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Thais

Me estiro lánguidamente, fabulosamente feliz por el momento que acabamos de vivir y triste a la vez. Saboreo la sensación de su piel contra la mía, en contra de mi voluntad, Aang me importa más de lo que yo quiero y eso me molesta.

Él se aplica contra mí, en mi espalda y me rodea con sus brazos.

Puedo ver por su respiración que la noche aún no termina aquí. Baja la mano y pasa un dedo entre mis pliegues. Siento una electricidad que corre por mis venas con esa caricia, lanza escalofríos deliciosos entre mis piernas donde la húmedad surge de la nada.

―Estás mojada. ¿Es por mí? ¿Me deseas tanto como yo a ti, Thais? ―su voz es ronca y áspera.

Encuentra ese lugar tan sensible con el dedo en mi adolorido entrepierna y comienza a moverlo lentamente.

―Dímelo, Thais ―dice besándome el cuello.

Su voz grave con el acento francés actúa en mí como un maravilloso afrodisíaco (sabe como usarlo a su favor). Quiero ser yo quien tenga el control, pero está noche mi cuerpo solo puede temblar de placer, cobrando vida por sus mandatos. Quiero que me dé órdenes, quiero obedecer cualquier cosa que dice con tal de sentir esa maravillosa explosión.

―Sí ―suspiro. ―Es por ti, Aang.

―¿Por quién? ―hunde el dedo dentro de mí.

―Por ti, Aang, solo por ti ―jadeo. ―Es tan rico lo que haces con el dedo... por favor, no te detengas.

—No lo haré ―me pega más a él. ―Me pones duro como nadie, Thais, ¿lo sabías?

Escucharlo confesar sus deseos, que son tan parecidos a los míos me conmociona.

―Sí, lo sé, se lo ha dicho tu sexo al mío mientras se hundía en mí.

Baja su mano, luego toma el interior de mi pierna, la levanta y la jala para atrás, pasándola encima de la suya para abrirme para él. —Me da gusto que te lo haya dicho. Aunque planea recordártelo de nuevo.

En los momentos así, me olvido incluso de querer alejarlo de mí. De huir.

Él me mordisquea la nuca gimiendo y empieza a penetrarme desde atrás, en silencio, despacio y tan profundo.

Cierro los ojos y gimo por debajo cuando desliza una mano por mi estómago hasta mis pechos para pellizcarme con fuerza los pezones, con el rostro hundido en la almohada que muerdo con fuerza, acompaño su vaivén lento.

―Eres mía, Thais.

Mis piernas empiezan a convulsionarse y grito, corriendo con más fuerza.

Aang sigue penetrándome unas cuantas veces más, y gruñe cuando alcanza su propio éxtasis. ―¿Aang, te he dicho que te odio? —gimo cuando en realidad quiero decir: "¿Acaso te he dicho que me estoy enamorando de ti?"

Susurra algo que no entiendo, me da un beso en la nuca y me quedo dormida con su erección todavía en mi interior y su boca apretándose en mi cuello.

Sí, soy tuya y es la razón por la cual te odio.

Me despierto a la tenue luz de mi glorificada celda de prisión de oro, con un bajo golpeteo resonando en mi cráneo. Tardo unos segundos en notar el grueso brazo que me rodea la cintura y el caliente y fuerte peso de un cuerpo pegado a mi espalda.

Aang.

Los recuerdos de la noche anterior me asaltan y me aparto de él, casi cayendo de la cama antes de ponerme de pie.

Thais [Libro #1]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora