Capítulo 13

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Una vez, Stan Geles había llamado a su padre «demonio»; en esos momentos tendría tan solo unos diez años. Su padre, que solía tomarse los insultos como una demostración de poca inteligencia, le sonrió al hombre y abandonó el mercado. Era domingo y los feligreses salían de la iglesia con el repiqueteo de las campanas, que anunciaban el término de la misa.

—Faltan solo un par de metros —jadeó, expulsando aquel recuerdo que tanto apabullaba su corazón.

El sol estaba cayendo, así que en la espalda sentía una lengüeta de calor proporcionada por el ocaso. A un lado de ella, Eric colocó otro arnés en un hueco y montó de forma correcta la punta de su zapato en otra roca salida.

—Dijiste que no era difícil —se quejó él, soltando un sonoro gañido.

—Dije que seguramente no se te complicaría llegar a la cima.

Quería sonreír, pero estaba lo suficientemente agitada como para discutir sus palabras antes de empezar a escalar la caída. Más arriba les esperaba una vista con la que Maggie pensaba entablar la primera conversación honesta —y dificultosa— con él.

De fondo escuchaba los ruidos que hacía el viento al golpear contra las rocas. Habían dejado las copas de los árboles en la hondonada muchos metros abajo, y desde allí, al menos si intentaba girarse un poco, podría ver el valle, el claro de su propiedad y una parte del caudal del río.

Maggie conocía perfectamente los caminos más sencillos para llegar a la meta de esa tarde, pero se había prometido ser meticulosa en cuanto a mostrar sus motivos. Quizá no podía convencer a un empresario de adquirir concesión terrenal sin quitarle la patente del todo, pero sí podía tratar por lo menos. No obstante, a cada minuto que pasaba en compañía del constructor, se daba cuenta de que la treta podía ser peligrosa.

Si Eric se daba cuenta de que había más gente interesada en comprar o tomar por la fuerza, también sabría que la tenía en sus manos; para ella, que no contaba con un consejero presente o fiable, lo más sensato era vender a quien tuviera por primicia preservar el lugar y no convertirlo en una zona de cabañas de lujo, para el invierno.

Si permitía que la compañía de Eric usara un terciario para obtener el valle, ella tendría que verse obligada a vender por el simple hecho de no tener el recurso para defender los prados, los árboles, y todas las plantas medicinales que su padre, con esfuerzo y amor, había hecho crecer en aquel lugar.

Estuvo a punto de liberar la punta del pie antes de tiempo, pero dejó caer la mirada con rumbo el tramo hacia el acantilado, y respiró tan profundo que se vio obligada a cerrar los ojos. Al mirar otra vez la roca que tenía al frente, cerró la pinza del arnés nuevamente y se impulsó con fuerza. Una mano apareció delante de ella, por lo que el último pedacito de la roca lo recorrió gracias a Eric, que levantó su peso con media facilidad.

Al borde de la asfixia, pero satisfecha, Maggie soltó la cuerda, el arnés y las pinzas en la roca, volviéndose para encontrar la dicha de la vista del valle de Duns, antes de que oscureciera.

—Supongo que de regreso iremos caminando.

—No, hay un teleférico al fondo; opera hasta las diez de la noche, por cierto...

Con una ceja enarcada y las manos en la cadera, Eric le obsequió una mirada un tanto aciaga, cargada de estupor; estaba sudado y con los músculos tensos, así que Maggie le otorgó el derecho de estar furioso con ella por hacerlo recorrer, a rappel, aquella montaña.

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