Capítulo 8

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Una de las habilidades más prometedoras de Maggie no era precisamente la cocina, pero en ciertas ocasiones le picaba el bicho del horno. Así le llamaba. Buscaba una receta rápida en el internet, se metía en el pequeño espacio —quizá nueve metros cuadrados— y se ponía en la vertiginosa tarea de las medidas; onzas, polvos, calor... Al final le salía algo decente.

Aquellas galletas de jengibre tenían una forma dudosa que no las hacían exactamente apetecibles, pero el sabor era exquisito. Sin importar eso, Maggie sintió, observando la galletilla entre sus dedos, que algo le faltaba. En la mesita de madera de la cocina depositó la galleta de nuevo encima del plato y se dispuso a buscar los errores más comunes en el horno. Navegó por alrededor de quince minutos y, tras no encontrar nada, permaneció en silencio hasta que una pésima idea le cruzó la mente.

—Debe de ser muy famoso —musitó, echándose un trozo de galleta en la boca.

Mientras masticaba tecleó el nombre de Eric Wolf. Saltaron unos primeros artículos en la sección de noticias, pero había muy pocas fotos suyas. En las únicas encontradas se lo veía normal, justo como vino a pararse delante de su porche, cargando una botella de vino con sabor dulzón. Ella, en lo particular, prefería los vinos secos. Sin embargo, la cena había compensado el desliz.

No. No era un descuido.

Eric no mantenía ninguna relación con ella, así que no le debía lealtad ni mucho menos el conocimiento de sus gustos individuales.

Alguien aporreó la puerta en ese momento. Maggie bloqueó el celular y dejó las galletas allí, cubiertas por una servilleta nada más. Le tomó poco menos de medio minuto atravesar el rellano. Como no le agradaba revisar el calendario, se fijó de un vistazo en el reloj, al tiempo que, antes de abrir la puerta, hacía un lado la maceta de su bejuco. Era algo que tenía que hacer casi todos los días, pues el haz de luz que entraba por la sala no le daba de frente durante la primavera.

—¡Hola!

La mujer parecía estar lo bastante alegre como para eludir la pregunta que la mirada de Maggie gritaba.

—Eh...

—Ah, lo siento —En lugar de la mano le extendió una canastilla de mimbre—. Soy Caroline York, asistente de Eric Wolf y encargada de preparar su fatídica venida.

Maggie enarcó una ceja. Sin apartar la mirada de ella, pesó la canastilla y dio un paso afuera. La puerta retornó solita al marco y Caroline York continuó sonriendo.

—Dijo que llegaría...

—En dos días —atajó ella—. Pero tengo que preparar su hotel, las comidas —sacudió la cabeza como si quisiera excusar las peticiones de su jefe—. Lo lamento, esto ha sido por mi parte. —Miró la canastilla.

—Usted... ¿se hospedará en la posada?

Echó una mirada en el interior levantando el trapo que cubría. Pudo notar que dentro había comida. Mucha comida. Y alcanzó a distinguir dos corchos de botellas. Seguramente, vino dulzón.

La mujer al frente, Caroline York, se puso las manos en jarras, mirándola como si Maggie fuera el motivo principal de un escrutinio profundo. No dudaba de que su apariencia resultase llamativa, pero aquel empecinamiento en prolongar la incomodidad, le parecía ridículo.

—Estoy agradecida... No debió molestarse.

—La verdad es que vengo a molestarla. Mire —de un lugar en el interior de su chaqueta se sacó un sobre—. Necesito que firme este convenio, es para la revisión del suelo... El ingeniero dijo que usted tenía un trato con él.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora