EPÍLOGO

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Thais

Al final Aang cierra los ojos y cuando el ritmo de su respiración cambia, sé que se ha quedado dormido.

Y entonces me visto y me marcho de la habitación, subiendo al tercer piso hasta su oficina. El lugar está a oscuras salvo por la luz de la luna. Ofrece iluminación suficiente para marcar la contraseña, no quiero llamar la atención, encendiendo la luz.

Tomo mi pasaporte y dinero solamente para comprar mi vuelo de regreso. Sin hacer ruido me aventuro en el corredor, bajando las escaleras de dos en dos hasta llegar al pequeño bar. Vacío todas las botellas por el lugar. Respiro hondo apoyada en el mostrador, recuperando el latido de mi corazón y el aliento.

Siento en el silencio cómo él alcohol abre camino desde mi garganta. Estoy dispuesta a asesinar al hombre que me había capturado. El que me utilizó y pensaba deshacerse de mí cuan viejo coche.

Ni siquiera entiendo el motivo por el cual me siento tan herida, solo sé que tengo que destruirlo antes de que él lo haga conmigo.

Las imágenes de él aparecen en mi mente. Vuelvo a sentir sus manos contra mi piel; su lengua en mi boca y nuestras pieles desnudas en unión. Cierro los ojos y sacudo la cabeza para alejar de mí los gritos, gemidos, caricias y palabras. No es el momento para recordar. El simple hecho de tomar tiempo para saborear sus recuerdos habla de cuánto ha jugado con mi mente. Me ha manipulado lo suficiente como para hacer que sus recuerdos sean memorables.

Y lo odio por eso.

Me dirijo rápidamente hasta mi habitación y abro la puerta con cautela.

Estoy enfadada, desesperada y atónita, pero por encima de todo esto estoy destrozada. Sin embargo, no estoy rota. Voy a seguir mi camino sin él.

Veo su cuerpo tumbado perfectamente inmóvil en la cama, boca arriba y con la cara hacia el techo. En mis ojos pasan imágenes de un Aang sonriente, los paseos matutinos para hacer ejercicios, el viaje en el barco, nuestro fin de semana en Londres. De pronto siento en mi piel el calor de su mirada, la pasión con la cuál me toma.

Mis labios tiemblan, con las lágrimas que gotean en mis ojos.

Meto la mano en el bolsillo de sus pantalones, saco su llave, y la observo con las manos temblorosas.

Trago saliva, dejando el pantalón en su lugar y decido mirar una última vez a Aang.

Su desnudez es una invitación a regresar a la cama. Cada vez que inspira, se le marcan los abdominales. Incluso dormido desprende poder.

Abro la puerta y me apoyo en el marco, limpiando de un manotazo las lágrimas que insisten en salir.

Las náuseas me asaltan y quiero vomitar las tripas en el retrete. Sin embargo, me obligo a enderezarme y a mantener la cabeza alta.

Esto es por mi supervivencia.

Puede que ame a Aang, pero no me quedaré hasta que se aburra de mí, hasta que me vuelva realmente loca.

—Lo siento, pero elegí salvarme primero —susurro. —Papá había amado mucho, pero se equivocó al amar. Fue lastimado en nombre del amor, y eso la mató un poco cada día hasta que terminó por suicidarse... yo no pienso terminar como él.

Llego hasta el bar, dejando caer el encendedor, luego voy a la cocina, abriendo la estufa a la velocidad de un relámpago.

Mientras corro apresurada hacia la puerta de la entrada escucho unos extraños ruidos procedentes de la cocina, secos crujidos sin ecos que hacen tambalear las paredes, eso no lo he hecho yo. Llego al sótano, corro hasta el auto y salgo de la cochera, dejando a los guardias. Me detengo a una distancia prudente para observar la casa.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora