación.

Es hora de actuar antes de dejar que Thais me aniquile.

—Thais, ponte sobre mi regazo y mírame a la cara.

Ella me observa por un segundo, frunciendo los labios, consciente de que quiero imponer mi voluntad.

—No quiero —se revela. —Déjame en paz.

—Son cuatro, pequeña.

Sus ojos se abren de par en par, encontrándose con los míos.

—No he hecho nada malo. Así que, no voy a dejar que pongas una mano en mi trasero.

—¿Qué no has hecho nada malo? Me has ignorado todo el santo día y acabas de rechazar una orden directa. Son cuatro y por contestar son seis.

—Eres imposible y un maldito sádico.

—Oh, te mostraré lo sádico que puedo llegar a ser si no subes aquí... —digo mientras doy una palmada en mi regazo— ...en el próximo minuto, Thais. Ten por seguro que no vas a sentarte por al menos un mes.

Thais me mira, su temperamento encendiéndose con cada segundo que pasa.

—Te odio. Necesitas ayuda, urgentemente.

—Y son siete.

Me desafía con la mirada, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Jódete, Aang.

—Sé que te encanta joderme, pero igual son diez.

—Qué miedo —se burla.

—Veo que los azotes ya no tienen efecto en ti. ¿Te has acostumbrado a tus castigos, pequeña? ¿Deseas otro tipo? ¿Te gusta la idea de que decida castigar tu insolente con mi pene? ¿Qué joda tu culo con mi pene? ¿Gritarás mientras te la destrozo?

—Eres un pervertido retorcido —el rubor enciende su rostro. —No pienso dejarte entrar nada en mi culo, enfermo.

—Once. Y tú también, porque puedo ver esa anticipación en tus bonitos ojos. Anhelas sentir mis manos en tu trasero —la provoco. —Estoy seguro que te has mojado con la idea de mi pene en tu culo.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora