Capítulo 14

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Repantigado en el sofá, Eric apretó los párpados e hizo oídos sordos de la reprimenda que le estaba pasando Caroline, frente a él. Caminaba de un lado para otro y, nada más volver a la posada, le había advertido que tenían un tema importantísimo que tratar antes de que siguiera con esas incursiones de corte romántico con Maggie.

—Parece que no me conoces —refunfuñó—. En todo caso, sé muy bien cuáles son los límites de cualquier relación que podamos entablar.

—No, si no me preocupa por ti —lo detuvo Carol, las manos en jarras y mirándolo a la cara—. Tú tienes la vida resuelta y esa pobre mujer solo está tratando de liberarse de un fantasma.

—Me sonó a que te contó cosas que no se le dan fácil... Así que habla.

—No.

—Carol, estamos aquí para conseguir el contrato.

—Ese es tu trabajo; el mío nada tiene que ver con la diplomacia. Y ni yo ni los demás tenemos la culpa de que tu madre te trate como si fueras un niño de ocho años.

Eric levantó la mirada y le advirtió con un semblante de penetración. Carol rodó los ojos, por su parte, dándole a entender que no la intimidaba en absoluto.

Tras chasquear la lengua y frotarse la cara con las manos, espetó—: Caroline, dime qué quieres de mí.

—Tú bien sabes que lo que ella quiere es quedarse con las tierras pero darte libre acción para que construyas el parque. Si a eso se le puede llamar construir, claro.

—Sigue siendo un trabajo de bienes raíces.

—Da la casualidad de que tú eres arquitecto. No eres vendedor ni mucho menos diplomático de cartera. —Se cruzó de brazos, imperturbable—. En un par de años más, cuando te hayas casado con Gabriela, serás la cara de la empresa y abandonarás el campo. Serás como tu padrastro.

—Quizá es lo que deseo, en el fondo.

—Si le llamas fondo a nacer de nuevo, sí, quizá.

Con una sonrisa torpe, Eric se levantó. Llevaba puesta ropa de correr, aunque se había quitado la chaqueta cortavientos que llevó a la montaña. Le había dado un poco de vergüenza estar en esas ropas delante de Maggie, pero cuando ella llegó a la base del bosquecito lindante a la colina, sin faldas extravagantes o el pelo suelto, se sintió más cómodo de lo que hubiera podido esperar.

No. Ella acudió a la cita con unos leggins del mismo material que sus shorts, y tenía una blusa que había dejado al descubierto un par de senos no tan prominentes pero sí lo suficientemente voluminosos para captar su atención.

Atención que, claro, le arrebató en cuanto empezaron a charlar.

—Mira, que no tengamos el mismo motivo para tener una relación, no quiere decir que no me haga feliz la idea de empezar una.

—Como tú digas. Sin embargo, tampoco vayas a venir con el rabo entre las piernas cuando te des cuenta de que, para ser feliz en una relación, se necesita algo más que el dinero y la posición que con ella te vas a asegurar... —Desvió la mirada un instante y al mirarlo de nuevo, susurró—: O a tu madre.

—Maggie me llevó a la cima de esa colina hosca —cambió bruscamente el tema—. Deberías de aprovechar el fin de semana. Pensé que sería peligroso, pero resulta que no olvidé cómo hacer rappel en absoluto.

—Si tu padre es un campeón de piragüismo y no sé cuántas cosas más. De dónde habrás pensado que se te darían mal los deportes extremos, no lo sé.

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