Capítulo 29

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Hola a todas. Sé que no estoy avisando en Facebook de las actualizaciones, pero es que se respira tanta tensión en las redes, sobre todo alrededor de Wattpad con tantos chismes y toxicidad, que prefiero quedarme al margen. A las que están al pendiente, muchas gracias. Y me faltan muy muy poquitos capítulos para terminar Cada demonio tiene su ángel (si no la han leído, lean primero Donde habitan los demonios). Así que espero dentro de nada avisar también cómo continuaré la novela. ♥. 

Ah, síganme en Instagram, allá me encuentran seguro (ya no tengo ni instalado FB en el móvil XD).

***


—Es tremendo —le dijo Maggie a su editor.

Llevaban dos horas hablando por teléfono. Maggie había escrito dos capítulos y sospechaba que no pararía. Hacía como mil años que no se sentía de esa forma, tan exultante.

Tú sigue, te conseguiré un abogado de inmediato.

Las puertas del cielo estaban abriéndose delante de ella. Entre las cosas que le había contado, se encontraba precisamente el contrato de la venta. Ahora solo faltaba que lo revisaran. Eric le había enviado por correo su copia, y aunque era el primer borrador lo más seguro parecía eso: que el trato se cerraría por completo con la revisión.

Colgó.

Dos de los trabajadores de Arthur habían vuelto ya a San Francisco junto con Carol, pero los ingenieros iban a esperar a Eric. Ese día Maggie había mirado ya demasiadas veces el reloj, porque no asomaba su presencia por ningún lado.

En la encimera de la cocina había dejado el trasto para almacenar los hongos después de lavarlos y le dirigió una mirada a manera de consuelo.

—Es hora de trabajar, supongo —suspiró.

Se marchó con paso lento por la parte trasera de la casa. El calor era abrasante y cerca de la linde del bosque los chorros de luz se concentraban más, así que se puso el sombrero de mimbre que acostumbraba.

—Dios, a veces extraño tanto el ordenador.

Sin embargo, pese a su queja interna, soltó una risa. Un par de meses antes había tenido un momento de catarsis, donde se dijo a sí misma que necesitaba un cambio, una voz divina hablándole desde el cielo... Algo.

Y luego Eric... con su contrato y su idea del parque.

—Es tan bobo como un niño —dijo.

—No sé por qué estoy tan seguro que ese soy yo —dijo alguien algunos metros a sus espaldas.

Pegó un salto involuntario y soltó la bandeja. Al volverse, lo que vio fue a Eric con casco de trabajador, chaqueta de mezclilla y pañuelo de franela en el cuello.

Era tentador, pero su cara tenía la máscara más extraña del mundo; como si estuviera rebosante de felicidad.


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