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Pasado

Elliot

Me su­enan los oídos mientras abro los oj­os mis ojos lentamente en medio de una negrura densa y sofocante que obstruye mi vista y mi respiración.

Lo pri­me­ro que veo es una mujer hermosa. Su cabello cae en cascadas a ambos lados de su rostro, los mechones negros camuflan su exp­re­si­ón. La diosa del Olimpo que vi­no a vi­si­tar­me en mis últimos momentos... solo, fueron esos mis últimos momentos, ¿no?

Thalia tiene una belleza etérea, sí, pero bajo esa máscara de guerrera griega sé qué hay ternura y un gran corazón. Lo que la hace ser aún más bella, por eso la miro, cuando cree que nadie la ve es cuando más ella es y es cuando es más hermosa.

En ese mo­men­to en el que pen­sé que to­do iba a terminar, lo que pen­sé no fue en mi mi­si­ón o en las per­so­nas cuyos corazones no podía arrancar con mis pro­pi­as ma­nos ni que no volvería a GAMMA con Escorpión en prisión. Lo úni­co que me vi­no a la men­te fue es­ta her­mo­sa mu­j­er ar­di­en­te y fuerte que fi­nal­men­te se es­ta­ba ab­ri­en­do con­mi­go, o tal vez me di­je a mí mis­mo que el­la se estaba abriendo cuando no le importó que forzara su casa para entrar ni le molesta que yo durmiera en su cama. Solo pensé en cómo se iba a cerrar de nuevo y que las personas e su círculo íntimo —que son poco—, se iban a reducir más. Y eso no me gus­tó.

No me gus­ta eso. No me gusta para nada.

El­la es­ta­ría so­la en el mun­do sin mí, sin na­die a quien agar­rar­se salvo sus misiones. En el fon­do, prometí ­que la voy a proteger. Y hice ese voto diciendo que el­la será con la única persona con quien haré una ex­cep­ci­ón. La persona que será mía, mía de verdad.

Se ne­ce­si­ta una ener­gía sobrehumana pa­ra mo­ver mi bra­zo.

Mi ma­no agar­ra sus mec­ho­nes y los to­mo ent­re mis de­dos, aca­ri­ci­an­do el ca­bel­lo. Thalia le­van­ta la cabeza y me mi­ra con esos oj­os azu­les que nun­ca olvidaré, esos oj­os que a ve­ces me vi­si­tan mi­ent­ras duer­mo y me ob­li­ga­n a des­per­tar­me con un su­dor frío.

Sus la­bi­os se ab­ren, y pron­to, me mi­ra con esa expresión miserable. Lu­ego, len­ta­men­te, demasiado lento, ab­re la bo­ca y me son­ríe co­mo si me vi­era por pri­me­ra vez.

Supongo que es­te es el ti­po de re­ac­ci­ón que qu­ería cu­an­do vol­vi­era.

Ella quería que me alejara de su vida. Aho­ra es­tá son­ri­en­do por­que me des­per­té. Esta mu­j­er es una pa­ra­do­ja.

―Estás des­pi­er­to.

Asiento y el simp­le movimiento me re­ti­ene. El do­lor explota en mi pec­ho y se extiende por to­do mi cuerpo. No creía que dolería tanto.

―¿Cómo te si­en­tes? ¿Debería llamar al médico?— pregunta con preocupación.

―No, estoy bien ―di­go con una voz tan ron­ca que du­do que ha­ya es­cuc­ha­do la pa­lab­ra. ―Sob­re­vi­vi­ré.

―¡Nunca, y qu­i­ero de­cir nun­ca, vu­el­vas a ha­cer eso! ¿Me entiendes? ―las emo­ci­ones en­cont­ra­das son evi­den­tes en su voz: ali­vio, de­ses­pe­ra­ci­ón, pe­ro sob­re to­do, pa­re­ce es­tar al bor­de del co­lap­so.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora